Partidos e ideas durante la restauración

AutorArmando Zerolo Durán
Páginas65-90

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Introducción

La propuesta de una nueva forma política como la Monarquía Constitucional es difícil de encuadrar en un marco ideológico estrecho. Políticos y pensadores de lo que hoy llamaríamos «derechas» e «izquierdas» defendieron alguno de sus aspectos. Para clasificar el modelo propuesto por Chateaubriand como de una u otra tendencia nos encontramos con una doble dificultad. Por un lado en la época no se podía hablar estrictamente de «partidos políticos» y mucho menos de derechas o izquierdas. Los personajes políticos se encontraban entremezclados y sus afiliaciones no eran monolíticas. Por ello, para ser precisos, debemos limitarnos a afirmar que la Monarquía Constitucional, según el modelo propuesto por Chateaubriand, no es un sistema de izquierdas ni de derechas, ni liberal, ni conservador, porque combina prudencialmente elementos de cada una de las tendencias.

La otra dificultad se encuentra en que la Restauración marca el cambio de una época y la aparición de lo que hoy podríamos llamar «inteligencia histórica». Los políticos de la época no solo se enfrentaban a la caducidad de una forma de gobierno determinada como era la Monarquía Absoluta,

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sino que se exigía a los espíritus más avanzados que comprendiesen que estaban ante un cambio «epocal». No solo cambiaba el gobierno, también lo hacía la sociedad, la moral, la cultura y, en definitiva, el êthos.

Chateaubriand propone una forma de gobierno determinada, la Monarquía Constitucional, teniendo en cuenta el nuevo êthos surgido de la Revolución Francesa y de sus secuelas, Napoleón y la Restauración. No pertenece propiamente hablando ni a la derecha ni a la izquierda, es un aristócrata democratizante, y un conservador liberal. Para intentar comprender estas paradojas debemos comenzar por hacer un panorama de los grupos políticos en la época y de lo que significó el desarrollo de la «inteligencia histórica».

La Restauración francesa

Se entiende por Restauración francesa el periodo comprendido entre 1814 y 1830. Se inició con la primera expulsión de Napoleón Bonaparte (1769-1821) y terminó con la Monarquía de Julio y la revolución liberal. Es un periodo complejo en el que los factores que entraban en juego, casi en igualdad de fuerzas, eran incompatibles y normalmente contradictorios. Con la Revolución francesa no sólo acabó el Antiguo Régimen, sino que desaparecieron de Francia usos y costumbres que habían configurado la nación durante siglos. En lugar de corregir el rumbo se hundió la nave y los náufragos se vieron obligados a recomponerse con los restos de una tragedia. Napoleón fue el encargado de aglutinar las voluntades dispersas y de intentar poner orden en una sociedad descompuesta y, al hacerlo, acabó con la Revolución, en el sentido de que la dejó acabada, terminada, perfeccionada. Bonaparte no se contentó con rehacer Francia a su manera, sino que tenía una concepción muy personal del orden mun-

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dial y se dedicó a ponerla en acto. En poco tiempo los ejércitos franceses se extendieron por toda Europa, desde España hasta Rusia, con gran sacrificio de sangre francesa y mucho malestar de las potencias extranjeras.

La fatiga causada por la Revolución y el Imperio marcaron a los espíritus de la Restauración, cansados de los excesos democráticos y personalistas de los veinticinco años precedentes. La hora difícil de cualquier revolución llega al día siguiente. La falsa tranquilidad de un orden sustentado sobre bases inestables pretendía ofrecer el principio de un nuevo esplendor francés, pero la realidad era que bailaban en las faldas de un volcán, como decía Narcisse Achille de Salvandy (1795-1856). Tanto dolor e inseguridad dieron a las almas cansadas un tono de desesperanza que se tradujo en una frivolidad generalizada en las clases que debían tomar la responsabilidad de regenerar su ambiente. El joven Fígaro se preguntaba, y con él toda una generación: «¿Quién sabe si el mundo durará tres semanas más?». La conciencia de un fin de época, de moverse constantemente al borde del abismo, y la constatación de que cualquier movimiento, en la dirección que fuese, podría ser fatal, provocó una incapacidad general para la acción sosegada.

La vida política durante la Restauración

La reacción política vino a agravar este movimiento espi-ritual porque, en lugar de dar aire a una generación asfixiada, aumentó la presión del poder.

La desconfianza fue el principio de gobierno y el cinturón se estrechó cada vez más sobre aquellos que no podían soportar más presión. El resultado fue el normal en los casos en que el ejercicio del poder es tiránico: por un lado, se produjo una huida hacia lo irreal, en este caso, hacia la

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vida de salones, bailes y la moda; y, por otro, una polarización de la sociedad, que confundida por el abuso de poder, se volvió violentamente contra el vecino. Los partidos políticos, la prensa, la literatura y las ideologías políticas sufrieron el monopolio estatal de la libertad política volviéndose cada vez más extremos, perdiendo el sentido de lo real y buscando sin éxito un espacio libre. Pero la vida política estaba demasiado contaminada como para que cualquier intento moderado de conciliación fuese posible. Las revoluciones llamaban a la puerta y no iban a esperar a que se las recibiese.

En este contexto espiritual es remarcable la riqueza política, artística y científica del momento. En un periodo muy concentrado en el tiempo se produjo una eclosión inusitada de talentos y de obras maestras, como en pocas épocas pasadas se podría reconocer. La profusión de nombres fue abrumadora, y en un mismo espacio convivieron grandes personajes como Lamartine, Hugo, Stendhal, Balzac, Dumas, Thierry, Guizot, Madame de Staël, Constant, Maistre, Bonald, Saint-Simon, Fourier, Comte, Royer-Collard, Broglie, Monta-lambert, Prudhon, Ingres, Delacroix, Fontaine, Berlioz, Lemaitre, Fresnel, Ampère, Gay-Lussac, Lamarck, Cuvier, etc.

En política se gestaron las grandes doctrinas que marcarían el siglo diecinueve y parte del veinte. Absolutistas, liberales y socialistas coexistieron y se entremezclaron. Las afinidades eran sorprendentes y, por ejemplo, encontramos al liberal Benjamin Constant (1767-1830), colaborador de La Minerve, como maestro de Chateaubriand, monárquico y colaborador de Le Conservateur. La linde entre la sociedad y el Estado cada vez aparecía más difusa, y los saltos que se daban desde un partido a otro eran constantes.

Sociológicamente, apareció la masa como fenómeno condicionante del resto de realidades políticas. Saberse

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mover en estas nuevas categorías que iban más allá del debate sobre la mejor forma de gobierno daría el triunfo o supondría la derrota definitiva. La irrupción de la democracia como forma social marcó profundamente a los espíritus más elevados e hizo que algunos exagerasen y afirmasen la primacía de lo social o de la economía política, siempre en detrimento de lo político, mientras que otros se oponían obstinadamente a su triunfo, y pocos intentaban salvar lo bueno posible.

La verdad es que con la Carta se creó el marco institucional para un constante debate político muy abierto y, contra lo que se haya podido decir, muy fecundo. Aunque la realidad es que con la Restauración acabó la última esperanza de una forma política republicana, en el sentido clásico, y se consolidó el dominio estatal, es cierto que los debates todavía incluían la libertad política como posibilidad.

La discusión política abierta a un amplio grupo de ciudadanos estableció el gobierno de la opinión, que en 1848 llegaría a su culminación con el sufragio universal. El teatro de la opinión eran las Cortes, en permanente disputa con el gobierno por primera vez desde hacía mucho tiempo, y el rey, que tenía el poder ejecutivo, no podía hacer casi nada sin ellas. Había nacido la monarquía constitucional y la era de las constituciones modernas. Dieciséis años bastaron para transformar la vida política del continente.

El romanticismo

La modernidad nace con el culto al yo, con un sujeto histórico mayor de edad que se emancipa de sus padres y va en busca del fuego de los dioses. No es una realidad metafísica, es un proceso que, por encima de todo, es psicológico. El adolescente surge en la historia como protagonista, como

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un ser necesario y como una etapa de la evolución psicológica que, o bien no había existido, o bien había sido fugaz. La adolescencia es un periodo de transición e indefinición propio de un individuo al que le cuesta soltar el lastre de la infancia y coger de la mano al adulto que le precede. El movimiento psicológico fue desarrollándose con timidez cuando el mundo todavía mantenía un orden aparente, aunque interiormente las bacterias de la descomposición estuviesen haciendo su labor pausada. Pero la revuelta del descontento debía estallar antes o después porque había una clara inadecuación entre la psiché y el mundo.

La crisis de los imperios, la decadencia de la monarquía, la Revolución francesa y Napoleón sumaron una serie de cambios e inestabilidades que colaboraron a prolongar una adolescencia espiritual y un tipo humano que dudaba de su yo, al tiempo que se aferraba a él con inusitada fuerza. La Restauración fue el momento histórico en el que, como sucede a veces por caprichos de la historia, confluyeron en un mismo cauce dos poderosas corrientes, la democrática-individualista en lo social, y la psicológica en lo personal. La Restauración estaba llamada a ser sólo una época de transición, que no quería renunciar a los logros de la Revolución, y no podía tampoco proclamarla, pero el resultado fue una corriente turbulenta llamada romanticismo, en la que la sublimación de un yo inseguro del mundo se situaba por encima de todo.

José Antonio Millán opina del momento de Chateau-briand:

la...

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