Las mujeres en el pensamiento político de los afrancesados españoles

AutorElisa Martín-Valdepeñas Yagüe
Páginas127-152

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I Introducción

Los excelentes estudios realizados hasta ahora, sobre el reinado de José I y los afrancesados españoles, se han centrado especialmente en los aspectos políticos y militares de este interesante periodo histórico. Asimismo, la personalidad y extracción social de los partidarios de los franceses durante la Guerra de la Independencia han sido objeto de profundos análisis que han contribuido a que el breve reinado del Bonaparte español esté saliendo del olvido al que había sido relegado tradicionalmente por la historiografía1. No

* Agradezco a la profesora Irene Castells Oliván sus sugerencias para mejorar este artículo.

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obstante, el fenómeno del afrancesamiento es lo suficientemente complejo como para merecer una atención precisa que trate de evitar ciertas generalizaciones respecto a los comportamientos y motivaciones de aquellos se decidieron por esta opción política, envueltos en las circunstancias de la contienda.

También, en los últimos años, algunos estudios centrados en el periodo de la Guerra de la Independencia se han interesado especialmente por las mujeres, destacando su papel y contribución en el conflicto bélico. Heroínas, patriotas, periodistas, escritoras, mujeres de las élites y del pueblo han sido reivindicadas como algo más que unos cuantos nombres, esparcidos por aquí y por allá, prácticamente olvidados. Sin embargo, no ha ocurrido lo mismo respecto al mundo del afrancesamiento y, no cabe duda, que era necesario, aunque fuera de manera muy somera, empezar a desentrañar esta cuestión.

Asimismo, las clasificaciones actualmente aceptadas por la historiografía que tratan de delimitar a los afrancesados, se han centrado, en función de los diversos matices, en el grado de adhesión al monarca José I. Según Juan López Tabar, uno de los especialistas en esta cuestión, ha sido Claude Morange quien, con toda probabilidad, ha realizado la descripción más detallada2. Según el historiador francés, el fenómeno del afrancesamiento puede concretarse en josefinos, juramentados, colaboracionismo pasivo y la "masa anónima que, por permanecer en la zona ocupada por los franceses, se encontraron obligados no tanto a colaborar como, al menos, a comprometerse durante algún tiempo"3.

La clasificación anterior puede aplicarse, en principio, a las mujeres, aunque ellas no participaron en la política activa. Sin embargo, para evitar una excesiva gradación, difícil de utilizar, resulta más conveniente establecer las diferencias entre las afrancesadas, título con el que ya se las señaló en la propia época, concepto en el que se puede englobar a aquellas que vivieron directamente el afrancesamiento, ya fuera por motivos personales o, en gran medida, familiares; y las colaboracionistas, cuyo acercamiento al fenómeno se produjo de manera indirecta, debido a diferentes circunstancias y desde diversas vertientes, entre las que destaca especialmente la coincidencia en vivir en el territorio ocupado por las tropas galas durante la guerra. Categorías que no son excluyentes ni exclusivas sino complementarias, ya que las españolas que vivieron esta situación se movieron en ámbitos que chocan con la dificultad de poder darles una visibilidad completa.

Por otra parte, la legislación bonapartista española se ha analizado desde múltiples aspectos, en los que predomina el político. El Estatuto de Bayona, la carta aprobada en la Asamblea de Bayona mediante una ficción de

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Cortes que simulaban una representación nacional, pero que en última instancia manejaba Napoleón, fijó los aspectos básicos que debían regir los destinos de la nueva monarquía, que encabezaba su hermano José I. Partiendo de esta base, durante los años del reinado del Bonaparte español se aprobó un corpus legislativo de reformas administrativas, económicas y sociales que completaban el sistema legal que el Estatuto fijaba. No obstante, buena parte de este desarrollo quedó inconcluso, debido principalmente a la inestabilidad que la guerra provocó en el régimen político.

Nuestra pretensión en el presente trabajo es analizar la visibilidad que los partidarios de José Bonaparte concedieron a las mujeres, rastreando, a partir de la legislación aprobada en esos años, el cometido que querían destinarles dentro de su concepción del sistema político. En este aspecto, en los afrancesados confluían dos influencias filosófico-políticas que habían marchado por caminos diferentes. Por un lado, las ideas de la Ilustración, que se encontraban ya en crisis, pero que dispensaban a las mujeres una cierta presencia pública, como sujetos activos que debían sumarse al esfuerzo modernizador y reformista en el que la monarquía absoluta estaba implicada. En este caso no se trataba de la concesión de derechos políticos, pero el hecho de que ellas tuvieran un papel que representar en la sociedad había supuesto que no se cuestionara su aparición en las esferas públicas. Al mismo tiempo, los ilustrados habían mostrado cierta sensibilidad por la educación de las niñas, aspecto hasta entonces completamente olvidado por los gobernantes. Aunque en 1808 no se hubieran alcanzado los objetivos al ritmo que, en un principio, se habían previsto, los exiguos logros habían sido asumidos por las élites empeñadas en el progreso. Por otra parte, quedaba el recuerdo de la Revolución Francesa, en el que las mujeres habían sido verdaderas protagonistas, consiguiendo pequeñas pero importantes conquistas. Sin embargo, la influencia francesa del Código Civil de Napoleón, promulgado varios años antes, en concreto en 1804, que recortó los frutos de estas simbólicas victorias, también pudo planear sobre la práctica legislativa de los afrancesados. En esta cuestión es importante concretar cuál de las dos influencias pesó más en la normativa afrancesada4.

II Los antecedentes

La época de la Ilustración supuso un cierto avance para la visibilidad de las mujeres. Las reivindicaciones en pro de la igualdad, aunque escasas, fueron planteadas insistentemente por los intelectuales, convirtiéndose en un tema de debate continuado a lo largo de todo el siglo XVIII. La sensibilidad hacia lo femenino hizo posible una mejora de sus condiciones de vida, tanto materiales como culturales; también a ellas les alcanzó la preocupación reformista, aunque estuviera envuelta, en cierta manera, del sentido práctico y utilitario que los ilustrados otorgaban a todas sus acciones. Desde algunos círculos se apoyaron cuestiones como el protagonismo público activo de las

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mujeres, como medio de contribuir al progreso general de la sociedad en su conjunto5. Entre las élites renovadoras, existía una conciencia favorable a la extensión de medidas que podían ayudar a mejorar la situación de las mujeres, sobre todo, en aquellos aspectos que les incumbían directamente como la salud y la educación, entre otros. No obstante, todavía era pronto para considerar que ellas también podían ser sujetos con derechos políticos. En España, aunque con retraso, también se abordaron los típicos temas de la Ilustración en cuanto a las mujeres. Josefa Amar y Borbón, por ejemplo, había escrito insistentemente a favor de la educación y sobre su talento6. Otras voces femeninas se habían unido en esta reivindicación7. Además, las damas de las élites habían conseguido un cierto protagonismo a través de un asociacionismo filantrópico que, entre sus objetivos, buscaba la mejora de las condiciones sociales de las más desfavorecidas8.

Durante la Revolución Francesa, algunos grupos de mujeres intervinieron activamente, especialmente mediante actuaciones públicas: participando en manifestaciones y motines, publicando escritos periodísticos y literarios, y fundando organizaciones políticas, como clubes9. Muchas de ellas tomaron conciencia de la posición inferior que ocupaban en la sociedad y lucharon para tratar de mejorar su situación tanto política como laboral, familiar o cultural. Para ello, reclamaron insistentemente ante las nuevas instituciones políticas con objeto de que éstas se interesaran por ellas10. Las más audaces

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llegaron, incluso, a plantear la concesión de derechos políticos, como Olympe de Gouges, que redactó su Déclaration des droits de la femme et de la citoyenne en 1791, réplica femenina a los Derechos del Hombre y del Ciudadano que aprobó la Asamblea Nacional francesa en 178911. Pero no sólo fueron las voces de las propias mujeres las que salieron a la palestra reivindicando sus derechos. En este aspecto, por ejemplo, Condorcet exigió con frecuencia un mayor papel social de la mujer, cuya condición consideraba excesivamente discriminatoria12. En su Ensayo sobre la admisión de las mujeres al derecho ciudadano de 1790 las consideraba "como seres racionales y nacidas con los mismos derechos que los hombres"13.

El radicalismo por el que se fueron deslizando paulatinamente los sucesos revolucionarios no contribuyó a hacer más fácil la vida de las mujeres. A pesar de que el advenimiento de la República había hecho concebir algunas esperanzas entre los colectivos femeninos, la desilusión no se hizo esperar. Sistemáticamente fue negado el acceso a los derechos políticos, con lo que en la tan proclamada igualdad universal y política de los seres humanos quedaba excluida la mitad de la población. No obstante, en algunos aspectos se lograron algunos avances14. Las concesiones hechas por los revolucionarios fueron pequeñas, pero simbólicamente importantes, como la igualdad jurídica, el divorcio o el derecho de propiedad, además de la importante sociabilidad femenina creada entre 1790 y 179315. A pesar de todo, los revolucionarios franceses no tuvieron la amplitud de miras suficiente para emprender las medidas legislativas necesarias para considerar a...

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