La nueva nobleza en la baja edad media

AutorFernando Suárez Bilbao
Cargo del AutorUniversidad Rey Juan Carlos
Páginas71-119

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La revolución trastamara: la nobleza nueva

El holandés Ian Huizinga, en una obra que se ha hecho ya clásica1se hace eco de la importancia que se dio en la baja Edad Media a la nobleza: "Fúndase ello en que la forma noble de la vida conservó su imperio sobre la sociedad hasta mucho tiempo después de haber perdido la nobleza su preponderante significación como estructura social. En el espíritu del siglo XV, sigue la nobleza ocupando, sin duda alguna, el primer puesto como elemento de la sociedad. Su significación era estimada por los contemporáneos con exceso, así como la de la burguesía lo era con defecto. Los contemporáneos no ven que las verdaderas fuentes motrices de la evolución social no residen en la vida y en la actividad de una nobleza guerrera, sino en otra parte. .."2.

En la Historia de Castilla no se puede hablar de un momento concreto en el que haya surgido su nobleza. El origen de la nobleza castellana se nos presenta así de una manera un tanto oscura. Se podía remontar a las épocas visigoda o carolingia3. Tradicionalmente se defendía que pueda ser la época de Alfonso VII el momento en que se puede hablar ya de la existencia de nobles en el sentido más preciso de la palabra4. A lo largo de reinados sucesivos, se irán formando una serie de linajes que darán amplio juego en el panorama político castellano: los Lara, Castro, Manrique, López de Haro...5. No podemos narrar aquí todas las peripecias de Page 72 estas familias a lo largo de varios siglos. Sólo haremos hincapié en los procedimientos de que se valdrá la Corona a fin de hacer frente al carácter casi siempre levantisco de éstas. Serán, esencialmente tres: la simple y pura represión (usada por Sancho IV y por Alfonso XI en la primera parte de su reinado), la canalización de las energías de la nobleza en empresas bélicas, sobre todo en la frontera de Granada (una constante en toda la Baja Edad Media Castellana) y la creación de una amplia base jurídica, en la que se definiesen perfectamente los campos (caso de los Ordenamientos de Alcalá de 1348).

La instauración de la dinastía Trastámara en Castilla dio lugar, entre otras cosas, a la formación de una nobleza de nuevo cuño la cual no procede, más que una mínima parte, de la aristocracia feudal o militar del periodo anterior. Los Velasco, Stúñiga. Mendoza, etc., son nombres nuevos en el panorama político castellano. Paralelamente. se empieza a difundir la nomenclatura nobiliaria de origen feudal (condes. duques marqueses...), aunque sin contenido alguno de vasallaje6. Algunos títulos, como el de conde, existieron en época anterior, aunque desapareció en el siglo XIII. Desde Enrique II, siguiendo el modelo francés, se extenderá el de duque, para designar más la categoría social de un determinado personaje (pariente del rey) que la importancia del señorío que posee7.

Enrique II emprendió una restauración de la Monarquía en cuanto ejercicio de autoridad conforme a derecho, lo que significó un esfuerzo para que las cortes asumiesen su papel de plataforma para la promulgación de leyes y el diálogo con las ciudades a fin de fijar los impuestos, otro para ordenar el ejercicio de la justicia civil en la Audiencia real, y un tercero para establecer las atribuciones y funcionamiento del Consejo. En este último tenían derecho de presencia -lo que implicaba también que solo por el podían ser juzgados- los nobles, que en razón de sus títulos o del oficio que regentaban, venían a constituir, en sentido estricto, la Corte del rey. Todo esto, expuesto de un modo simple, puede equivocar a los lectores pues las cosas no eran linealmente tan claras como aquí las presentamos ni el ordenamiento jurídico aparecía tan nítido.

Pero se iba trabajando en esa dirección. Algunas veces se ha exagerado el contraste entre nobleza y monarquía, demasiado atentos a los conflictos continuados entre ambas, olvidando, incluso, que al rey convenía tanto la consolidación de una como de otra. La tendencia a la constitución de mayorazgos era fomentada por el rey8 como una parte de Page 73 la estabilidad deseada. Los dos inmediatos sucesores de Enrique II, su hijo y su nieto, hicieron muy notables esfuerzos para desarrollar el cuadro institucional y consintieron "mercedes" que en la práctica resultan más abundantes que las que dieron mala fama al fundador de la dinastía. Al final de la trayectoria -en el reinado de Fernando e Isabel- la monarquía apareció extraordinariamente reforzada, pero la nobleza también.

Predominio de la nobleza que se manifestó en una determinada mentalidad que tiene mucho que ver con las corrientes del humanismo primero y que se identifica mediante la expresión "espíritu de la caballería"9. Esta consiste en aceptar el principio de que la pertenencia a ese sector social, especialmente a los que, dentro de él reciben nobleza por linaje y no por carta u otras razones, genera ciertos deberes inexcusables. En cierta ocasión, ante las Cortes, el rey Juan I explicó la importancia que los caballeros tenían en el conjunto del reino por sus virtudes, en especial la lealtad, la más característica. Lealtad y fidelidad se distinguen en que la segunda conduce a seguir al señor sin preguntarse por la justicia de su causa, mientras que la primera obliga a ayudar a ese mismo señor a situarse en la línea justa.

Un fuerte mimetismo hacia actitudes de la nobleza, "nostalgia de una vida mas bella", como señaló el ya mencionado Huizinga, artificio de lo heroico, como en las novelas de caballería que inician en este tiempo su larga andadura, respeto escrupuloso a la palabra dada y el deshonor que provoca no cumplirla, atención a los caballeros adversarios que deben ser advertidos al combate y defensa de las personas mas débiles, religiosos mujeres y niños, impregnó la sociedad castellana en este tránsito de los siglos XIV y XV. En Aljubarrota, donde tantos perdieron la vida, se hizo honor paralelo al vencedor, Nuño Álvarez Pereira, "o santo Codestabre" y al mayordomo Pedro González de Mendoza, que entregó al rey su caballo y murió en su lugar; por eso ambos cuerpos están enterrados juntos, en el monasterio de Batalha. Son cuestiones que no se deben perder de vista.

Los sentimientos de la caballería se presentaron con un revestimiento religioso: a fin de cuentas eran las virtudes propias de la nobleza una forma de vida cristiana. Así se expresa en multitud de documentos. El reino se reconocía a si mismo como comunidad de bautizados de la que los infieles, musulmanes o judíos, aunque habitaran en su territorio, quedaban excluidos. Durante la guerra civil, la curia de Avignon apoyó resueltamente a Enrique II dejando que circulara libremente la calumniosa acusación de filo judaísmo contra Pedro I, y de este modo se estableció un vínculo muy estrecho que, a causa del cisma, el cardenal don Pedro de Luna se encargaría de fortalecer. Fueron malos tiempos para los judíos: sufrieron asaltos y sobre todo, abusivas imposiciones tributarias con el nuevo régimen. Aunque más tarde, por puro egoísmo, Enrique II restaurara las antiguas Page 74 disposiciones que los amparaban, su hijo Juan I suprimió las dos más radicales: en adelante ningún tribunal judío podía dictar sentencias de muerte con ejecución, ni se haría responsable a ningún lugar del asesinato de un judío en su territorio.

Algunos de los exiliados, como por ejemplo don Pedro Tenorio que ocupaba la silla primada de Toledo10, habían permanecido durante años en Avignon, experimentando la influencia de Petrarca, en los años de plena madurez del poeta cuando estaba empeñado en identificar el naciente humanismo con la renovación religiosa. De allí trajeron un deseo de reforma que finalmente cristalizó en los decretos elaborados por varios Sínodos y en especial por los dictados por don Pedro de Luna en Palencia, durante las Cortes de 138811.

Alusiones a la necesidad de una reforma aparecen por todas partes, pero sin que respondiesen a un programa concreto que podamos explicar aquí: se trataba más de un sentimiento o de una aspiración a formas de vida cristiana más perfectas que de propósitos definidos. Enrique II gracias a la influencia avignonense llegó a formarse un equipo de influyentes eclesiásticos que, durante el reinado de Juan I ejercieron gran poder. Enrique III fue discípulo directo de uno de ellos, Diego de Anaya Maldonado y se vio poderosamente influido por los demás. En 1390 aun vivían el ya mencionado Pedro Tenorio, don Juan Serrano, obispo a la sazón de Segovia, Álvaro Isorna, Pedro de Frías, a quien Benedicto XIII haría cardenal, y fray Fernando de Illescas. Todos ellos propiciaron una reforma en varios sectores12.

Prescindiendo de los títulos que otorgó a sus colaboradores extranjeros, que, salvo el condado de Medinaceli por entronque de Bernal de Bearne con la Casa de la Cerda, no prosperaron, Enrique II creó una alta nobleza exclusiva para sus parientes que incluían un ducado, el de Benavente para su hijo Fadrique, un marquesado, el de Villena para Alfonso de Aragón, y seis condados: Vizcaya (Tello), Alburquerque (Sancho), Gijón y Noreña (Alfonso), Trastámara (Pedro), Carrión (Juan Sánchez Manuel) y Niebla (Juan Alfonso de Guzmán). Estaban destinados a ser como el contrapeso de poder al lado del rey para quienes, en cambio, iban a ocupar los grandes oficios de la Corte o del gobierno territorial. Estos eran los linajes de la nobleza "nueva" que reclama matizaciones pues muchos Page 75 de los linajes que la componían procedían también de la "antigua". La novedad consistía en las fuentes de rentabilidad que llegaban a sus manos junto con el poder.

Ahora bien, la equilibrada programación fue también desviada. De los grandes, dos...

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