Desde la noción etimológica de prudencia

AutorRicardo Dip
Páginas55-62

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La palabra lusitana «prudencia» —a ejemplo de tantos vocablos de señalización igual o prácticamente igual a ella (así, la prudencia en gallego y en castellano; en catalán, prudencia) o bastante próximos: el italiano pru-denza, la prudenfá rumena, la prudence de los franceses y el equivalente prudence de los ingleses— tiene origen próximo en el término latino pruden-tia, ae120, que es, a su vez, el resultado lingüístico de la pérdida de un fonema interior: laprudentía de los latinos es expresión sincopada de propia tía, palabra que perdió la sílaba pretónica121.

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El hecho, sin embargo, de que el vocablo prudentia sea la contracción de providentia no significa que las acepciones de estos términos sean exactamente las mismas. La providencia tan solo significa una parte122 de la prudencia.

Se lee, en efecto, en el Libro XX de las Etimologías de S. Isidoro de Sevilla, que el prudente (prudens123) es «quasi porro videns»124, es decir, aquel que ve de lejos125, y ese es el previdente126, el que ve con anticipación127, aquel cuyo acto es «ver antes de ver»128. La pre-videncia129, visión anticipada del futuro, conocimiento de lo que aún está a lo lejos y cuya actualidad se anticipa al conocimiento intelectual, es visión propia de un ánimo precavido que, por eso mismo, también, en ocasiones, adopta diligencias sobre lo que viene. Previdencia y providencia, pues, son nociones bastante próximas130. El providente es el previdente que provee: pravideo es

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propiamente ver antes; por su parte, provideo es ver antes y adoptar cautelas, hacer provisiones131 —el providente prevé y provee132.

Sin embargo, si la previsión y sus consecuentes diligencias oportunas son la (cuasi) parte principal de la prudencia, esta es algo más que la previdencia y la providencia133. Es que la prudencia no se limita a la previsión del futuro contingente y a las disposiciones sobre el porvenir, sino que su «prever-y-proveer» se asienta en el presupuesto indispensable de otras de sus partes (metafóricamente134) integrales135, a saber, sobre todo, la memoria del pasado y la inteligencia del presente136 —i. e., la consideración de la realidad que fue antes y de la que es ahora:

(...) la providencia es la parte principal de la prudencia y a la cual están subordinadas las otras dos, o sea, la memoria del pasado y la clara visión del presente, ya que, recordando el pasado y entendiendo

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el presente, conjeturamos las medidas que tenemos que adoptar para el futuro

137.

Si, por tanto, la parte cuasi integral principal de la prudencia es la visión anticipada del futuro, esta previsión se concreta gracias a las luces del pasado que se guardan en la memoria y a la aprehensión del presente que realiza la inteligencia. Sin la experiencia de lo que ya ocurrió y la aprehensión de las situaciones y circunstancias actuales no se puede ver plenamente a lo lejos: de ese modo, el significado de la prudencia es el de descubrir {inventio) la norma del obrar singular contingente futuro a partir (no solo, sino indispensablemente) de la aprehensión del sentido de la realidad138, formado por el pretérito y el presente.

A la prudencia no basta el conocimiento de los singulares; esta no puede limitarse, es verdad, al conocimiento de lo universal, en el que «no hay acción» —non est actío139—: el prudente «(...) debe conocer también lo particular»140. Pero «(...) le prudente n'est done pas le pur empirique que vit au jour le jour, sans principes (...)» —el prudente no es el puramente empírico, que vive el día a día sin principios(...)141—, porque «(...) toute action se définit par la fin vers quoi elle tend» —toda acción se define por el fin a que esta tiende142—, exigiéndose del hombre prudente el conocimiento del fin propio de la razón práctica, que es el bien, el bien de la naturaleza integral del hom-

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bre, incluida su politicidad: «(...) en el orden práctico, nada establece la razón que no sea en orden al fin último, que es el bien común»143.

El prudente debe tener el conocimiento tanto de lo universal como de lo particular —porque, siendo la prudencia razón activa, vale decir, principio de la acción, tiene que conocer, indispensablemente, lo singular, pues la acción versa sobre ese singular144—. En caso extremo, admiten Aristóteles145 y S. Tomás de Aquino su preferencia por el conocimiento singular:

(...) es preciso que el prudente posea ambos conocimientos, tanto el universal como el particular, y, de tener uno de los dos, debe poseer más (magís debet habere) el conocimiento de lo particular, que está más próximo a la acción

146.

El conocimiento de los singulares es, pues, un presupuesto de la prudencia. En efecto, al abdicarse de la aprehensión de lo real, la objetividad de las normas que la prudencia aprehende de la realidad apenas se sustituiría por la subjetividad de la conciencia, acarreando lo que Marcel de Corte diagnosticó ser propio de una «esquizofrenia permanente»147. Es que el desprecio de la realidad objetiva abdica del papel cognoscitivo de la prudencia, anulando, por eso, su función normativa del obrar concreto148; el hombre, impedido de saber la verdad, se vuelve el único arbitrario juez del bien y del mal y, egótico —o incluso autofágico149—, parece renovar la soberbia de su primer pecado: eritis sicut Dii, scientes bonum et malum150.

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Por el contrario, la prudencia se apoya en la realidad de las cosas151, y esa realidad, a la que se aboca la prudencia, en el ámbito de acciones contingentes, no es una verdad absoluta, sino aquello que sucede comúnmente y de lo cual se extrae la conclusión para las conductas futuras152. Por eso, Aristóteles enseñó que la prudencia es propia de los que ya vivieron el pasado153, y que los jóvenes, pudiendo ser geómetras y matemáticos, no parece que puedan ser prudentes. Es que la prudencia tiene también por objeto los singulares154, cuya familiaridad se adquiere por la experiencia155 y exige el decurso de largo tiempo:

(...) no parece que el joven se haga prudente. La causa está en que la prudencia trata de lo singular que nos es conocido por la experiencia. Ahora bien, el joven no puede tener experiencia, porque para adquirirla se requiere mucho tiempo

156.

La memoria del pasado, por tanto, abrigo de fidelidad al ser157, es presupuesto necesario del conocimiento prudencial158, memoria que alimenta

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de recuerdos, a partir de la experiencia, la función de la cogitativa159 o razón particular, que, comparando los casos singulares (collatio), descubre las reglas experienciales aplicables a las acciones a partir de su utilidad o inconveniencia para la felicidad del hombre, orientando, así, el movimiento hacia las conductas que se han de practicar u omitir: porque si un objeto no se aprehende como algo conveniente160, no se pone en movimiento la voluntad humana161. Así, el juicio de la cogitativa —o ratio particularis162—, correspondiendo a una estimación que excede la...

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