La importancia institucional de la constitución de Bayona en el constitucionalismo hispanoamericano

AutorEduardo Martiré
CargoDoctor por la Universidad de Buenos Aires y Doctor "honoris causa" por la Universidad de Córdoba (Argentina)

Eduardo Martiré: Doctor por la Universidad de Buenos Aires y Doctor "honoris causa" por la Universidad de Córdoba (Argentina). Catedrático de Historia del Derecho. Miembro de número y Vicepresidente primero de la Academia Nacional de la Historia. Miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, correspondiente de la Real Academia de la Historia de España y de otras academias de la América española. Presidente del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano y Vicepresidente primero del Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho de Buenos Aires. Autor de varios libros y numerosos estudios históricos jurídicos.

  1. Es bien conocido el impacto que la presencia de Napoleón produjo en Europa, sus éxitos militares y su política de dominio universal conmovieron el antiguo régimen hasta sus cimientos, la reordenación (con supresión e invención de estados europeos) en función de los intereses de Francia y la aparición de una poderosa dinastía en el mundo, fueron detonantes que marcaron a fuego su época, tan efímera como brutalmente transformadora.

  2. En ese mundo creado por las bayonetas bonapartistas, el "amo de Europa" ponía y quitaba testas coronadas e imponía, como "misionero de la Revolución Francesa", así se consideraba, las reformas que habrían de producir el cambio, pues pensaba dar con ellas a Europa (y América, ya que desde un comienzo los dilatados y ricos territorios de ultramar estuvieron presentes en la mente conquistadora1) un "nuevo régimen", mas justo, más racional, adherido a los principios universales proclamados por la Revolución Francesa, de quien se erigía como su hijo mas devoto. Para ello, las nuevas normas habrían de esta contenidas en constituciones rígidas, códigos y ordenanzas generales que llevarían en su grupa los ejércitos "libertadores" franceses, para hacer efectiva la campaña de "regeneración" que se había impuesto. La transformación revolucionaria del "antiguo régimen", es decir su eliminación, era imperiosa, no solo en Francia, cuna de la revolución, sino en todo el orbe, según se pensó desde un comienzo, un orden nuevo, un mundo nuevo, un hombre nuevo.

  3. Sin embargo, esta acción expansiva, a pesar de los éxitos militares de la Revolución, había sido inexplicablemente postergada. La liquidación del absolutismo monárquico, y la instauración de un régimen definitivamente diverso del antiguo, asentado en el disfrute de los derechos fundamentales del hombre (la igualdad, la libertad, y la limitación del poder), todos ellos principios revolucionarios, que habían sido los objetivos insoslayables de la Revolución Francesa, no terminaban de concretarse. Napoleón se sentía llamado a culminar esa acción revolucionaria llevando adelante su anunciada misión "regeneradora".

  4. El nuevo régimen habría de responder a las corrientes iluministas, liberales e individualista que arrollaban con fuerza incontenible un sistema petrificado e inmóvil, que saltaría como costra seca al primer empuje revolucionario2.

  5. Hombre de la Revolución, no habría de traicionar los principios basales de ese movimiento único y universal, al menos era ese el contenido de sus soflamas. Se trataba, a su entender, de adecuar aquellos principios eternos de libertad, igualdad y fraternidad, a los tiempos y a las situaciones del angustioso presente, en donde se imponía un nuevo orden, presidido por el Emperador, quien daría garantía de aquellos derechos irrenunciables, acabando con el caos y la anarquía.

  6. Si el viejo y carcomido régimen aún subsistía, defendido por los poderosos intereses conformados en su derredor, estaba claro que cabía destruirlo sin demora y llevar la bandera tricolor al mundo entero, con los nuevos métodos y formas concebidos por Napoleón. Ni el terror, ni la persecución, ni el comité de salud pública, ni las muertes indiscriminadas, habían sido eficaces, y tal vez, ni siquiera necesarias, razonaba el nuevo dictador.

  7. Para hacer firmes y duraderas las transformaciones revolucionarias, que finiquitasen con un régimen cuya muerte se había decretado hacía tiempo ya y que aún daba signos de vida y esplendor, Napoleón echaba mano a sus bayonetas y sus triunfos militares. De esa manera, este nuevo "dios Marte" impondría en todo el orbe la revolución postergada.

  8. Porque esa Revolución no se había hecho solo para Francia, era universal, buscaba crear una nueva sociedad, mediante un hachazo definitivo entre lo que a partir de entonces se llamaría el "antiguo régimen" y el nuevo orden político y social que pretendía crearse sobre fundamentos enteramente nuevos3.

  9. Es verdad que aquellos objetivos, altivamente declarados por los revolucionarios de 1789, regicidas e impíos, impuestos a sangre y fuego...

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