La educación rural en Colombia: Entre la lógica del desarrollo-capital humano y los conocimientos otros
Autor | 1.Nydia Constanza Mendoza Romero - 2Frank Molano Camargo |
Cargo | 1.Docente – Investigadora del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia. - 2.Docente – Investigador del Proyecto Curricular de Ciencias Sociales de la Universidad Distrital “Francisco José de Caldas” de Colombia. |
Páginas | 44-56 |
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¿Qué elementos han intervenido para que los discursos sobre la educación en las zonas rurales se hayan asociado de manera incuestionable a la lógica del desarrollo-capital humano? ¿De qué maneras las experiencias educativo-rurales centradas en la productividad agrícola, la protección ambiental y la gestión de recursos naturales que han sido agenciadas por instancias gubernamentales y organismos internacionales como la FAO y la UNESCO, articulan y reproducen representaciones hegemónicas sobre los campesinos y lo rural? ¿Es posible imaginar hoy procesos educativos en áreas rurales fuera de la lógica del desarrollo?
Sin pretender agotar las reflexiones que pueden motivar estas preguntas, el artículo que presentamos busca problematizar dos aspectos: de una parte, cómo ciertas representaciones sobre lo rural y sobre los y las campesinas, asociadas a la lógica del desarrollo, se vuelven dominantes y configuran de manera incuestionable los procesos educativos a los que dichos sujetos deben acceder; de otra, cómo desde las organizaciones campesinas se comienzan a visibilizar formas distintas de pensar y agenciar experiencias educativas y formativas en las zonas rurales.
Para ello, retomaremos los avances parciales de la investigación: “Procesos de formación política y constitución de sujetos sociales en la AsociaciónPage 45Campesina del Valle del Río Cimitarra”1, precisamente porque consideramos que en la persistencia de estas organizaciones (sus saberes, formas organizativas y de lucha, referentes de memoria e identidades colectivas), se constituyen sujetos producidos en la dinámica de resistencia-adaptación a las lógicas de la mercantilización de lo rural, en donde los procesos educativos y formativos que implementan, no sólo ponen en cuestión la naturalizada relación educación-desarrollo rural, sino que además, posicionan otras maneras de entender al campesinado, su vínculo con el territorio y sus sentidos de vida.
Desde estos presupuestos, dividimos el escrito en dos partes: en la primera analizamos las construcciones conceptuales de organismos internacionales como la FAO y la UNESCO que van configurando históricamente la lógica del desarrollo rural, evidenciando las representaciones de ruralidad y de campesino presentes en dicha constitución y la forma como se van articulando los procesos educativos. En la segunda parte, presentamos algunas reflexiones sobre la formación en organizaciones sociales, agenciadas por la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (en adelante ACVC), que nos permiten visibilizar la manera cómo estas organizaciones se ven producidas por las elaboraciones procedentes de las políticas del desarrollo rural, pero a su vez hacen emerger otras miradas sobre la ruralidad, la organización campesina y sus posibilidades formativas.
Partimos de entender el desarrollo, de acuerdo con Arturo Escobar (1996: 14) como un régimen de representación, surgido durante la segunda posguerra, que ha moldeado las concepciones de realidad y acción social de los países que desde entonces se conocen como subdesarrollados. Cómo régimen de representación, el desarrollo se reconoce como una experiencia histórica que da origen a un dominio de pensamiento y acción susceptible de analizarse desde tres ejes mutuamente relacionados: las formas de conocimiento que a él se refieren, el sistema de poder que regula su práctica y las formas de subjetividad fomentadas por este discurso, mediante las cuales las personas llegan a reconocerse como desarrolladas o subdesarrolladas. De esta forma, losPage 46regímenes de representación pueden analizarse como lugares de encuentro en los cuales las identidades se construyen, pero también donde se origina, simboliza y maneja la violencia (1996: 31).
Entonces, cuando hablamos de “desarrollo rural”, nos referimos tanto a una forma de producción de conocimiento, una estrategia de intervención y una construcción geopolítica de producción de subjetividad, orientadas a la comprensión /intervención de las áreas rurales ubicadas en el “tercer mundo”. Estas estrategias son constitutivas de las políticas del desarrollo, las cuales surgieron durante la década del 40, cuando organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional empezaron a nombrar las regiones de Asia, África y América Latina como regiones necesitadas de intervención por el “mundo avanzado”2.
En esta categorización se reconoció que, dentro del mundo subdesarrollado, las áreas rurales eran las más atrasadas económicamente, dispersas espacialmente, inestables políticamente, poco productivas y que requerían de una “reforma agraria”. Esta lectura sobre lo rural justificó el diseño de políticas focalizadas en la modernización y la expansión de la frontera agrícola. Así, durante las décadas de 1950 y 1960 fue hegemónico el proyecto de “revolución verde” que asoció el desarrollo rural con las explotaciones agrícolas de monocultivo en gran escala, apoyadas por una inversión estatal masiva financiada por los préstamos del Banco Mundial (BM), los cuales estaban dirigidos a la construcción de infraestructura física que permitiera realizar los objetivos mencionados. En este momento, instancias como la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO) condicionaron el desarrollo rural a los intereses de las grandes transnacionales de la agroindustria y las políticas de los organismos internacionales.
Al comenzar la década de 1970, las promesas de la Revolución Verde evidenciaron su agotamiento, y las políticas de las agencias internacionales como el BM y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) reorientaron su estrategia hacia el “Desarrollo Rural Integrado” (DRI)3. Con esta estrategia se buscó estimular, por medio de créditos y de facilidades para la comercialización,Page 47a los “pequeños y medianos agricultores” para que se tecnificaran y aumentaran su producción. En el caso específico de Colombia surgieron instituciones como el Instituto Colombiano Agropecuario –ICA–, que dirigieron una parte de sus actividades hacia la modernización del sector agrícola de subsistencia, beneficiando a aquellos campesinos que tenían mejores ventajas comparativas sobre los demás (mejores tierras, proximidad a fuentes de agua o carreteras, etc.), marginando a los más pobres y agudizando la polarización existente en el campo.
En este proceso, se capacitó a los campesinos seleccionados dentro de la estrategia DRI en el “manejo integral de fincas”, con el fin de garantizar una comprensión de las técnicas organizacionales y empresariales necesarias para aplicar el enfoque integrado. La implementación de esta experiencia, junto con un conjunto de estrategias de producción, programas sociales y de infraestructura, configuró una representación economicista de los sujetos campesinos, al visibilizarlos como “clientes” susceptibles de potenciarse para la producción, a través de estrategias concretas de inversión. Esta construcción social4 del sujeto campesino fue posible por varias razones mutuamente implicadas:
• La instauración de un conjunto de programas bien coordinados e integrados que lograron transformar a los campesinos en “pequeños empresarios racionales”, desconociendo sus formas de ver y saber, y las maneras como leían y resolvían sus propias dificultades;
• Una lectura del problema desde la política estatal que no incluyó nunca una reestructuración sobre la propiedad y el acceso a la tierra, demanda que venían planteando desde la década del 70 varias organizaciones campesinas en el país;
• La naturalización de la estrategia DRI, que hacia aparecer el desarrollo rural como la única opción posible. Así, la forma como era leído el problema agrario desde las políticas del desarrollo, las decisiones sobre quiénes y cómo participaban de los programas y qué resultados debería arrojar, se asumieron por “clientes” y “agentes” como “lo que había que hacer” (Escobar 1996: 236).
• La progresiva despolitización de las estrategias de desarrollo rural y la descaracterización de la problemática rural, sometiendo las soluciones de los problemas agrarios a las políticas de ajuste estructural (en las cuales las soluciones se encuentran en los espacios políticos del mercado)Page 48y subordinando a los movimientos campesinos a una única salida: la del capital5.
Esta lógica se acentuó durante la presidencia de Robert McNamara6 en el Banco Mundial (1968-1981), quien introdujo el lema de “combatir la pobreza” con el crecimiento exponencial de los créditos al desarrollo rural y la agricultura. Se consolidaron entonces las primeras propuestas de educación para el desarrollo rural7, a partir del aprendizaje de técnicas agrícolas, haciendo la distinción...
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