Opinión acerca de Carmelo Lisón Tolosana

AutorMikel Azurmendi
Páginas44-46

Page 44

Guasón e irónico cuando te acercas con algún hallazgo teórico del que pareces ufano, fraterno cuando las circunstancias te llevan a hablarle de problemas tuyos, incisivo si le pides bibliografía, preguntador insaciable cuando apareces ante él, por fin, tras una larga ausencia, Carmelo Lisón siempre está a la escucha. Es raro que, de primeras, te diga algo que no sea preguntando. Con su mirada parece decirte siempre algo: de desconcierto, admiración, burla o entusiasmo, nunca de desinterés. Siempre lo has encontrado con una corbata llamativa. Dedujiste desde el primer día que se debería a su mujer inglesa o, acaso, a la impronta de un primer atavío como humilde y respetuoso civil en las aulas de Oxford. Así es como me lo encontré por primera vez en La Coruña, en un bar, tras habernos saludado y presentado poco antes en el tribunal que debía optar por uno de entre dos candidatos, y así es como me lo he encontrado en Logroño el año pasado, en las jornadas del IV Centenario del cruento proceso inquisitorial contra los brujos de Zugarramurdi. Entremedios han transcurrido más de veinte años pero las corbatas siguen las mismas, generalmente bajo un jersey que conoces bien y ese oxoniense vestuario de profesor desinteresado de las mundanales maneras. Sus intereses solo han sido la comprensión de los actos humanos, la descripción de las acciones de la gente sencilla pero también de misioneros y reyes, de inquisidores y perseguidos, de escribidores y místicos, de todo eso que rezuman los libros, las escuchas etnográficas de campo, las composiciones eidéticas, las creaciones del imaginario humano, de todas las creaciones humanas salvo las cosméticas.

Su gesto es el de quien siempre está a la mira, siempre Carmelo está como no perdiéndose algo con la vista, oteando fijamente algo que tal vez esté dentro suyo pero con los ojos muy abiertos tras esas lentes capadocias de pensar si es Uno o es Trino que le dan al rostro un aire de sorprendido, de barruntador de enigmas. ¿Será ése el mirar que se le pone a quien solo ama conocer, pasmo exterior del thaumatsein que decía Aristóteles? En todo caso es la misma mirada que te mira desde esa foto de cuando aún era un crío, foto sin duda sepia pero que ha quedado algo edulcorada para la edición del librito que contiene mi escrito mimado de entre los centenares que he leído de Carmelo Lisón: una semblanza de su pueblo natal, La Puebla de Alfindén (El pueblo como lugar de memoria). En la foto de escolar...

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