Mujer y gastronomía, hoy

AutorÁngeles Carmona Vergara
Cargo del AutorVocal del Consejo General del Poder Judicial y Presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género
Páginas149-152
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Mujer y gastronomía, hoy
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Vocal del Consejo General del Poder Judicial y
Presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género
Dicen que las imágenes valen más que mil palabras. Cuando una recuerda
estampas de su niñez y, sobre todo, contempla las fotografías en blanco y negro
de la memoria y de los recuerdos vividos y de los recuerdos sacados de las histo-
rias que me contaban padres y abuelos, o por mejor decir, madre y abuelas, una
asocia enseguida mujer y fogones, en una estampa tierna y, a la vez, estereotipo de
desigualdad.
La presencia de la mujer en la cocina, en las décadas de prácticamente todo
el siglo pasado, es una de esas imágenes que envuelven muchos significados, no
todos ellos positivos, sin duda.
Hay una imagen, como decía tierna, que asocia al matriarcado en esa gober-
nanza de la casa, que pasa por su dedicación a la cocina y a las tareas domésticas.
Hay una imagen, también nítida, de cierta esclavitud –por mucho que algunas
mujeres ni se dieran cuenta de ello– que imponían las normas de la sociedad pre
democrática e incluso la de buena parte de la transición. La mujer en casa, era
algo más que un simple eslogan que se colaba por las rendijas sociales del país.
Y los insultos, procaces, soeces, machistas…que nos alertaban de que el pe-
ligro seguía allí, tan cerca de nosotras. En Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en
cualquier pueblo de España, no importaba dónde ni cuándo, la violencia verbal
–también la otra, claro está– expulsaba a las mujeres del mundo laboral, incluso
del mundo social. Recuerdo estadios de fútbol, canchas de baloncesto, recintos
donde era fácil escuchar lo de “mujeres, a fregar”, símbolo inequívoco de un po-
der machista trasnochado y síntoma evidente de una superioridad ficticia del va-
rón, al que sólo le quedaba el argumento de la fuerza, verbal o física.
Nuestras madres y abuelas, tal vez algunas mujeres de mi propia generación y
de generaciones posteriores, convivieron con una asociación hipócritamente per-
niciosa, mujer y casa, mujer y fogones, que desvirtuó un valor tan hermoso como
el del hogar y una maravillosa experiencia como la de la gastronomía.

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