María Victoria del Pozzo, una italiana en el trono español

AutorCarmen Bolaños Mejías
Cargo del AutorUniversidad Nacional de Educación a Distancia
Páginas103-119

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Introducción

En España, a lo largo del siglo XIX, tanto los políticos como los intelectuales validaron la hipótesis de la inferioridad de las mujeres y mantuvieron insistentemente la falacia de creer que sólo los hombres eran capaces para resolver los problemas sociales, o en términos más simples, para dedicarse a la política. Desde el punto de vista masculino, la causa de la discriminación femenina era doble: de un lado, esa marginación social tenía un fundamento que provenía de su sexo, una limitación natural que les impedía ser objetivamente racionales y justificaba la incapacidad de la mujer para participar en cualquier tipo de conversación. De otro lado, estaba la carencia de instrucción.

A pesar de este desalentador panorama, existieron mujeres que aprovecharon cualquier resquicio para contribuir a la transformación social de las mujeres. Fueron casos excepcionales y por ello hemos revisado la figura de María Victoria del Pozzo, una reina que a través de la institución que representó anticipó ciertos ideales y puso en marcha importantes proyectos con los que daba satisfacción a problemas sociales, a la vez

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que pretendía introducir cambios en la formación de la mujer para el futuro.

1. Datos biográficos

María Victoria del Pozzo nació en París el día 8 de agosto de 1847, era la primera hija de Carlos Manuel dal Pozzo, príncipe de la Cisterna y de Luisa de Merode. Su padre, pertenecía a una distinguida familia de Turín, por motivos políticos abandonó Italia, refugiándose primero en Suiza y luego en Francia, donde conoció a su futura esposa, aristócrata de origen belga. Corrieron buenos tiempos para la familia que, en 1848, pudo volver a Italia, fijando su residencia en Turín, justo a tiempo para el nacimiento de la segunda hija, Beatriz1.

De su padre recibió la clara identificación con la cultura italiana y el respeto por la Francia de las revoluciones y sus maneras democráticas. Su madre le legó el carácter personal más destacado, su postura ético religiosa. Sin duda, la inteligencia y laboriosidad que luego caracterizarían a María Victoria fueron en gran parte deudas del extraordinario ambiente en que se crió. El influjo paterno fue determinante en la formación que recibió y desde niña se mostró despierta y observadora, le gustaba conversar y desde pequeña lo hacía en francés con su madre y en italiano con su padre.

El año de 1864 fue un año crucial, marcado por dos tragedias. La muerte de su padre dejó a su madre abatida y desconcertada. Pero nada comparable a la pesadumbre y sufrimiento que le causó, poco tiempo después, el fallecimiento repentino de su hija Beatriz. Tantas complicaciones fueron sumiéndola en un fuerte padecimiento nervioso que cambió radicalmente su carácter. María Victoria pasó a convertirse en la compañera

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inseparable de su madre, suspendiendo cualquier compromiso social y buscó consuelo y refugio en la lectura. Su casa no volvió a recuperar el ambiente alegre y mundano que la había caracterizado en el pasado2.

En este ambiente vivieron madre e hija durante tres años, hasta que el 30 de mayo de 1867, esta contraía matrimonio con Amadeo de Saboya, Duque de Aosta. La boda se celebró en Turín y al siguiente año nacía el primer hijo de la pareja, Manuel Filiberto que recibió de su abuelo, el rey Victor Manuel II, el Ducado de Pulia3.

2. Amadeo de Saboya, Rey de España

Mientras tanto, en España, el General Prim, presidente del Gobierno, asumía como gestión personalísima la búsqueda de un candidato apropiado para la Corona que, desde el destronamiento de Isabel II, se encontraba vacante. Diputados y senadores, estaban convencidos de que no sería fácil para el gobierno encontrar a la persona adecuada, pero no tenían en cuenta la tenacidad del General, quien a pesar de las dificultades, acabó ofreciendo a España el monarca más democrático de su historia.

No es este el momento ni el lugar para detallar el acceso al trono de España de Amadeo de Saboya, pero es conveniente recordar que la Constitución Española de 1869, en su artículo 77, establecía que la forma de gobierno era la monarquía y era labor de las Cortes elegir al futuro rey de España. El novedoso sistema apuntaba a una experiencia poco común, se trataba

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de sustituir la soberanía real por la soberanía popular fundamentando así la legitimidad del nuevo rey.

Según puntualizaba el Gobierno, sería: "un monarca no electivo sino elegido por aquéllos a quienes el pueblo español otorgue al efecto sus poderes"4.

A la Casa de Saboya recurrió Prim, convenciendo a Victor Manuel para que mediara ante su hijo Amadeo. Este desconfiaba de la situación política que vivía España y no se sentía personalmente halagado por ser rey en un país extranjero. En realidad, había asumido bien su lugar dentro de la dinastía saboyana y no envidiaba ni la primogenitura de su hermano Humberto, ni la responsabilidad que conllevaba la aceptación de una Corona, pues estaba convencido de que no había sido formado en el difícil arte de gobernar.

Finalmente, fueron tantas las presiones ejercidas por su padre, por su hermano y por el propio gobierno italiano, que Amadeo comunicó oficialmente a Prim que podía presentar su nombre como candidato a la Corona de España y añadió: "Aceptaré la corona si la voluntad de las Cortes me prueba que esta es la voluntad de la nación española"5. Se amparaba en razones democráticas para justificar su aceptación de un cargo que, de antemano, suponía ingrato y conflictivo.

El 3 de noviembre de 1870, el presidente del Gobierno español, presentó formalmente ante las Cortes la candidatura de Amadeo de Saboya y el 16 del mismo mes era elegido, por mayoría, rey de los españoles6. Tanto su reinado, breve y pobre en resultados, como su persona, despertaron sentimientos

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antagónicos: advenedizo para unos, ingenuo para otros, desconocido para los más.

Estas opiniones se habían difundido incluso antes de la coronación de Amadeo y era muy difícil para los amadeístas mejorar su imagen, por lo que pusieron todas sus esperanzas en la reina que, llegaba a Madrid unos meses después que Amadeo, se había quedado en Italia por encontrarse convaleciente del parto de su segundo hijo, el duque de Turín. A partir de entonces actuó conforme a su rango y sentimientos manifestando desde el principio su deseo por integrarse y compartir la vida de los españoles.

María Victoria era dos años más joven que Amadeo y con unos méritos culturales y personales que no pasaron desapercibidos para los españoles. Hablaba cinco idiomas, entre ellos el castellano, tenía conocimientos de latín y griego clásico y había estudiado ciencias matemáticas, una formación que rompía el patrón femenino que los políticos liberales adjudicaron a la mujer para excluirla de sus proyectos políticos.

No obstante, no debemos sorprendernos de esta contradicción, eran los líderes políticos los que buscaban el apoyo de las "señoras", apelando a los «naturales» sentimientos caritativos, y a las tradicionales actividades benéficas que siempre habían desarrollado quienes pertenecían a las clases acomodadas. Estas colaboradoras provenían de la clase alta y media y transigían con los valores del pasado en la misma medida en que tomaban conciencia de la transformación social del país. Participaban de la dinámica gubernamental y adoptaban conductas de flexibilidad política, aceptaban el peso de la tradición al tiempo que participaban en las instituciones.

La Reina: María Victoria del Pozzo

Pero el afán de la reina por hacerse popular no iba a encontrar eco, los primeros en manifestarse en contra de la nueva

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dinastía fueron los nobles, pues pensaban que no habían sido designados a ocupar dicho rango por su estirpe y además, hacían gala de haber obtenido la corona en nombre de la soberanía popular. Por lo que hacían mofa de cualquier cambio promovido por los monarcas, sobre todo si se sustentaba en un espíritu liberal. Así cuando la reina rechazó el protocolo de sus predecesoras, reservándose como vivienda una mínima parte del Palacio de Oriente y ordenando que se clausuraran muchas habitaciones, que sólo servían para aumentar el gasto de luz y de conservación, la nobleza aprovechó para manifestar jocosamente que, en España, la afición de la reina a los libros se había reducido exclusivamente al de cuentas7.

En realidad su afición a la lectura la llevó a interesarse por la historia de España, también le quedó tiempo para visitar los museos de Madrid. Al del Prado le dedicó varios días, siendo acompañada por su director...

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