El miedo

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Dentro del gran grupo de las emociones destaca de forma significativa el MIEDO, como repentina agitación del ánimo. Perturbación que aparece en todo ser vivo, hasta los seres unicelulares, incluso las amebas que pone en marcha los movimientos reptantes de huida en circunstancias ambientales desfavorables. El MIEDO es pues una emoción principal en íntima relación con los fenómenos de conservación y que para Kant suponen un freno para la razón. Este freno supone un obstáculo que se interpone entre el sujeto y el objeto apetecido, entendiendo con Ortega que circunstancia es todo aquello que no constituye el Yo. Una reacción primaria del hombre adecuada ante la amenaza de un riesgo distinta de la ansiedad, la que permite diferenciar el MIEDO de la ansiedad, pues en tanto el MIEDO se experimenta ante algo concreto, la ansiedad se experimenta ante la nada. El MIEDO a la muerte, o el MIEDO a vivir una mala muerte, así para los griegos el animal es mortal y no lo saben; los dioses son inmortales y lo saben y el hombre es mortal y lo sabe.

El MIEDO descontrolado, al igual que una orquesta sin director, se transforma en el pánico alterando el eje hipotalámico-suprarenal. El MIEDO supone un reflejo primario

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indispensable para la supervivencia, que permite prever el riesgo de antemano y protegernos.

El MIEDO es una respuesta biológica y una respuesta moral, un trastorno de ansiedad secundario a situaciones de estrés, somatoformes, que permite actuar con prudencia, distinguiendo lo bueno de lo malo con desconfianza y pesimismo, que no supone cobardía. Si bien debe distinguirse un MIEDO «rosa», MIEDO propio y ajeno, MIEDO placentero (montaña rusa), MIEDO infantil, MIEDO a la oscuridad, MIEDO a las ratas.

Todo ello supone que el MIEDO es un reflejo primario indispensable para la supervivencia que permite prever el riesgo de antemano y protegernos. Si bien, cuando la emoción es muy intensa se habla de pánico, el que puede durar meses o incluso años, situación de gran interés dado el carácter de contagiosidad. Sirva como botón de muestra el desastre que se produjo en la peregrinación a la Meca en el año 1990 con un elevado número de muertos entre los peregrinos. O el desastre entre los asistentes a la final de la copa de futbol de 1985 en el estadio Heysel de Bruselas o el reciente mayor desastre también en el mundo del futbol en Egipto de cerca de 1.000 muertos.

El MIEDO es pues una respuesta biológica, un trastorno de ansiedad secundario a situaciones de estrés en el que juega un papel importante la amígdala cerebral, según, Justin Feinstein de la Universidad de Iowa de Estados Unidos. Normalmente la amígdala clasifica la información que llega a nuestro cerebro a través de los sentidos, para detectar de forma rápida cualquier cosa que pudiera afectar a nuestra supervivencia.

El MIEDO se encuentra profundamente integrado en los instintos de conservación, y existe un substrato biológicamente preformado de respuesta ante situaciones de alarma. Es decir, que el embrión de lo que mas tarde será el MIEDO, aparece en las formas más primitivas de la vida, el que se va enriqueciendo según se asciende filo y ontogénicamente en

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la escala animal, estructurándose en situaciones de alarma el síndrome general de adaptación, mediante el cual el ser vivo trata de superar su situación de precariedad a través de la reacción buscando la restauración del equilibrio, o agotándose con esta búsqueda.

El niño que posiblemente es el ser más desvalido de la naturaleza cuando nace, pues es un ser absolutamente dependiente, vivencia el MIEDO como inseguridad ante la ausencia de la madre, esto es ante un hecho, una circunstancia; la madre, figura que estructura nuestra urdimbre afectiva, la ordenación de nuestras emociones, su coordinación, la riqueza de los afectos y el despliegue inicial de la inteligencia en búsqueda constante del robustecimiento de la vinculación con ella en esta búsqueda de la madre, embrión de nuestros MIEDOS y de los fantasmas que nos acosan en situaciones de precariedad y alarma, y que se plasma clarísimamente en el ¡ay madre! de la angustia. O viva la madre que me parió.

En el hombre, el MIEDO inicial del niño por situaciones de ausencia o de carencia, se va enriqueciendo progresivamente de tal forma que puede llegar a independizarse del hecho actual, concreto y presente generador del MIEDO. De forma que mediante la abstracción del mismo se puede llegar a la angustia, la que se experimenta ante la nada. Es decir, el MIEDO es ante algo, y la angustia es ante la nada. Si bien a veces el establecimiento de estas fronteras es difícil de encontrar...

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