La norma del gusto

AutorGianfrancesco Zanetti
Páginas119-144
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4. LA NORMA DEL GUSTO
Lascia ch’io mangi,
Lascia ch’io mangi,
E se ti piace,
mangia con me!
Lorenzo Da Ponte
1. UNDERWORLD
De los cinco sentidos, el gusto es el único directamente rela-
cionado con un pecado capital, el pecado de Ciacco, la «danno-
sa colpa de la gola» (Dante, Inferno, VI, 50).
No se quiebra uno el alma por un amor exagerado por
Mozart o Beethoven, no cae uno en un estado de gracia por
excesiva admiración de Velázquez o de Tiziano, no se peca
mortalmente por deseo de sonidos, colores o perfumes aromá-
ticos (aunque puedan ser vectores de ilícitas pasiones). Pero se
peca de gula, y el amor excesivo por la comida siempre ha
representado una modalidad incluso demasiado clásica de falta
de moderación, de incontinencia, de apetito inmoderado y casi
bestial para una forma de placer.
No cabe duda de que parte de la retórica clásica sobre la
gula debe conectarse con la desaprobación moral por el lujo: la
abundancia cuantitativa y la excelencia cualitativa de los place-
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res de la mesa debían resultar tanto más insoportables en un
contexto de pobreza difusa, cuando el hambre era una expe-
riencia incluso demasiado familiar por hombres acostumbra-
dos a una, no libremente elegida, frugalidad.
El placer de la comida, además, se comparte con los anima-
les no humanos, y puede ilustrar gráficamente la degradación
bestial del ser humano, la rendición a instintos atávicos y ani-
malescos, el resurgir de los elementos primitivos más brutales,
que la ascesis de los individuos más espirituales y las civilida-
des de las formaciones sociales buscan superar y contrastar.
Podemos pensar también en la ambigüedad de la gula, por
un lado, la cual tiene que ver con la voraz disposición a devorar
destrozando, y en cantidades excesivas, la comida por orcos,
pero por otro también admite una declinación cualitativa de
excesos de sofisticación, de una aguda búsqueda del placer, de
estimulación demasiado articulada de las papilas —ninguna
bestia es un sofisticado gourmet, y se necesita un sommelier
para reconocer a otro.
Del pecado de la gula, en todo caso, se ha perdido en parte
la conciencia del lado oscuro 1: no puedo imaginar a un confe-
sor imponer una penitencia por razones de demasiado amor
hacia el controvertido foie gras. Tenemos restaurantes muy
sofisticados, en donde se sirven platos elaborados que rozan lo
absurdo por precios hiperbólicos y sin sentido, con la molesta
agresividad de un sabelotodo Master Chef, y tenemos mortales
convites de boda que nunca terminan, a veces simples pero
devastadoras afirmaciones de riqueza y poder, y nadie nunca se
escandaliza demasiado. Los predicadores suelen preferir hablar
en contra de otros vicios, y naturalmente sobre todo contra la
lujuria.
1 Quizás sea apropiado distinguir un tratamiento del pecado en términos
de relación con Dios del tratamiento del pecado en términos de teología moral
y/o de las virtudes, periculosae plenum opus aleae: aquí me encuentro con uno
de los muchos límites de mis competencias.

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