La participación de los trabajadores en la empresa: la cooperativa como modelo de referencia

AutorDra. Aida Llamosas Trápaga
Cargo del AutorUniversidad de Deusto
Páginas169-186

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I Introducción

Nos encontramos ante una crisis de carácter multidimensional que ha afectado todos los ámbitos de la sociedad con especial dureza.

La magnitud de la crisis posee un alcance realmente desconocido, tanto por la duración de la misma, como por todos los ámbitos que ha alcanzado. Además, por lo que parece no se trata solo de un periodo económico adverso, que en un cierto espacio de tiempo se recupera, sino que se trata de una crisis de carácter coyuntural, que va a requerir no solo cambios sustanciales para volver a una cierta estabilidad y recuperación, sino un verdadero cambio de principios y estructuras1.

Y es que no cabe duda de que en el origen de esta crisis pueden situarse ciertos comportamientos especulativos (desregulación económica, crisis crediticia, hipotecaria y de confianza en los mercados, excesos en el sistema financiero, los altos precios de las materias primas…).

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En cualquier caso, y a pesar de que el origen de esta crisis no es exclusivamente de índole laboral, el mercado de trabajo se ha visto afectado por la misma de forma muy intensa. Una de las principales manifestaciones de este fenómeno son las altas y constantes tasas de desempleo, que se han manifestado a lo largo de todo este periodo de recesión, convirtiéndose las mismas en la principal expresión económica y social de los problemas por los que atraviesa nuestro mercado de trabajo.

Si bien es cierto que todos los países desarrollados han sufrido este fenómeno, en mayor o menor medida, en el caso de España la magnitud ha sido significativamente mayor, y además, es necesario señalar que este fenómeno resulta especialmente preocupante desde el punto de vista del incremento del paro de larga duración y el desempleo juvenil2.

Eran numerosas las voces que ya con anterioridad a la crisis señalaban que nuestro mercado de trabajo era ciertamente ineficiente, y manifestaban la existencia de algunos problemas de funcionamiento en el mismo3, sin embargo la situación actual ha demostrado que más allá de la virulencia de la crisis y de las posibles reformas necesarias para adaptar el modelo de relaciones laborales, nuestro sistema no se encuentra preparado hacer frente a los desequilibrios actuales.

Hasta el momento han sido incontables las medidas adoptadas, tanto por parte de los Estados como por parte de los organismos de carácter supranacional, para hacer frente a la recesión, pero si a estas medidas de ajuste no le sigue un verdadero cambio de paradigma, que establezca una base sólida, no solo

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para replantear el modelo económico capitalista, sino también el modelo empresarial y social, corremos el riesgo de volver a repetir los errores del pasado.

El sistema capitalista no sólo se ha consolidado como el orden económico y social imperante sino que, además, ha resultado muy significativa la influencia ejercida sobre los valores y comportamientos en la sociedad actual, relegando los valores éticos a un discreto segundo plano.

Así, los parámetros económicos se han posicionado como medida universal, de tal forma que el valor de las cosas se basa en la rentabilidad de las mismas, con lo cual, si algo no resulta rentable debe entenderse que no posee valor alguno, premisa esta que supone la consecución de un beneficio a cualquier coste4.

Las empresas se han visto abocadas a competir en un entorno global y cambiante, con nuevas exigencias que les obligan a actuar en un terreno de competencia constante, buscando siempre una ventaja competitiva que les sitúe en el mercado tratando de obtener el máximo beneficio en el corto plazo.

Efectivamente, durante los últimos años la maximización de los beneficios se ha erigido como el protagonista en las actividades económicas, tanto financieras como empresariales, pero el estallido de la crisis ha puesto en evidencia que este sistema es incapaz de alcanzar un desarrollo económico sostenible, equilibrado y equitativo que permita a todas las personas poseer unos mínimos que garanticen su supervivencia.

No se trata sólo de crear rentabilidad, sino de generar bienestar.

La recuperación de las empresas debe basarse en la calidad, la adquisición de una mayor competitividad y capacidad de innovación, para lo que resulta necesario contar con trabajadores que cada vez más preparados que contribuyan a crear una gestión integrada.

La maximización del beneficio debe dejar de ser el objetivo prioritario de la empresa, ya que dicho protagonismo deben tomarlo los trabajadores, que no solo ponen a disposición de la empresa su fuerza de trabajo, sino que participan y se implican en la misma tomando parte en el proceso decisional.

II La doctrina social de la iglesia

Ciertamente, esta no resulta una reflexión o una idea del todo innovadora, puesto que ya en el año 1931 y a través de la Encíclica Quadriésimo Anno se

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recomendaba moderar «el contrato de trabajo mediante el empleo de elementos sacados del contrato de sociedad»5, esto es, tomando en consideración a los trabajadores como socios.

Posteriormente, y más concretamente el 29 de junio del 2009, el Papa Benedetto XVI hizo pública la Encíclica Caritas in Veritate en la cual trataba de subrayar la importancia de la persona y de su participación en todos aquellos ámbitos de la vida económica, política y social que le atañen, para de ese modo poder hacer frente a los desequilibrios que ha puesto de manifiesto la actual crisis económica.

Se hace referencia al hecho de que «aprendiendo también la lección que proviene de la crisis económica actual, en la que los poderes públicos del Estado se ven llamados directamente a corregir errores y disfunciones, parece más realista una renovada valoración de su papel y de su poder, que han de ser sabiamente reexaminados y revalorizados, de modo que sean capaces de afrontar los desafíos del mundo actual, incluso con nuevas modalidades de ejercerlos. Con un papel mejor ponderado de los poderes públicos, es previsible que se fortalezcan las nuevas formas de participación en la política nacional e internacional que tienen lugar a través de la actuación de las organizaciones de la sociedad civil; en este sentido, es de desear que haya mayor atención y participación en la res publica por parte de los ciudadanos»6.

Además, señala la Encíclica que aquellas personas que se encuentran en los centros de poder deben recordar que «en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico social».

Resulta claro que los problemas sociales no pueden resolverse sólo a través de la aplicación de la lógica economicista, sino que la actividad económica «debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios».

III La economía social, protagonismo de la persona

En la práctica, en el único sector en el que se han hecho efectivas las premisas mencionadas anteriormente ha sido en la denominada Economía Social, un ámbito formado, principalmente, por Cooperativas y Sociedad Laborales.

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El concepto de Economía Social, no es, efectivamente, un concepto nuevo, es más puede decirse que se trata de un concepto con un cierto bagaje histórico, puesto que la primera referencia que se tiene de este término se remonta a al siglo xix cuando dicho termino fue utilizado por primera vez en la literatura económica.

Probablemente, puede decirse que es en el año 1830 cuando aparece por primera vez el término de Economía Social. En ese año, el economista francés Charles Dunoyer publica el Tratado de Economía Social, en el que promulgaba un enfoque moral de la economía.

Es a partir de este año cuando comienza a producirse el desarrollo de un nuevo pensamiento entre algunos economistas que se apoyan en las reflexiones llevadas a cabo por los autores Sismondi y Malthus. Estos autores hacen referencia a los fallos que se producen en el mercado y en los desequilibrios que dichos fallos pueden generar. Al mismo tiempo, Sismondi entiende que el verdadero objeto de la economía no es la riqueza, sino el ser humano, el hombre.

A pesar de esta nueva corriente de pensamiento, las reflexiones de estos autores no se plasmaron en ninguna actuación concreta, y a pesar de que dejaban en evidencia los fallos del sistema económico y, lo que ello podría acarrear, no plantearon ninguna alternativa para reconducir la situación.

Fueron los autores John Stuart Mill y Leon Walras los que dieron un nuevo enfoque a la Economía Social, al hacer uso de este término para para denominar a las organizaciones innovadoras que se estaban creando como respuesta a los problemas sociales que se habían generado por el capitalismo.

Walras, por su parte iba más allá entendiendo que no se trataba solo de un concepto, sino que la Economía Social debía considerarse como parte fundamental de la Ciencia Económica, una parte de la Ciencia Económica en la cual la justicia social era un objetivo irrenunciable7.

Además, entendía que las cooperativas cumplían una función especial-mente relevante en la resolución de los conflictos sociales ya que introducían la democracia en el proceso de producción.

Por su parte Mill, en su obra Principles of Political Economy...

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