La moralización de la política por medio del estado de derecho

AutorEusebio Fernández García
Cargo del AutorCatedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid
Páginas17-28

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El presente artículo está formado por dos partes y unas conclusiones. En la primera parte se describen las posibles relaciones donde se cuestiona la identificación total entre la ética y la política. Identificación que solamente podrían lograr un Estado confesional y fundamentalista en lo religioso y lo político y el Estado totalitario, en el cual es la ética la que se subordina a la voluntad política. Para el análisis de las relaciones de "cuestionabilidad" entre la ética y la política se ha seguido el tratamiento que desarrolló el Prof. Aranguren en su obra "Ética y Política"1.

Aquí se aboga por la solución de tensión entre ética y política o postura dramática, en palabras de J.L.L. Aranguren. Al mismo tiempo se insiste en la moralización de la política a través de las instituciones del Estado de Derecho, como forma de asegurar unos contenidos de ética y política, a pesar de las "flaquezas" de los ciudadanos y de las "corrupciones" de los políticos. Page 18

También se trata brevemente el asunto de si la ética política ciudadana es admisible en la toma de decisiones de los profesionales de la política o si está permitido "adaptar" los principios y convicciones morales a las circunstancias políticas concretas, sobre todo en los casos difíciles que puedan tener lugar. En estos casos está justificado que se eche mano de la ética de la responsabilidad, aunque para evitar un uso político interesado de la distinción tajante entre ética de las convicciones (moral) y ética de la responsabilidad (política) se propone la ética de convicciones responsables o, hablando kantianamente, la figura del político moral que subordina la habilidad y la oportunidad política a la ética e hinca su rodilla ante el derecho.

Todo ello en un marco, como se insiste en las conclusiones, donde la complejidad, la incertidumbre, la falta de respuestas absolutas y perfectas en su totalidad es el terreno en el que se nos obliga a convivir, pero también se nos invita a la decencia, la justicia, la compasión y la responsabilidad.

I Ética y política

José Luis López-Aranguren en su libro Ética y política (1968) trata de manera extensa el tema de los modos de relación entre la Ética y la Política. Y más concretamente, es a partir del capítulo IV cuando pasa a analizar cuatro formas de cuestionar esa relación. La primera sería el "realismo político", para quien la moral es un idealismo, "en el sentido peyorativo de la palabra". Según el realismo político: "El ámbito apropiado de lo ético es privado. En el público no tiene nada que hacer. Lo moral y lo político son incompatibles y, por tanto, a quien ha de actuar en política le es forzoso prescindir de la moral". La segunda manera de concebir la relación, también mantiene la imposibilidad de conjugar lo ético y lo político, pero, a diferencia de la primera, en ésta se elige la ética. La primacía de la moral deriva de una repulsa de la política, que sería el ámbito de lo "irremisiblemente malo. La destrucción del Estado o, cuando menos, su reducción a un mínimum, y la abstención de toda actividad política o, cuando menos, la limitación, en cuanto sea posible, de la participación en ella, son variantes de esta posición". La tercera posición vive la relación entre la ética y política de una manera trágica. Quien se encuentra en ella siente a la vez la exigencia moral y la exigencia política, pero no puede satisfacer a ambas. No puede preferir, pero tampoco prescindir: "Lo ético es vivido así, en la política, como imposibilidad insuperable y, por tanto, trágica. El hombre tiene que ser moral, tiene también que ser político, y no puede serlo conjuntamente. No hay salida para él". En la cuarta concepción, la relación entre ética y política es vivida dramáticamente. Se diferencia de las tres anteriores en que no se parte del supuesto de "la imposibilidad absoluta", Page 19 sino de "la problematicidad constitutiva de la relación entre la ética y la política"2. Su característica más peculiar es la tensión entre la lucha por la moral y el compromiso político.

Pues bien, creo que de esas cuatro maneras de relacionar-cuestionando las conexiones entre la ética y la política, la cuarta es la que parece tener más posibilidades de sernos útil a la hora de intentar comprender los fenómenos éticos y políticos y sus relaciones. Además, vistas estas relaciones como un auténtico problema moral que precisa de soluciones prácticas que salven nuestra conciencia moral, a la vez que nos permitan actuar en política y hacerlo correctamente, opino que debemos acostumbrarnos a vivir acompañados de la tensión que caracteriza a la postura dramática. Queda también bastante claro que la postura del realismo político nos deja impotentes ante las posibilidades de utilizar la maquinaria del poder político como un arma de represión y destrucción, harto frecuente, para cualquier persona que conozca la historia de la humanidad. Desde el punto de vista moral, la reducción del poder político a pura fuerza, sin límites, no puede producirnos otra cosa que un rechazo espontáneo y absoluto.

En cuanto a la segunda postura, la del idealismo moral, crea, irremediablemente, otro tipo de impotencia para quien se tome en serio la política y quiera hacer de ella un marco decente de convivencia humana. Es normal que esa coherencia moral nos resulte más simpática y, por supuesto, satisfactoriamente justificada desde el punto de vista moral. Pero, salvo que contáramos con la posibilidad de cambiar sustancialmente lo que hasta ahora podemos y hemos podido aprender de la condición humana, es muy poco útil a la hora de enfrentarnos a cuestiones prácticas de la organización de la vida de los seres humanos. Si renunciamos a la posibilidad de decidir sobre asuntos políticos, otros lo harán por nosotros y seguramente con menos dudas y recelos, con lo que, de alguna manera, podemos predecir los resultados.

La tercera postura también me parece poco viable. Esa tensión continua, sin esperanza de solución, quizá esté pensada más para héroes y santos que para simples mortales. Puede conducir al inmovilismo y a una sensación de fracaso, al darnos cuenta de que las dos anteriores posiciones juegan con ventaja.

La postura dramática, es decir, la tensión moral producida por lo problemático de una ajustada relación entre ética y política, me parece mucho más acorde con el alcance de la libertad, de la capacidad de decidir sobre aspectos importantes de nuestra vida o autonomía y de la responsabilidad de hacernos cargo de las consecuencias de nuestros actos. Además, contaría a su favor con el hecho de que la defensa de una armonía total entre la ética y la política, es Page 20 decir, de una relación no problemática, solamente puede hacerse desde postulados o fundamentalistas (partidarios de subordinar la política a una ética cerrada y absoluta) o totalitarios (partidarios de subordinar las éticas a una sola política que se considera la única verdadera y justa). Las inconsistencias teóricas de fundamentalismos y totalitarismos y sus gravísimas consecuencias prácticas, que solamente durante el siglo XX han sido responsables de millones y millones de víctimas, aseguran lo poco aconsejable (o, mejor dicho, lo totalmente rechazable) de esas opciones desde el plano moral y básicamente humano.

Creo, por tanto, que alguna razón de peso me acompaña a la hora de elegir, y dar prioridad tanto teórica como práctica, a la postura dramática. Y, si no he entendido mal su obra, creo que mi elección de alguna manera me convierte en compañero de viaje de algunos ilustres predecesores, como Max Weber, Karl Popper, Isaiah Berlín o Raymond Aron. Y quizá también habría que utilizar el viaje para hacer una visita a Immanuel Kant.

Al abordar las relaciones entre la ética y la política, la perspectiva correcta es aceptar que una y otra están conde nadas a compartir lo más interesante de sus vidas, pero también a...

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