La mediación familiar en el contexto de las personas en situación de vulnerabilidad o exclusión social. Propuesta de modelo inclusivo-integrador

AutorTeresa Mª García Gómez/Rocío López López
CargoAbogada y Mediadora. Coordinadora Servicio Jurídico y Mediación SSVPE/Abogada y Mediadora. Coordinadora Servicio Jurídico y Mediación SSVPE
Páginas183-207

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1. El origen y contexto

En la Sociedad San Vicente de Paúl (SSVP), tanto en España como a nivel internacional, llevamos a cabo una intensa labor, a través de diferentes proyectos y obras sociales, de ayuda a las personas necesitadas: mayores, en paro, enfermas, sin hogar, inmigrantes, presos, familias en situación de riesgo o marginación, infancia y juventud.

En este contexto, nace, en el año 2003, el Servicio Jurídico gratuito para personas sin recursos SSVP. Desde entonces, nos venimos dedicando a la atención jurídica para personas sin recursos o en situación de desventaja social. Nuestro objetivo es contribuir, a través de una orientación y asesoramiento jurídico conciliador y cercano, tanto al adecuado ejercicio de los derechos e intereses legítimos de la persona y protección de su dignidad, como a la igualdad y justicia social.

La mediación siempre ha sido fuente de inspiración y modelo a seguir en la actuación del Servicio Jurídico SSVP para personas sin recursos y es en el año 2013 cuando se constituye como una alternativa propia y autónoma, con la creación del Servicio Gratuito de Mediación Familiar para personas sin recursos SSVP. El objetivo que nos marcamos es el de

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satisfacer una necesidad que viene siendo cada vez más acuciante en nuestra sociedad, en la que la incomunicación o la comunicación defectuosa deteriora las relaciones imposibilitando que las personas afectadas por un conflicto puedan resolverlo de manera constructiva y autónoma.

2. Las personas: mediadoras y mediados Especificidades

A lo largo de nuestro recorrido hemos tenido la oportunidad de conocer a muchas personas, de diferentes edades, nacionalidades y culturas que se nos presentan como extremadamente vulnerables o víctimas de la exclusión social. Decimos "víctimas" porque sufren en primera persona la imposibilidad de acceder a una vida digna, con oportunidades de desarrollo, de salud, de alimentación, de educación, de cultura. Así, la "pobreza" se constituye como "una forma de violencia institucionalizada e interiorizada"1 con la que todos convivimos a diario, incluso "acostumbrándonos" a ella sin demasiados sobresaltos.

Acogemos, por su exactitud, el concepto de víctima de violencia que utiliza Raúl Nehama, psiquiatra y psicoterapeuta especialista en víctimas de la violencia:

"Toda victima es, por definición, un ser dañado. Ha sido herido y ha experimentado algún tipo de pérdida, física —como una pierna o como un hijo-, o intangible como la alegría, la paz interior o la confianza en el ser humano. Necesita algún tipo de restitución y no la encuentra. No está en paz consigo ni con el mundo. Se siente apaleado, y a menudo abusado y engañado" 2

Partiendo de este presupuesto y de nuestra experiencia en el Servicio de Mediación, nos encontramos con que las personas que llegan al mismo con la intención de resolver un

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determinado conflicto, de muy diferente índole, se encuentran además con el añadido de una situación personal muy compleja, con dificultades que afectan no solo a su vida familiar sino también a su salud, física o psicológica, a su vida personal, laboral, económica y social. No es difícil comprender que es muy complejo abordar el proceso en estas condiciones y que por tanto ellos mismos deben realizar un esfuerzo añadido a la vez que el mediador debe estar especialmente dotado de una gran dosis de empatia y de vocación social, para conducir un proceso en el que cada una de las partes participantes se sienta en la mesa de mediación acompañada de su propia problemática que excede, por muy diferentes lados, el ámbito del conflicto que les trae a nosotros. Además, en muchos casos están enfadados "con el mundo" que es su enemigo en bloque por lo que el primer objetivo del mediador debe ser ganar su confianza.

No podemos olvidar que se trata de personas que, en su mayoría, no tienen acceso a los recursos para satisfacer sus necesidades más básicas, ven atacada constantemente su dignidad como personas, su libertad y su integridad, por eso, para nosotras, su atención y el trato que reciban debe ser cuidado en extremo. En ocasiones, la situación que padecen y las circunstancias que les rodean no son las más adecuadas, a priori, para propiciar un clima de diálogo, de entendimiento, de cooperación y colaboración, requisitos imprescindibles para poder iniciar, desarrollar y concluir con éxito un proceso de mediación, más bien al contrario, las múltiples dificultades y sinsabores de su día a día viene a producir un efecto multiplicador de los conflictos.

Si en todo proceso de mediación las emociones son un factor importante a tener en cuenta, en el colectivo del que estamos hablando, existe un alto componente de malestar emocional, el miedo, la ira, la angustia, la tristeza, el estrés o la depresión hacen que la persona presente trastornos en su activación y generalmente se encuentre lejos de su nivel personal óptimo en el que, según la Ley de Yerkes Dodson3, se puede obtener el máximo rendimiento. Su percepción de la vida, de sus semejantes, de sus circunstancias, de su

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propia valía personal se ven seriamente dañadas.

Resulta en este primer momento extrapolable, la reflexión de Raúl Nehama al relatar su experiencia acerca del tratamiento psicológico de las víctimas del terrorismo:

"Necesita pues, en primera instancia encontrar un lugar de acogida, un lugar donde ser escuchado y donde evacuar todos esos pensamientos y sentimientos que tantos problemas suponen en su trato con el mundo. El mero hecho de ser escuchado sin condiciones ni actitudes preconcebidas ya le supondrá un cierto alivio". 4

Existen múltiples causas que abocan a la exclusión social, ese "terreno de nadie" del que hablan los sociólogos Javier Camacho Gutiérrez y Elias Trabada Crende considerando este fenómeno definido por:

-" Constituir un proceso dinámico que puede atravesar por diferentes etapas o fases.

- Una significativa carencia de recursos que genera situaciones de privación más o menos gráves

- Limitaciones más o menos severas en el grado de participación social y también en el acceso a los sistemas de recursos socioeconómicos (empleo, vivienda, Seguridad Social, salud, educación, etc.), lo que supone una privación del ejercicio efectivo de los derechos básicos.

- Crisis y deterioro de la identidad psicosocial de las personas afectadas.

- Pérdida y/o degradación de los lazos y vínculos socioculturales.

- Segregación más o menos intensa, cuando no la marginación, de los grupos estigmatizados por la «sociedad exclusógena».

- Todo ello, puede implicar un carácter persistente y dar lugar a un círculo vicioso que prolonga la situación de exclusión durante toda la vida de la persona u hogar afectado e

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incluso reproducirse de generación a otra. 5

Cuando esta situación es persistente y continuada, nos encontramos con personas que, además de sufrir las inconveniencias que la carencia de recursos supone en su día a día, tienen que vivir en una sociedad que, generalmente, les margina y con serias dificultades para escapar de la situación. Dicha victimización tiene sus repercusiones psicológicas en cada uno de los afectados, que Raúl Nehama nos describe con extraordinaria precisión:

"Si además de su desventura, se encuentra abandonado, segregado, silenciado o incluso culpado tendrá fácil el indignarse, sugestionarse, obsesionarse, llenarse de sentimientos negativos y, sobre todo, perder la confianza básica, esa condición mental que nos hace creer que vivimos en un mundo estable y medianamente estructurado, en el que las cosas funcionan con una cierta lógica y se puede vivir con relativa tranquilidad"6.

En este punto "de ruptura del orden del mundo"7, ruptura con el mundo exterior y con el propio mundo interno, confiamos en la capacidad y posibilidad de resolución de conflictos que ofrece la mediación, como concepto opuesto a la indefensión que sufre toda persona victimizada.

Es fundamental que el mediador tenga para ello la actitud adecuada garantizando la confidencialidad, así como su imparcialidad y neutralidad en el proceso y reunir, no solo la formación requerida para ejercer como tal y mantenerla actualizada, sino además, desplegar su personalidad, su hacer y su poner en práctica de forma creativa, manteniendo en todo momento su propio control emocional, para lo que

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es indispensable una revisión constante de su actuar como mediador.

"Aprender el enfoque mediador es conocer el funcionamiento de las propias emociones, saberlas expresar y poderlas controlar. El propio conocimiento emocional es el que facilita el conocimiento de las emociones de los otros. El autoconocimiento se convierte en la pieza más importante de un enfoque mediador y el aprendizaje en esta materia es una pieza fundamental para las personas, para su estabilidad personal y para mantener una relación adecuada con los demás... Un enfoque mediador, ya sea mediante la formación profesional o a través del aprendizaje de una actitud mediadora, proporciona el aprendizaje de la esperanza y el optimismo, posibilita un cambio personal que facilita la esperanza en la vida, la creencia en que las cosas saldrán adelante, aunque estén pasando por una situación difícil, de que uno puede alcanzar sus objetivos, aunque tenga que modificarlos y adaptarlos a las circunstancias y que uno no se rinde ante...

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