La sociedad multiétnica. Pluralismo, multipluralismo y extranjeros. (recensión)

AutorFelipe Morente Megía
Páginas206-210

LA SOCIEDAD MULTIÉTNICA.

PLURALISMO,

MULTICULTURALISMO Y

EXTRANJEROS

GIOVANNI SARTORI

Editorial Taurus

Madrid, 2001

De la Sociedad multiétnica de Giovanni

Sartori se pueden tener distintas e incluso

opuestas opiniones, pero antes que nada habrá

que convenir que es una obra original

que traspasa la convencionalidad. Eso la hace

que no pase desapercibida a la vez que se

muestra muy oportuna; aparece en un momento

crucial de la presencia masiva de inmigrantes

en los países del Sur de Europa,

justo cuando se enciende la fragua del debate

social sobre la convivencia multicultural.

Sartori, con el olfato del que está atento y conoce

la realidad, se aventura a tomar parte

en la polémica cuando está en pleno fragor, y

desde su contundente discurso contribuye a

enriquecerlo aun cuando no deja por ello de

inflamarlo. Por eso decimos que su trabajo

no puede pasar desapercibido, porque apuesta,

desde su personal percepción política y

moral, suscita y compromete la reflexión de

aquellos que lo leen, aportando argumentos

obtenidos en hechos de la realidad actual. Y

ese es su principal valor: su apuesta por tesis

claras y sin ambages. Se puede ¿y yo diría se

debe, en sus excesos¿ discrepar con él; pero

para ello hay que conocer la densidad de los

argumentos y su textura para poder entablar

las condiciones de la discusión.

En los foros que tratan de cuestiones de

inmigración, de multiculturalidad y similares,

se vierten opiniones en ocasiones sobre

la obra de Sartori que suelen mostrar una

oposición visceral a sus tesis. Es frecuente

también que en dichas intervenciones se haga

una lectura precipitada de sus contenidos.

Bien es cierto que no es fácil comprender algunas

de las afirmaciones que se exponen en

el libro, sobre todo cuando se afirman incom-

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patibilidades muy cerradas entre culturas;

pero al contextualizar y ver cuales son las

posturas contrarias en el debate, al saber

quiénes son sus interlocutores, se comprende

enseguida que la postura de Sartori se haga

beligerante sobre todo con cierto comunitarismo

neo- romántico

que muestra en sus

entrañas un ingenuo, por excesivo, relativismo

que resulta insostenible. Por tal razón, la

crítica del presente texto es deudora del contexto

más de lo que es habitual en otras ocasiones.

Además, por la naturaleza del tema -

las obras sociales de actualidad-, el diálogo

contextual es especialmente relevante debido

a que los modelos de análisis que venían

rigiendo están en revisión desde una doble

perspectiva: desde la hermenéutica, el ya

prolongado debate sobre «texto-contexto» de

la relación normativa de la acción; y desde el

tipo de alcance que se manifiesta en el continuo

particularismo-universalismo

.

Bajo estas determinaciones conviene, en

suma, que las obras de pensamiento con intención

propositiva se sitúen y se entiendan

desde su intrahistoria, desde la búsqueda del

sentido que encierra la tradición de la que todo

texto compromete su significado. En nuestro

caso, la obra trata en su intención de cómo

mantener los logros históricos que ha

alcanzado la civilización occidental, de las

condiciones de reproducción ¿de socialización

¿ de nuestro marco sociocultural. En

nuestra tradición, como todos sabemos, los

planteamientos sobre socialización tienden a

tomar sentido en el mito del «reino pacífico»,

al llevar todo sistema social en su intención

una ciudad de Utopia como finalidad no

siempre confesada. Los sabios clásicos aspiraban

a alcanzar la ataraxia social, así como

los romanos prefiguraron la civitas imperial

bajo un criterio legal; los cristianos por su lado

creyeron (en los tiempos actuales menos)

en la fraternidad universal mientras que los

marxistas in genere idearon la sociedad comunista

(hoy en crisis de identidad también);

los demócratas de distintas filiaciones,

por lo demás, aspiran a alcanzar una sociedad

afincada en el reino universal de los Derechos

Humanos. Sin duda, una misma intención,

la armonía social, buscada por distintos

medios pero sustentada en distintas

creencias. Esta sería la intrahistoria del pensamiento

y de las ilusiones que han tomado

asiento en Occidente y que de manera acrisolada

han dado lugar a lo que Harold Bloom

llama el «Canon occidental». En torno a él se

manifiestan distintas filiaciones de pensamiento

entre las que se sitúa la obra de Sartori.

Es razonable pensar que la confrontación

de posiciones se da por que el «reino pacífico»

de Occidente no se ha conseguido, ni será fácil

de alcanzar en la medida que forma parte

de un mito. El conflicto y la polaridad social,

consustanciales al modelo de organización

social y cultural que hasta ahora ha producido

el hombre, son debidas precisamente a las

distintas formas de concebir la «manera pacífica

» de estar y de convivir. George Simmel

encuentra la causa de este antagonismo en

la misma naturaleza de lo social. Entiende

que en las teorías de las relaciones entre personas

se dan dos fuerzas: las que constituyen

una unidad, o sea, las sociales en sentido estricto,

y aquellas otras que actúan en contra

de la unidad. «Ambas son necesarias porque

ninguna unidad social (sociedad) es conocida

en que las direcciones convergentes de los

elementos presentes no estén inseparablemente

mezcladas con otras divergentes» 1

Son diferencias asentadas en las distintas

formas de proceder y de conducirse los pueblos

¿la cultura identitaria, u objetiva que

llama Simmel¿ que en su ensimismamiento

generan entre ellas falta de entendimiento.

Paradójicamente, la cultura, que emerge desde

la propia acción humana justamente para

hacer más fácil las rutinas y el entendimiento

entre los convivientes de una realidad sociohistórica

concreta, resulta ahora que, bajo

una interpretación de cortas miras, se con-

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1 GEORGE SIMMEL, SociologÌa. Las formas de la socializaciÛn,

2 vols., 1977, (Vol I: 266).

vierte en un obstáculo para progresar hacia

la arcadia pretendida.

Dicha cohesión social, que daría a entender

un paso adelante en el consenso normativo,

vista desde la dinámica global de Occidente,

se muestra sin embargo como una

paradoja; sería la paradoja que se desprende

del hecho del multiculturalismo. Como señala

Pierpaolo Donati, cuanto más se difunde

el proceso de mundialización más se debilita

el universalismo que lleva implícito el mito

de la modernidad, dado que se afirman viejas

y nuevas diferencias culturales ligadas a

culturas autóctonas y locales, incluso tribalismos

y fundamentalismos.2 En efecto, en

cierto modo así es como surge la actual dicotomía

entre posiciones relativistas que defienden

el reconocimiento institucional de

las minorías culturales, sin tener en cuenta

el grado de desarrollo humano general

y

sin atender al grado de implicación solidaria

que demandaría la mayor pluralidad; en la

confrontación aparecen los que apuestan políticamente

por reforzar los valores occidentales

que, entendidos como productos históricos

obtenidos, no sin desgarros, alcanzan

mayores cuotas de sofisticación humana.

Bloom argumenta en apoyo de esta postura

que «si pudiésemos concebir un canon universal,

multicultural y polivalente, su libro

esencial no sería una escritura, ya fuera la

Biblia, el Corán, ni un texto oriental, sino

Shakespeare, que es representado y leído en

todas partes, en todos los idiomas y circunstancias.

» 3

En similares términos, la obra de Sartori

toma postura decidida a favor del «Canon».

Lo afirma ya desde las primeras líneas del

texto: «Este es un libro de teoría de la buena

sociedad. Buena sociedad que es para mí (...)

la sociedad pluralista», asociada sin dudas a

Occidente. La declaración más elocuente de

su sentimiento de pertenencia y de las claves

culturales a las que se adhiere se expresan

avanzado ya el libro, cuando dice en el epílogo:

«Siento mi tiempo como un tiempo de divergencia

creciente entre la buena sociedad

que buscamos y los modos y medios para conseguirla

(...) es así porque hemos creado un

mundo cada vez más complicado que cada

día logramos menos comprender (p. 131). Y

en efecto, el desatino con que se trata el fenómeno

del multiculturalismo muestra esa divergencia.

El postmodernismo, como movimiento

filosófico que aglutina el pensamiento

escéptico y «desilusionado», en respuesta a la

crisis de los grandes sistemas de pensamiento

dogmático, han favorecido un clima mayor

de incertidumbre. El postmodernismo, en su

descreencia

, aísla al individuo en su contexto

inmediato al tiempo que contribuye a

la negación de los valores universalistas más

que a su actualización. Tal deriva hacia lo

particular no implica más al individuo en lo

íntimo y lo diferente que supone el abstracto

universal; más bien al contrario. Los teóricos

postmodenistas proclaman (con Foucault y

Derrida) la «muerte del sujeto» en tanto que

agencia autónoma y pensante. Sus claves teóricas

tratan de la decodificación textual de

los discursos racionales desde la ironía, la

descreencia y desde la desarticulación de

cualquier compromiso social asumido. Y en

este contexto, la teoría del multiculturalismo

en boga que se pretende crítico, adopta estos

argumentos (contra-argumentos), dando la

impresión de que lo común ha dejado de tener

sentido por lo que hay que buscarlo en

cada particularidad cultural.

Ante este pensamiento es frente al que reacciona,

de modo beligerante, el texto de la

Sociedad multiétnica de Sartori, por lo que

en ocasiones aparecen también aquí excesos

opuestos con ribetes etnocéntricos.

Es la posición que defiende cierto liberalismo

democrático que se alinea con las tesis

de Rawls. El trabajo de Sartori se puede si-

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2 PIERPAOLO DONATI, ´El desafÌo del universalismo en

una sociedad multiculturalª, Revista Internacional de

SociologÌa, nº 17, Tercera ¿poca, 1997.

3 HAROLD BLOOM, El canon occidental, Barcelona,

Anagrama, 2001 (e.o. 1994).

tuar en la órbita de un movimiento que intenta

restituir la «razón comprensiva» en el

análisis de la realidad social. Representa un

nuevo discurso modernizador que recoge

aportaciones de pensadores diversos, algunos

procedentes de la sociología crítica aunque

la mayoría pertenece a generaciones

nuevas que aspiran a consensuar un horizonte

axiomático innovador, al menos como

método para establecer discursos parangonables.

La modernización se toma aquí de

ejemplo pero en versión renovada, porque,

como dice Eisenstadt, «(...) a causa de que la

modernización casi siempre combinó aspectos

y fuerzas económicas e ideología, su impacto

fue, con mucho, el de más envergadura

». Diríamos con este autor que la

modernización se presenta como un modelo

versátil susceptible de alumbrar nuevas vías,

nuevas formas 4. Ahora bien, la nueva

versión moderna de la sociedad se caracteriza

menos por atender lo que tiene en común,

o por la estructuración unívoca de las exigencias

universales, que por el hecho de su implicación

en la preocupación de la `universalización¿

como tal, que diría F. Borricaud.

En este nuevo sentido es como la sociedad

multiétnica resulta ejemplar en la implicación

que adopta, porque está armado sin renunciar

a ningún argumento significativo: ni

de carácter teórico-conceptual (véase la parte

primera del texto, que trata de la idea del

pluralismo con toda profundidad, cerrando el

concepto como un instrumento analítico primordial

para el desarrollo subsiguiente de la

tesis que defiende, todo un alarde del conocimiento

de teoría política que domina el autor),

ni a un planteamiento ideológico-normativo,

pues cree en el pluralismo pero de

tono «anti-multicultural» al entender que el

pluralismo es de por sí asimilacionista y no

homogeneizador (p. 62). Y tampoco renuncia

a valorar las evidencias que se dan en la sociedad

actual, en las que constata contradicciones

existenciales fundamentales debido a

un mal enfoque de la multiculturalidad: frecuentes

disputas sobre los derechos de los

inmigrantes, de las minorías culturales autóctonas,

así como otras disputas que cuestionan

muchos de los supuestos que han gobernado

la vida política hasta ahora.

Por ello, los retos multiculturales que refiere,

los resuelve Sartori con la pasión de un

ilustrado

occidental que en su radicalidad

llega a negar el propio principio liberal de la

universalidad. Compruébese esto cuando se

enfrenta al quién, al cómo y el por qué de la

integración del inmigrante en las sociedades

occidentales, desde donde inicia un peculiar

recorrido de los tipos y naturaleza de las minorías

étnicas que acceden a los países receptores,

para desde ellos concluir unas reflexiones

discriminatorias que no están lejos

de algunos de los argumentos que sirven de

base a Huntington para pronosticar el Conflicto

entre civilizaciones. Así, cuando distingue

entre inmigrantes próximos o asimilables,

que son los que se diferencian de la

población receptora sólo en el idioma y en

las tradiciones, de los inmigrantes no asimilables,

que se distinguen por las creencias

religiosas y por ciertos rasgos étnicos (especialmente

los afroárabes), afirma sin contemplaciones

que de estos segundos no es

posible pensar siquiera en la integración. El

juicio rotundo de Sartori no carece sin embargo

de razones objetivas, que dan pie a

cierta desazón, si miramos las dificultades

que se aprecian para alcanzar un contexto

intercultural. Así, cuando aduce que «la imposibilidad

aumenta (...) cuando el inmigrado

pertenece a una cultura fideísta o teocrática

que no separa el Estado civil del Estado

religioso y que identifica al ciudadano con el

creyente, esto se entiende mejor. En los ordanamientos

occidentales se es ciudadano

por descendencia, por ius sanguinis, o por

ius soli (...) En cambio, el musulmán reconoce

la ciudadanía optimo iure, a pleno título,

sólo a los fieles: y a esa ciudadanía está con-

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4 E.N. EISENSTADT (1989) citado por J. ALEXANDER, SociologÌa

cultural. Formas de clasificaciÛn en las sociedades

complejas, Barcelona, Anthropos, 2000, p. 105.

textualmente conectada la sujeción a la ley

coránica» (p.113).

Sartori, una vez más, sin despegar los pies

de la realidad, toma postura por la confrontación

frente aquellos que pretenden reinstaurar

una versión comunitarista del multiculturalismo

como Ch.Taylor o Mcyntaire, e

incluso, en cietos aspectos el propio Kylimcka.

En concreto, ante la «política del reconocimiento

» de Taylor, Sartori descubre que la

base argumental de sus propuestas son

cuando menos discutibles, al menos en las

referencias que toma de la Ilustración, especialmente

en relación a Rousseau. Claro que

Rousseau es en ocasiones tan versátil como

ocurrente ante la contingencia que aborda,

pero lo cierto es que el autor ilustrado tiene

pocos principios tan arraigados como el respeto

universal a la ley y a la propiedad privada.

De ahí que Sartori muestre la imposibilidad

del respeto a la ley si se legitimara una

política de acción afirmativa que pusiera en

pie de igualdad los distintos criterios normativos

de toda cultura y subcultura, porque

así sólo conseguiría generalizar la excepcionalidad

y con ello anularía la eficacia de toda

Ley. Por eso, por el tono que alcanza el debate,

el texto de Sartori es contundente, y consistente

en la mayoría de sus argumentos.

Pero no por ello, y saliéndonos ahora del contexto

de confrontación que da sentido a su

obra, el texto que comentamos puede ser leído

y asumido como una verdad canónica. Entre

otras razones porque, vista como obra

que trata en su conjunto de la realidad social

actual, aborda un análisis lleno de interpretaciones

ideológicamente condicionadas que

en nada benefician, a la postre, al rigor intelectual

del autor. La realidad multicultural

que se le presente a los países industrializados

de Occidente no plantea la cuestión de si

es conveniente la inmigración o no, sino por

el contrario qué hacer con la creciente pluralidad

de culturas diversas que acompaña el

imparable proceso de concentración de poblaciones

procedentes de territorios dispares.

Y a este imparable reto Sartori hace caso

omiso desde una postura excluyente. Quizá

la manifestación más negativa de sus posiciones

intelectuales e ideológicas la muestre

cuando ataca in genere a los defensores del

multiculturalismo como herederos del marxismo

y de Foucault (pp. 64-659), entre quienes

se dan quienes piensen así, pero en otros

muchos no; esto impide, además, la discusión

amplia que reconozcan otras propuestas de

interés susceptibles de alcanzar.

En definitiva, ante la sobrevenida sociedad

multicultural, se preveen grosso modo

dos salidas razonables: o armar políticas convergentes

desde el interior de la propia sociedad

de recepción, para efectuar procesos de

integración aceptables por todos lo colectivos,

o buscar soluciones para que los procesos migratorios

se frenen en el origen (solución utópica

a corto plazo). Habría una tercera: sería

la confrontación entre culturas, pero esa no

es objeto de una reflexión social que se precie.

Sartori no es ajeno a este dilema: a la necesidad

de buscar cauces de entendimiento;

de hecho muestra como una de las vías de la

asimilación la interculturalidad en los términos

de Karnoouh. Pero su interpretación en

este aspecto es roma, no se extiende favoreciendo

el riesgo de una mala interpretación

de su pensamiento restrictiva y excluyente,

lo que sería antitético con el propio concepto

de la libertad que en el fondo defiende en esta

obra y en su pensamiento en general.

FELIPE MORENTE MEGÍA

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