El paradigma de la seguridad en la globalización: guerra, enemigos y orden penal.

AutorAna Isabel Pérez Cepeda
Cargo del AutorProfesora Titular de Derecho Penal. Universidad de La Rioja
Páginas85-122

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1. Introducción

Desde el nacimiento del Estado moderno, la seguridad y la libertad han sido un binomio inseparable. La preocupación por la seguridad no se limita a la seguridad de la propia persona y de los propios bienes, reduciéndose al final a una obsesión por la Ley y el orden público, sino que se extiende a ámbitos supraindividuales o colectivos. Sobre la base de que, los miedos existen previamente en nuestra sociedad, pero las instituciones públicas y los medios de comunicación no solamente los estabilizan, dándolos relevancia, sino que los manipulan y los rentabilizan1. Podría afirmarse que los atentados de Nueva York y Washington han ahondado en la percepción de la inseguridad a escala casi planetaria. Pero ya no se trata de una sensación de inseguridad más o menos sostenida, latente y difusa - que flotaba en el ambiente de la sociedad del riesgo- sino que ha supuesto una auténtica materialización de la inseguridad global, cuyo actor es el terrorismo global, permitiendo reintroducir la semántica de la amenaza en toda su amplitud en el lenguaje político. Como advierte BAUMAN2, ha facilitado la traducción de la amenaza desde el lenguaje de la inseguridad, difícil de dominar, al más familiar y fácilmente comprensible lenguaje de la seguridad personal. La difusa idea de terrorismo global y sus redes "invisibles" dispone en cambio de unos referentes simbólicos precisos: un suceso, un líder, incluso un Estado. Si los discursos político-jurídicos sobre la seguridad han tendido a enfatizar los riesgos "concretos" (delincuencia) -respecto a los que el Estado puede seguir manteniendo el discurso del "todo bajo control"- frente a los "difusos" que caracterizan realmente la nueva era del riesgo, el terrorismo global posee en ese sentido una potencialidad inigualable3.

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La guerra contra el terror se convierte así en el instrumento que pretende hacer el mundo más seguro para la globalización. La guerra, ahora, también se puede globalizar sin esfuerzo, ya que la asimetría entre las fuerzas perjudica siempre a los pobres. Hoy la guerra se ha convertido en una situación generalizada y permanente. No se trata de guerras aisladas, sino como manifiestan HARDT/NEGRI4de "un estado de guerra general y global que erosiona la distinción entre la guerra y la paz, de manera que no podemos imaginar una paz verdadera, ni albergar una esperanza de paz". En esta situación, el sentimiento de "excepcionalidad permanente" se ha instalado de nuevo en la conciencia colectiva.

Asistimos a la reconstrucción del valor seguridad como axioma político, a la vez como valor prioritario y como idea desprovista de sus dimensiones "materiales", es inscrita de este modo en una semántica que anuncia un mundo descrito y percibido como riesgo. Puede constatarse, respectivamente, dos dimensiones de la idea en torno al valor seguridad, una simbólica -entendiendo por tal el universo retórico que envuelve el discurso político sobre la seguridad con determinados fines- y otra instrumental -los dispositivos y tecnologías implementados para gestionar políticamente la inseguridad-5.

En este orden de cosas, conviene también tener presente que el declive del pensamiento keynesiano y del Estado de Bienestar, ha generado un deterioro de condiciones de vida de importantes segmentos sociales y el incremento de la desigualdad, en el seno de las sociedades del primer mundo. Entre otras razones, porque la globalización revela su estrategia de restar poder a la política estatal-nacional, para conseguir "la realización de la utopía del anarquismo mercantil del Estado mínimo"6. Estamos asistiendo a la difusión de un capitalismo desorganizado, donde no existe ningún régimen internacional, ya de tipo económico, ya político. El problema principal es la impotencia o la incapacidad de los gobiernos estatales7para intentar frenar esta tendencia. En el escaso poder de maniobra que les ha quedado a los Estados, algunos en lugar de implementar mecanismos regionales de integración global, que lleguen a ser capaces de articular algún tipo de medidas de control y de organización frente a las transacciones económicas trasnacionales, así como

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procurar la vigencia de los derechos humanos en todo el mundo, han decido que la solución para preservar la seguridad, nuestro mercado laboral y el Estado de bienestar, pasa por imponer numerosas trabas legales y policiales frente a los inmigrantes pobres. Por ello, puede afirmarse que la globalización supone discriminación y exclusión.

Dicha exclusión estructural no puede por menos que generar respuestas violentas y reacciones proteccionistas, en la medida en que se aprovecha la mínima oportunidad para difundir el rechazo etnocéntrico a la diversidad y el rechazo xenófobo8. Con este aumento de la distancia entre incluidos-excluidos, que impone la globalización determina los estereotipos de diverso y peligroso. Todo ello ha contribuido a crear un sentimiento de inseguridad de la clase garantizada y una política que se encarga exclusivamente del control de la población reducida a un rol precario del proceso productivo y sin ningún rol. Lo que provoca la paradoja de que la exclusión se eleva con el control del riesgo y que la seguridad de las garantías se reduzca. El resultado es que, en vez de aumentar la seguridad de pocos, crece la inseguridad de todos9.

El verdadero peligro, como ha advertido BAUMAN10, es que el hilo de la comunicación social entre los ricos que se globalizan y los pobres que se localizan se rompa, porque entre los ganadores de la globalización, en la parte alta superior, y los perdedores de la globalización, en la parte baja inferior, no existan terrenos o espacios en los que poder luchar por la igualdad y la justicia. Y esta ha sido una de las causas de los atentados del 11 de Septiembre, además si nuestra periferia quiere acceder a nuestras condiciones de vida tiene que someterse a una auténtica desnaturalización cultural y económica, aunque se trata de una meta inalcanzable a la que nunca llegará.

En este contexto, observamos como de la misma forma que se constata la irreductible existencia del riesgo y la imposibilidad de garantizar los medios clásicos de seguridad, el sistema penal del Estado contemporáneo funciona asumiendo la ineludible existencia de relevantes y sostenibles niveles de exclusión social, a los que se enfrenta con una intención de gestión, y no de superación mediante el ideal integrador11. Esta mutación que afecta al Estado contemporáneo (postfordista), que pasa del Welfare State a un modelo con una definición más difusa en el que la institución estatal modifica las funciones atribuidas a su centralidad permanente, acomodándose a un modelo de Estado mínimo en los socioeconómico y máximo en lo referente al control

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social. WACQUANT, lo ha definido con precisión: "difuminación del Estado Económico, debilitamiento del estado social, fortalecimiento y glorificación del Estado penal"12. Una nueva forma de gestión de las insuficiencias integradoras del contrato liberal, no ya tejiendo una red social de seguridad frente a la exclusión (safety net), sino a través del ejercicio directo del control social sobre esos "espacios periféricos", mediante un entramado de vigilancia y sujeción (dragnet). Desde esta perspectiva, se modifica la aproximación a los efectos del sistema socioeconómico sobre los sectores sociales más desfavorecidos, ya que el modelo asistencial se ve sustituido por una aproximación que pone en primer término el paradigma del control13. Se construye social-mente el control y la vigilancia como obsesiones, y la segregación "de grupos de riesgo", la fortificación y la exclusión como urgencias. Todas ellas son respuestas construidas al miedo, como sentimiento fundamental de comprensión de la realidad del presente. Incluso, la nueva economía del control social contribuye tanto a gestionar como a crear el miedo, la alarma social, fenómeno que en sí mismo supone control14. En el nuevo proyecto de dominio no puede prescindir del poder militar, policial y penitenciario porque su genética propietaria es excluyente por definición y sólo puede criminalizar la pobreza que genera la exclusión, pero necesita eliminar también cualquier riesgo de algo político15, eliminando cualquier tipo de disenso.

Todo ello, ha provocado que en todo el planeta al fenómeno de la explosión carcelaria, como consecuencia de la distinción entre los globalizados y excluidos. Entre ellos, se destaca indudablemente lo siguiente: en la sociedad globalizada también la distribución de renta es inversamente proporcional a la distribución de los castigos. A los globalizados mejor renta y menos castigos; a los excluidos menor renta y más castigos. Bajo el influjo de los movimientos de la ley y orden son atacadas las clases marginadas, o sea, postulan la criminalización más dura de la micro-criminalidad así como el aprisionamiento en masa de los excluidos; pero escapan las clases ricas, es decir, a pesar del clamor general por la criminalización de la macro-criminalidad (criminalidad de los poderosos). De manera tal que, el incremento de las poblaciones penitenciarias en el mundo parece responder más a los modos de gestión del deterioro de la situación social y de la emergencia de la exclusión social que a un proporcional incremento de la criminalidad16.

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Esta realidad, se justifica por un pragmatismo-eficientista, que es la nota del Derecho criminal en esta era de la globalización. Lo que importa es que el sistema sea eficiente, que alcance sus resultados programados, aunque con un alto costo en el recorte de los derechos y garantías fundamentales. Desde...

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