El nuevo modelo energético: renovable- distribuido, participativo y digital. un acercamiento al autoconsumo compartido

AutorMercé Ortiz
Páginas143-162

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1. Introducción

Los efectos del cambio climático ya son claramente visibles en todo el planeta, a saber: la subida media de las temperaturas, los desastres climáticos extremos cada vez más frecuentes, el aumento de las emisiones de dióxido de carbono después de años de estancamiento por la crisis económica…

Es evidente que la distancia entre lo que hacemos y lo que deberíamos hacer es grande, demasiado. Y se mira siempre hacia los países para que actúen con mayor responsabilidad (climática) y se cambie definitivamente de rumbo para que la temperatura no aumente más de 1,5 ºC, de acuerdo con lo estipulado por el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC), y recogido en el Acuerdo de París de 2015. Quizás esa mirada debería ampliarse para abarcar a la ciudadanía, y ello no solo porque los Estados no cumplen con sus obligaciones, como evidencia la deteriorada situación climática citada, sino

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también por motivos de eficacia y justicia, que son respaldados por la normativa comunitaria y posibilitados por la tecnología de la información.

En cualquier caso, el cambio climático y los impactos graves y variados que se derivan son el reto de carácter global más importante que la humanidad ha afrontado jamás, y es urgente entonces la consolidación del nuevo modelo energético, es decir, renovable y descentralizado, pero también participativo, como se mostrará. Cabe adelantar la consideración de la energía como un «bien común», como ha recogido muy acertadamente la Ley 16/2017, de 1 de agosto, del cambio climático de Cataluña (artículo 19.1), y en coherencia, además, con los objetivos del último paquete de reforma normativa comunitaria energética, de noviembre de 2016.

En la actualidad los «bienes comunes» y sus posibles derivados son conceptos que resuenan cada día más, y grosso modo implican otra forma de organizar la sociedad y de gestionar los recursos, mediante el empoderamiento de la ciudadanía y la práctica de la ética de la economía circular y del acceso. Esta caracterización entronca de lleno con el nuevo modelo energético, pues el protagonismo recae en la ciudadanía -el «prosumidor» (productor-consumidor) mediante el autoconsumo de electricidad- y en su capacidad para participar en la gestión energética de forma activa con la cada vez más implantada digitalización del sector eléctrico, en pro de una iniciativa energética digital o energía colaborativa tanto para el entorno (mitigación del cambio climático, aire limpio) como para las personas (a favor del ahorro y eficiencia energética y econó-mica, evitando la «pobreza energética»).

Además, en la actualidad parece que el autoconsumo puede ser colectivo o compartido en España, de acuerdo con la STC 68/2017, de 25 de mayo de 2017, que resuelve el conflicto positivo de competencia, planteado por el Consejo de Gobierno de la Generalitat de Cataluña en relación con diversos preceptos del Real Decreto 900/20151, que anula el precepto que expresamente prohíbe la conexión de un generador a la red interior de varios consumidores (artículo 4.3 del Real Decreto 900/2015). Pero, como se verá, todavía el autoconsumo compartido (varios consumidores comparten una misma instalación siempre que haya proximidad física a la misma, como sucede con las viviendas de un edificio, los establecimientos de un centro comercial, etcétera) no es viable por la persistencia de otros impedimentos jurídicos de nuestro ordenamiento jurídico.

En cualquier caso, de acuerdo con la idiosincrasia de la energía, en principio no se puede acumular, debe ser consumida en el mismo momento de su producción o en su caso guardada, y, como no siempre puede hacerse, para no perder la energía producida lo más eficiente es compartirla, por lo que se otorga un

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nuevo papel preponderante al consumidor como agente activo en un mercado complejo y respaldado por la tecnología.

2. La transición al modelo energético renovabledistributivo, participativo y digital

La transición energética hacia un sistema cien por cien renovable necesitará que millones de personas se involucren en ella de múltiples formas para que ocurra con la rapidez necesaria para salvarnos como especie de las nefastas consecuencias del brusco cambio climático que ya nos acecha. Y para ello ya hemos de consumir, producir, almacenar energía renovable apoyados por nuevos sistemas organizativos, de financiación…

La tecnología hace que la transformación del modelo energético sea posible y viable, pero que realmente ocurra depende de factores sociales e institucionales. En este momento cabe aludir al enfoque parcial de la aplicación de la llamada «inteligencia», limitado su alcance a los sistemas técnicos, como son: redes eléctricas inteligentes, edificios inteligentes, transporte inteligente, etcétera, cuando la inteligencia debe extenderse al sistema social, económico, institucional… Si la inteligencia no llega a esos sistemas, los beneficios de los sistemas técnicos no se aprovecharán.

2.1. La ciudadanía en el centro de la transición energética

La mitad de los ciudadanos de la Unión Europea podría producir su propia electricidad sobre el 2050 y cubrir el 45% de la demanda eléctrica de la Unión Europea. Nuestro mercado energético está pasando de los combustibles fósiles y la energía nuclear a las energías renovables, pero también está pasando de ser un mercado centralizado dominado por las grandes instalaciones a uno donde las personas producen su propia energía y contribuyen a gestionar la demanda. Sin estos ciudadanos «productores de energía» o «ciudadanía energética» la transición a un sistema energético cien por cien renovable no será posible. Y la urgencia que este imprime a la inevitable transformación del sistema energético mundial hacia la eficiencia y las energías renovables requiere de un esfuerzo colectivo de enorme calado.

En el actual contexto de transición energética se difuminan los conceptos de consumidores y productores, antes totalmente separados, y asimismo se reconocen otras formas de participación -distintas a la de ser meros clientes de una empresa comercializadora de electricidad- a la ciudadanía, tanto de forma individual como conjunta, como, por ejemplo, mediante las llamadas «comunidades energéticas», que serán objeto de atención infra.

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Dichos cambios se justifican en la consideración de la energía como un bien esencial para la sociedad, y cada vez más, dada la «electrificación» de nuestro modus vivendi, que hace que recaiga sobre cada uno de nosotros -como usuarios permanentes de energía- la responsabilidad de su buen uso, es decir, ahorro y eficiente uso. Pero, además, dada la madurez y generalizada tecnología energética renovable2en convergencia con el gran desarrollo tecnológico de la información, los ciudadanos pueden generar su propia energía y compartirla (modelo descentralizado de energía). Y en este ya relevante supuesto hay una cuestión clave, como es la «gestión activa de la demanda», es decir, la capacidad para que las personas o empresas consumidoras puedan desplazar en el tiempo su consumo en momentos en los que la energía se necesita en otros puntos de la red. En otras palabras, se pueda conseguir un sistema cien por cien renovable, eficiente, seguro, inteligente, y todo ello también desde un punto de vista económico. Que la ciudadanía adapte su consumo a las horas eficientes es posible por la digitalización del sistema eléctrico (energía digital). En efecto, alguien que almacena el equivalente a unas horas de su demanda energética puede comprar electricidad (de un panel solar o de la red) cuando los costes sean bajos para usarlos cuando los costes de la electricidad son altos. Esto ayudaría a evitar los costes de las «horas picos» y a estabilizar la red eléctrica sin deterioro.

El 25 de febrero de 2015 la Comisión Europea presentó la «Estrategia Marco para una Unión de la Energía resiliente con una política climática prospectiva»3, cuyo objetivo reside en garantizar que todos los ciudadanos de la Unión Europea disfruten de una energía segura, sostenible, competitiva y asequible. Representa, a la postre, la consecución del tan ansiado mercado único energético4. Un mercado en el que todos los Estados miembros dependan unos de los otros y todos orientados hacia los consumidores, porque solo los consumidores pueden asumir un papel vital en la transición energética, y pueden aprovechar los beneficios de las nuevas tecnologías, pues solo ellos pueden reducir sus facturas y solo ellos deben participar plena y activamente en el mercado, indiscutiblemente, siempre que se proteja a los consumidores vulnerables. La estrategia comprende cinco dimensiones de actuación interrelacionadas, a saber: a) La seguridad energética, solidaridad y confianza; b) un mercado europeo de la energía plenamente integrado; c) eficiencia energética como contribución a la moderación de la demanda; d) descarbonización de la economía, y e) investigación, innovación y competitividad.

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Asimismo, meses más tarde se presenta la comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las Regiones «Establecer un nuevo acuerdo para los consumidores de energía»5, cuyo objetivo principal es mejorar la conexión entre el mercado mayorista y el mercado minorista en beneficio de los consumidores. Y para ello fija tres pilares: la capacitación de los consumidores, la creación de hogares y redes inteligentes, y la gestión y protección de datos. El nuevo acuerdo...

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