Necesidad del hábito prudencial

AutorRicardo Dip
Páginas79-83

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El término latino habitus deriva del verbo habere (tener). Por eso, hábito222 es:

(1) tener o poseer algo de forma inmediata, inherente al poseedor, sin intermediario (p. ej., tener conocimientos, tener simpatía habitual);

(2) tener o poseer algo exterior (tener una casa, un bolígrafo, tener un amigo);

(3) tener, en el sentido de vestir o llevar consigo una indumentaria, vestimenta, ornamentos o armas (de ahí la expresión «el hábito no hace al monje»223);

(4) tenerse a sí mismo: estado, modo de ser; de ahí «deber de hábito profesional» como sinónimo de deber del status de la profesión; de donde se entiende la sentencia «el hábito es una segunda na-

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turaleza»224, frase ya referida, entre otros, por Aristóteles, Cicerón y S. Agustín. Debe, en este punto, distinguirse el hábito, que es un estado, de la mera disposición, aunque ambos integran, en un solo par relativo de especies, el género próximo del accidente de cualidad. Mientras, con todo, que la disposición es inestable, el hábito difiere de ella en que es permanente y resiste los cambios225.

Para descubrir el bien en las acciones concretas, se exige de los hombres un conocimiento intelectual y práctico, o sea, directivo de las acciones. Este conocimiento puede estar en acto o en hábito (i. e., puede ser habitual), hábito que, gestado por la reiteración de actos226, es especie de uno de los cuatro géneros subalternos de la cualidad predicamental227, que consiste en la categoría que torna la sustancia buena o mala, vale decir, la cualidad según la cual un ente está bien o mal conformado a su naturaleza: así, el hábito puede tanto modificar o disponer en conformidad como en disconformidad con la naturaleza de su sujeto, naturaleza que tiene allí el carácter de fin.

De ello resulta la diferencia entre la virtud (hábito conformado a la naturaleza) y el vicio (hábito contrario a la naturaleza), según se trate, respectivamente, de una consonancia o disonancia con el fin (o bien) de la naturaleza del que es u obra. Los hábitos tienen, pues, función determina-

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tiva de las facultades228 porque connaturalizan las disposiciones para el bien o para el mal229.

El hábito es una subcategoría o subpredicamento referible a la categoría o predicamento de la cualidad: una ordenación que determina o modifica cualitativamente la sustancia, pero siempre de manera perdurable y firme, lo que hace que se distinga de la mera disposición. En efecto, su durabilidad y su firmeza lo distinguen, en cuanto forma permanente (o, al menos, perdurable) y difícilmente mutable (difficile mobilé), de la simple disposición, que es también cualidad, pero forma inestable230.

Algunos hábitos son entitativos (o quoadse)231 porque se refieren al ser de los entes (p. ej., la salud, la belleza, la enfermedad), mientras que otros hábitos son operativos (o quoad operari, dinámicos) porque disponen a obrar bien (v. g., la ciencia, la templanza, la fortaleza), o a hacer lo bello (así, el arte) o lo útil.

Los hábitos operativos pueden ser estrictos o no estrictos. Estos últimos, los no estrictos, son los actos de los primeros232, los estrictos. De ese modo, se habla de la justicia de un determinado acto233, aunque la justicia sea un hábito. O también es posible decir, también con ese mismo menor rigor, que la prudencia, bajo cierto aspecto, es un acto de la sindéresis234.

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Estrictamente, los hábitos son apetitivos —los que tienen por sujeto la voluntad: las virtudes (y los vicios) morales—; o son cognitivos, los que se refieren al conocimiento, ya sea el sensitivo, ya el intelectual; en cuanto a este último, los hábitos (cognitivos intelectuales) radican o en la razón especulativa (hábito...

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