En la muerte del Profesor Luis Felipe Ruiz Antón

AutorManuel Gurdiel Sierra
CargoProfesor Titular de la Universidad Complutense de Madrid
Páginas5-8

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No resulta fácil escribir la necrología de quien por razones biológicas nunca podría yo haber imaginado, ni por ensoñación, que el destino me reservaba el duro trance de que hubiera de premorirme. Vivir, escribió el senequista Quevedo, es para todos caminar breve jornada, pero la de Luis Felipe Ruiz Antón fue harto breve. Temprano, demasiado temprano madrugó la muerte y despejando el incierto termino "dies certus an incertus quando como nos enseñaran los pandectistas" se llevó para siempre al amigo y compañero entrañable. La conciencia de nuestra propia temporalidad y de que la muerte debe ser un mal puesto que los dioses, como advirtiera Safo, se han reservado sabiamente para sí mismos la calidad de inmortales, se torna insoportable cuando la muerte del amigo es tan temprana que ni siquiera le permite envejecer. Se nos revuelven las entrañas cuando muere alguien que conforme a nuestro sentir, apoyado en la lógica estadística, no estaba llamado a morir y además muere en plena capacidad creadora. La muerte siempre prematura lo es en grado sumo cuando, como es el caso, no se habían alcanzado todavía los cincuenta y siete años. Por eso me resulta tan extraño, por impensable, trazar esta nota necrológica, que escribo con profunda emoción, en un ejercicio de entristecido afecto.

Fue en Madrid donde comenzó a fraguarse nuestra amistad. Contaba Ruiz Antón apenas 23 años de edad cuando, en el mes de mayo del Curso académico 1969-1970 nos conocimos en la Cátedra de Derecho Penal de nuestro común maestro, el Dr. D. José María Rodríguez Devesa, que acababa de tomar posesión de la plaza de Catedrático de dicha asignatura en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid y del que, con anterioridad, habíamos sidoPage 6discípulos en diferentes épocas en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid. Dábamos principio de esta manera a una ininterrumpida andadura académica que en cuanto a él concierne sólo la muerte había de truncar. Pronto nos nombraron ayudantes y a partir de entonces iniciamos una sólida amistad, ni absorbente ni atosigante, abierta siempre a la colaboración leal y a la contraposición de ideas sin más concesiones ni límites que las del respeto debido a la propia amistad y a la honradez y probidad «científicas». Luis Felipe fue para muchos de nosotros un amigo leal, cuya amistad no necesitaba de asiduas frecuentaciones ni de alharacas. La entablada entre nosotros habría de perdurar por encima de...

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