Paradojas de la violencia: micro-bienestar

AutorTeresa Langle De Paz
Páginas89-110

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“Debo confesar que a veces me siento incapaz de afrontar algunas noticias. . . a veces me parece que no puedo con el peso del horror del mundo. . . el horror es tenaz, redundante”1.

“El horror es tenaz, redundante,” sí. Sin embargo, el espíritu humano tiende siempre a la supervivencia. Sólo esto último me da fuerzas para escribir este ensayo y sólo la firme creencia en que la capacidad de las mujeres para la alegría y el bienestar es más fuerte que el horror, inspiran mi pensamiento y toda mi trayectoria crítica. En este ensayo, quiero sugerir que para diseñar estrategias que combatan la violencia de género desde sus raíces hay que poner mucho más empeño en cómo cada mujer maneja o se rebela contra las violencias y en cómo las supera, de muy diversas formas, desde lo “micro” y sutil de su cotidianidad. En la primera parte, voy a establecer el marco de reflexión sobre la violencia estructural que considero necesario para comenzar a abordar el debate sobre la violencia de género en relación con los derechos humanos y la cultura de paz. En la segunda parte, explicaré por qué cuando hablamos de desigualdad y discriminación estamos aludiendo a la violencia de

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género; también ilustraré brevemente cómo, para comprender en profundidad casos extremos y culturalmente complejos de violencia de género –por ejemplo, relacionados con la trata y la explotación sexual– así como para poder ayudar a las víctimas-supervivientes en los procesos de recuperación, hay que tener en cuenta, paradójicamente, los afectos positivos y las manifestaciones de lo que yo llamo “micro-bienestar”. Entiendo como “micro-bienestar” el resultado de una capacidad indómita de las mujeres que brota del terreno de los afectos y las emociones y que es muy productiva en la vida diaria para garantizar la supervivencia –Las feministas hablamos de micro-machismos y micro-violencias pero nos cuesta mucho referirnos al “micro-bienestar”– a pesar de que es un aspecto intrínseco de la cotidianidad de la violencia del género. En la tercera parte de este ensayo ofrezco algunas claves –aunque no una metodología plenamente elaborada– con las que abordar la lucha contra la violencia de género incorporando nuevos ángulos de interpretación que tengan en cuenta el favorecimiento del micro-bienestar y los afectos y las emociones a través de los que una víctima-superviviente se resiste a sucumbir ante la tenacidad del horror.

De la violencia de género a las culturas de paz

¿De qué estamos hablando cuando invocamos los derechos humanos para combatir o eliminar la violencia contra las mujeres? Baste recordar uno de los primeros artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos: Artículo 3: “Todo individuo tiene derecho a la vida, la libertad y la seguridad de su persona”. Invocar este artículo de la Declaración sirve para ponerse de acuerdo, sin paliativos, en que la violencia de género es una violación de los derechos humanos, pues resulta que ni la vida, ni la libertad, ni la seguridad de las mujeres están garantizadas cuando existe violencia de género. Las Naciones Unidas reconocen este hecho y existe un órgano especial: la

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Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, que desempeña una labor crucial en la promoción de los derechos de la mujer y en la vigilancia para la aplicación del marco jurídico internacional al respecto, así como para la promoción de la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres. De forma muy contundente las Naciones Unidas explican que existe un Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (el 25 de noviembre) porque la violencia contra las mujeres es una violación de todos los derechos humanos, y concluyen que la violencia contra la mujer sigue siendo una pandemia global porque hasta un 70 % de las mujeres sufren violencia en sus vidas. No cabe duda de que las desigualdades y discriminaciones con que están estructuradas las sociedades afectan de manera desproporcionada a las mujeres alimentando su vulnerabilidad y exponiéndolas a la violencia de género. Sin embargo, sólo un análisis que tenga en cuenta la interrelacionalidad de múltiples factores identitarios, circunstanciales y coyunturales que contribuyen a crear dicha vulnerabilidad podrá desvelar las diversas formas perversas como se manifiesta y se agrava la violencia y así, ayudar a combatirla.

Por un lado, la diversidad e insistencia de las violencias a las que se enfrentan las mujeres es consecuencia de múltiples desequilibrios sociales, económicos, políticos, culturales, familiares, comunitarios, etc. que rigen el (des)orden del mundo. Por otro lado, la violencia endémica contra las mujeres, retroalimenta esos desequilibrios, no permite el pleno desarrollo de las sociedades, perpetúa la pobreza y los conflictos y obstaculiza la paz. Existen muchas limitaciones conceptuales en el proceso de desentrañar ese círculo vicioso que se retroalimenta constantemente. Como ilustraré en la segunda parte de este ensayo, estudiar y abordar la violencia de género sin tener en cuenta dinámicas estructurales puede tener consecuencias devastadoras para las víctimas-supervivientes, en particular cuando se trata de mujeres migrantes procedentes de contextos socio-culturales muy diferentes al lugar en donde se hallan.

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Uno de los marcos de análisis que permite comenzar a pensar sobre las macro-estructuras que condicionan y moldean la realidad de la violencia de género es el que aporta el concepto de cultura de paz y todo el trabajo que hay alrededor de éste. Para poder referirnos a la paz, hay que entender los orígenes, causas, mecanismos, y consecuencias de la violencia, así como sus diversas formas y manifestaciones; hay que hablar de género y de feminismo, de política a escala local y global, de leyes y relaciones internacionales, de economía, migraciones, desastres medio-ambientales, guerras, tráfico de armas y de personas, esclavitud, violaciones, matrimonios forzados, terrorismo, enfermedades, migraciones, feminización de la pobreza, agua, hambre, mutilación genital, seguridad, etc. Dicho de otro modo, hablar de paz requiere una profunda reflexión sobre lo que el sociólogo Johan Galtung, ya en los años 70, denominó “violencia indirecta,” cultural y estructural; un continuum con infinitas formas de manifestación, y mucho menos visible que la “violencia directa,” física, que todos y todas sabemos identificar. Si entendemos que la violencia es un continuum, es decir, un problema estructural de desigualdad, tenemos que dejar de pensar en la paz como una meta sin realizar o como un fin que se realiza únicamente mediante armisticios o tratados de paz; debemos comenzar a concebirla como un proceso dinámico más amplio de promoción de lo que hoy denominamos “cultura de paz”: “un conjunto de valores, actitudes, comportamientos y estilos de vida que rechazan la violencia y previenen los conflictos, atacando sus raíces a través del diálogo y la negociación entre individuos, grupos o comunidades y los estados”.2Sólo si entendemos cómo todos los desequilibrios del mundo están entrelazados, comenzaremos a vislumbrar cuáles pueden ser algunas de las soluciones para atajar las causas y los orígenes de la violencia de género como fenómeno global.

Muchos logros de las organizaciones no gubernamentales que trabajan en la lucha contra la violencia estructural se

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sirven del marco ético y jurídico de los Derechos Humanos; en concreto, hay una serie de normativas y legislaciones internacionales que ponen el foco de atención específicamente en las mujeres y que son muy útiles para enmarcar dicha lucha. Desafortunadamente, hay una resistencia histórica, muy enquistada en los patriarcados, a abordar la discriminación de género activamente y mucho más de manera holística. No hay duda de que, con lo que cuesta lograr que se aprueben o se apliquen normativas y leyes internacionales que se refieran específicamente a las mujeres, las feministas tenemos que valorar y aprovechar al máximo los instrumentos que ya existen y que tanto ha costado construir. Por poner un ejemplo, la Resolución 1325, el documento estrella en el que el órgano supremo de las Naciones Unidas sobre la seguridad mundial, el Consejo para la Seguridad, por primera vez aborda la violencia sexual contra las mujeres como arma de guerra y como violación de los derechos humanos, y en donde se reconoce la necesaria incorporación de las mujeres en los procesos de paz, tardó más de 50 años en aprobarse. Hasta el año 2000 en que se aprobó la Resolución 1325, transcurrió más de medio siglo con esfuerzos continuados de cientos de activistas y organizaciones feministas, y 4200 reuniones del Consejo de Seguridad.3Puesto que la violencia de género es un problema estructural, existe el mandato ineludible de abordar la paz de forma estructural también, es decir, de luchar contra la violencia de género construyendo culturas de paz. ¿Qué quiere decir esto?

Las visiones tradicionales sobre la violencia y la paz tienden a ignorar elementos del contexto y los orígenes. Por eso, muchos relatos sobre la violencia y la paz eluden hablar también de la preponderancia del género como factor determinante con consecuencias negativas en la vida cotidiana de millones de personas, la mayoría mujeres. Si se ignoran los orígenes y los factores contextuales y coyunturales, se invisibiliza también

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un hecho capital para abordar la violencia de género: que la marginalidad es infinitamente diversa. Sin embargo, cuando se observa detenidamente la complejidad que esto entraña: los instrumentos de la legislación internacional sobre Derechos Humanos–aunque absolutamente imprescindibles–no sirven para reparar o resolver los estragos que causa la violencia estructural en el día a día. En otras palabras, la vida es urgente para...

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