Palabras con piel, oídos que hablan: la búsqueda del Otro en los procesos de justicia restaurativa

AutorAnnabel Martín
Páginas105-124
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CAPÍTULO 5
PALABRAS CON PIEL, OÍDOS QUE HABLAN: LA BÚSQUEDA
DEL OTRO EN LOS PROCESOS DE JUSTICIA RESTAURATIVA
Annabel Martín
People who are deeply affected by the epidemic of violence understandably
want to see an end to crime. But rarely do they have access to ideas other than
those underlying retribution as justice. 1
(Angela Davis, «Report from Harlem»)
LA PIEL DE LA PALABRA
La lágrima es buena compañera de viaje. Nos mantiene atentas, sensibles,
abiertas, receptivas. En el caso del terrorismo sufrido en la comunidad vasca,
brota fácilmente cuando se escucha el testimonio de personas que han visto sus
vidas transformadas de raíz por la violencia política. Sirve de prisma para resituar
el yo en ejes que lo obligan a pensarse en comunicación con Otro, haciendo de
puente con ese sujeto doliente. La lágrima nos invita a ponernos en el lugar de la
víctima, por muy imposible que esto sea, estableciendo un amago de cercanía a
una situación que, por otra parte, nos excluye por ser íntima en su esencia. Es
también, no olvidemos, un acto social por las innegables ramificaciones políticas
y colectivas que posee. La lágrima es, a fin de cuentas, un exceso que nos apela,
un ejercicio de empatía que debería exigirnos poco esfuerzo por ser una respues-
ta humana natural, pero que, sin embargo, c uesta.
1 Traducción: «Muy comprensiblemente, aquellas personas afectadas seriamente por la epi-
demia de la violencia esperan ver el final de los crímenes que sufren. Pero rara vez se les ofrece una
idea distinta de justicia que no sea la de la retribución». To das las traducciones del inglés son de la
autora.
Annabel Mar tín
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Vivimos en contextos históricos dominados por lógicas económicas basadas
en la reducción de la realidad a su cara monetaria, en el paroxismo de la fragmen-
tación, en un individualismo celebrado y magnificado de yoes únicos, de seres
altamente conectados tecnológicamente en grupos de interés y de consumo que
solo pueden mirarse en el espejo del yo, nunca en el reflejo del tú. Estas divisiones
desubican, nos separan, y justifican que solamente podamos pensarnos en plural
si lo hacemos con exclusividad, de manera «agria,» insensible, irresponsable, e
incluso de forma tribal, distinguiendo con excesiva facilidad «los míos» de entre
la colectividad plural real.
En cuestiones de terrorismo y de identidad política no podía ser de otro
modo; incluso cabe decir que se exageran las diferencias porque a nivel personal,
dentro del mundo de la violencia, consuela vivir el yo como una relación con uno
mismo o con los míos (un ser yo-yo) frente al modelo político del ser más com-
pasivo y comprometido que insta a una identidad de tú-yo. Se nos interpela social
y culturalmente para no ver esta conexión con el Otro ajeno a mí; se nos educa
para dividir a los demás en seres dignos o no de nuestra compasión (Butler, 2004),
de nuestra lágrima. 2 Vivimos en espacios que separan (John Berger). Con la
comunidad de «los míos» se trata de apaciguar la poca humanidad que nos queda
negando una conexión del yo con aquel que se me otorga «diferente,» ajeno,
carente de la humanidad que reclamo para mí, vivido todo ello como si fuese una
ley natural. ¿Cómo articular un espacio común que desafíe «el espacio que nos
separa (Berger en Rich, 2001, p. 107)? ¿De qué instrumentos nos podemos servir
para superar dicha separación especialmente en sociedades como la vasca nece-
sitadas de mecanismos de reconciliación?
En comunidades dañadas por la violencia, cuesta en primera instancia ver
surgir una empatía generosa, esa que reconoce en el Otro ese punto de vulnera-
bilidad sobre el que se fundamenta nuestra humanidad compartida. Son necesa-
rios otros instrumentos, otras vías de «ensanchamiento» de lo real, hasta de movi-
mientos internos psicológicos que permitan y faciliten que ese espacio del tú
pueda ser ocupado incluso por el causante del dolor del yo. En otras palabras, se
tiene que producir la alquimia que permita reconocer a mi enemigo como a mi
semejante. Hablamos de la magia que surge cuando la condición humana se fun-
damenta en el oído (Barthes, 1978, p. 202), es decir, en la capacidad de escuchar,
2 En «Violence, Mourning, Politics», Butler analiza los procesos de deshumanización que
determinan y definen qué vidas son las que merecen la pena llorar y cuáles no.

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