Ordenanzas de la Villa de Monleón (Salamanca) de 1607. Con un boceto biográfico de Juan de Figueroa (circa 1490-1565), su primer Señor

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    «...tuisque ex, inclute, chartis, floriferis ut apes in saltibus omnia libant, omnia nos itidem depascimur áurea dicta, áurea, perpetua semper dignissima vita.» (Lucrecio, III. 1-13)1.

En memoria de mi maestro, Francisco Tomás y Valiente, Director que fue de este Anuario

Pretendo incorporarme con esta publicación2a una tradición arraigada en el Anuario casi desde su aparición. Me refiero a la edición de fuentes y, más en concreto, a la relativa a ordenanzas municipales. Desde las ordenanzas de Estella, que publicó José María Lacarra en el ya lejano volumen V correspondiente a 1928, hasta las de La Cabrera de 1602, editadas por Carmen Fernández Cuervo y Luis Julio Tascón Fernández en el LXI de 1996, han transcurrido no pocos años en los que con cierta frecuencia han ido apareciendo en estas páginas manifestaciones de este tipo de fuentes, de tanto interés para el estudio de los municipios de la sociedad señorial, muy señaladamente de los situados en la Corona de Castilla3.Page 344

En este caso presento las ordenanzas del pueblo salmantino de Monleón. Y parece razonable comenzar por situar al lector destacando a estos efectos algunos rasgos de esta localidad. Monleón se encuentra a unos 60 kilómetros al suroeste de la ciudad de Salamanca, enclavado en una comarca de presierra que en la provincia se conoce con el nombre de Sierra Menor y, dentro de ella, en un ameno paisaje con frecuentes ondulaciones del terreno y en el que abunda el monte de robles. La población se alza en un promontorio, dentro de un recinto amurallado en deficiente estado de conservación y al que no tardaré en referirme, dominando diversos valles por los que transcurren los ríos Alagón, Riofrío y Navamandiles (sobre los que hubo en el pasado diversos molinos harineros de pequeña envergadura), que acaban confluyendo en el primero de ellos, no lejos del lugar. Como figura en el Madoz, «el terreno es quebrado, flojo, pizarroso y muy poco de regadío»4, con una economía basada en la agricultura y la ganadería, y con un predominio creciente de la segunda sobre la primera como se comprueba contrastando los datos del régimen de cultivos, que aparecen en el Catastro de Ensenada, con la observación actual, por superficial que sea, del paisaje agrario del término. En cuanto al modus vivendi de sus gentes sobresalía, como tampoco sorprenderá, la dedicación a la tierra. Encontramos en el mencionado Catastro testimonios muy significativos al respecto. En un censo de 35 vecinos figuraban 16 labradores, un herrero y sólo 2 tejedores de lienzos que, por lo demás, se ocupaban muy parcialmente del oficio. No había cambistas, mecaderes ni tenderos, ni tampoco personas que se dedicaran a «artes mecánicos» con excepción de las antedichas, pero sí 4 pobres de solemnidad5. Por lo que hace a la demografía, y sin salir de la pincelada gruesa, la población debió de aumentar en el transcurso de la segunda mitad del siglo XVIII para estabilizarse al alza en las décadas centrales del xdc, y caer en la actualidad , como suele ser habitual en los pueblos salmantinos6. Como acabo de apuntar, al menos desde tiempos medievales, y debido en buena medida a su situación próxima a la frontera con el reino de Portugal, Monleón era una plaza fuerte que contaba con murallas, varios cubos y puertas de acceso situadas a lo largo del recinto, y un impresionante torreón que todavía subsiste. Este conjunto continuó jugando un importante papel a lo largo de la Edad Moderna, por razones que mezclan lo estratégico con lo jurisdiccional, aunque en un estado de mantenimiento de progresivo abandono bien por los desastres de la guerra (en particular por la librada contra los franceses a principios del XIX), bien por la incuria de los sucesivos titulares del señorío7.Page 345

Tras esta somera descripción del lugar, conviene detenerse en los avatares de su régimen jurídico. A partir de mediados del siglo XIII Monleón quedó integrado en la jurisdicción del concejo de Salamanca, más en concreto, en el cuarto de Peña de Rey, uno de los cuatro que formaban la extensa tierra de la ciudad. Pero, como recientemente ha puesto de manifiesto Monsalvo Antón, el sometimiento de nuestra aldea al señorío concejil salmantino no sólo no fue pacífico sino que, muy al contrario, «estuvo reclamando su autonomía de la jurisdicción salmantina durante siglos», lo que le lleva a considerar su caso como «un tanto especial»8. En este sentido, y según nos relata este medievalista, durante el siglo XIV menudearon los conflictos entre los vecinos de Monleón y el concejo capitalino por la reiterada pretensión por parte de aquéllos de evadirse, en una u otra medida, del fisco concejil salmantino. Y a estos conflictos se añadieron, ya en el transcurso de la siguiente centuria, los derivados del enfrentamiento de los concejos de la vicaría de Monleón -en la que se integraban éste y otros enclavados en la comarca de la Sierra Mayor- con el de Salamanca por distintas maneras de concebir la titularidad de importantes bienes comunales situados en la zona9.

No debemos dejar la época medieval sin comprobar en qué medida afectaron a Monleón las usurpaciones de tierras y jurisdicciones concejiles por parte de altos nobles y, sobre todo, de caballeros pertenecientes a las oligarquías urbanas. Sabemos que estos conflictos se produjeron en todo el reino y que adquirieron especial virulencia a lo largo del siglo XV. Los relativos al área salmantina, más en particular, los acontecidos en las tierras de los concejos de Salamanca y Ciudad Rodrigo, han venido siendo estudiados desde hace años por la historiografía lo que nos ha permitido conocerlos con bastante precisión. Extensas comarcas y numerosos concejos aldeanos resultaron afectados pero, hasta el momento y con la excepción de que me ocuparé inmediatamente, los estudiosos no han detectado su presencia en el caso de Monleón10. El episodio aislado a que me refiero se produjo hacia 1475-1477, tuvo por protagonista a Rodrigo Mal-Page 346donado, a cuyo apellido se añadió desde entonces el nombre de la localidad usurpada, regidor de la ciudad y miembro de uno de los linajes de la oligarquía salmantina11, y lo conocemos a través del cronista de los Reyes Católicos, Hernando del Pulgar, a quien han seguido los historiadores de temas salmantinos, tanto los erudito-localistas como los de oficio. He aquí cómo relata el cronista lo sustantivo de los hechos según la transcripción de Villar y Macías: «...e notificóle, cómo un caballero natural de aquella cibdad, que se llamaba Rodrigo Maldonado, rué desobediente á la justicia, é vivia mal, é tenía tiránicamente el castillo de Monleón, que es de aquella cibdad, bien cercano al reino de Portogal, en el cual habia labrado moneda falsa, é habia cometido otros crímenes en deservicio de Dios é suyo é daño de toda la tierra, la cual tenia muy oprimida con robos y tiranías»12. Los hechos arrancaron del nombramiento por parte del concejo salmantino de Maldonado como alcaide del castillo de Monleón, quien se excedió en las atribuciones del oficio y usurpó la jurisdicción concejil. Desconocemos los detalles de esta ocupación y estamos mucho mejor informados, siempre gracias a Hernando del Pulgar, de la resolución del conflicto, mediado el año 1477, que requirió la presencia del propio Rey Católico en persecución y sometimiento del usurpador, iniciados por calles y conventos de Salamanca y culminados en Monleón con la entrega de la fortaleza. Superada esta coyuntura, Monleón volvió a la jurisdicción concejil salmantina.

En ella permanecerá nuestra villa en torno a un siglo, hasta 1558-1559 en concreto, en que saldrá del señorío concejil de Salamanca, por una de esas ventas de vasallos tan frecuentes bajo los Austrias, para pasar a formar un pequeño señorío autónomo, situación en la que se mantendrá hasta la desaparición de la sociedad señorial. Antes de analizar al detalle cómo se llevó a cabo este trasvase merece la pena que nos detengamos, dada la relevancia del personaje, en quien sería a partir de entonces el primer señor de Monleón, Juan de Figueroa, o Rodríguez de Figueroa, que de ambas formas fue conocido en su tiempo y así se han referido a él los historiadores.

La larga (para la época) y (por las razones que iremos viendo) intensa vida de nuestro protagonista comenzó hacia 149013en Ledesma, villa pertenecientePage 347 al señorío del duque de Alburquerque y situada a unos 30 kilómetros al noroeste de Salamanca14. Allí nació, en el seno de una familia hidalga, y fueron sus padres Pedro Hernández de Figueroa, regidor de la villa, y María de Paz. Poco es lo que sabemos de ellos y de la familia en general, más allá de la señalada condición noble15. Su padre y abuelos venían siendo patronos de varias capellanías, dotadas de importantes bienes raíces situados en la zona, patronazgo que heredó y del que nos ocuparemos en otro lugar de estas páginas. Por lo demás, en el testamento que sus padres otorgaron en Ledesma, en 1543, le mejoraron en el tercio y quinto con prohibición de enajenar.

Adoptó nuestro hombre la carrera eclesiástica, como lo prueban los diversos cargos que (antes de entrar al servicio del rey) desempeñó en varios obispa-Page 348dos, pero acerca de cuyos primeros pasos nada sabemos dado el absoluto mutismo sobre este aspecto de nuestras fuentes documentales y bibliográficas.

Mucho mejor informados estamos, por fortuna, sobre su formación académica. Como no sorprenderá, dados sus orígenes familiares, Figueroa ingresó en el Colegio de San Bartolomé, uno de los cuatro mayores de la Universidad de Salamanca. Conocemos con toda precisión la duración de su estancia a través, entre otros, de Ana Carabias, la mejor conocedora de estos temas: ingresó el 17 de enero de 1519 y salió del colegio el 14 de diciembre de 152416. Al final de sus días, cuando nuestro hombre otorgó su testamento, que analizaremos más abajo, no dejó de encomendar a su sucesor que favoreciera al colegio «por la mucha obligación que yo tengo a aquella...

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