La marginación: ¿déficits en la asimilación de valores normales o asimilación correcta de valores desviados necesarios en su ámbito? «Obediencia libre» versus desviación. «Obediencia libre» versus movimientos sociales. (Comentarios generales)

AutorJordi Cabezas Salmerón
Páginas249-268

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Ante todo debe indicarse que en este capítulo de la Tesis doctoral que ha dado nacimiento al presente texto, y bajo la rúbrica «Análisis de los déficits socioculturales y económicos del interno en prisión. La marginación: ¿déficits en la asimilación de valores normales o asimilación correcta de valores desviados necesarios en su ámbito?», básicamente se efectuaba un nuevo refuerzo a nuestras posiciones centrales, ahora desde el ámbito penitenciario, observando cómo los déficits socioculturales y económicos condicionan en alto grado no sólo las conductas desviadas de lo «normal», sino muy concretamente las conductas delictivas y el consiguiente ingreso en prisión. En diferentes apartados y subapartados se trataban con más detalle una serie de temas complementarios que, por razón de espacio, aquí resumimos someramente de forma continuada. Así en aquel Capítulo IV originario se analizaba si lo que hasta ahora hemos venido denominando «déficits», no son tales, sino que realmente tan sólo se trata de una asimilación correcta de lo preciso en su entorno, incluyendo justificaciones; en definitiva, de una perfecta adecuación. Seguidamente y con remisión al mismo, citamos sucintamente las cuestiones allí tratadas para no engrosar este texto más allá de lo razonable.

Siguiendo de nuevo el texto Mil voces presas de Julián Ríos, experto en el estudio de la vida penitenciaria, se corrobora en el siguiente pasaje ese cierto «determinismo» que las desfavorables condiciones socioculturales y económicas, producen. Así:

Las carencias educativas y culturales son uno de los más importantes déficits que arrastra la persona presa en su proceso de inadaptación social. El 65 % de los encuestados poseen estudios primarios; de ellos

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el 8 % no tiene estudios, y hay que pensar que buena parte de los presos analfabetos, no han podido responder a un cuestionario que se presentaba por escrito, y sobre la base previa de haber solicitado un libro, lo que casi sistemáticamente deja fuera a los presos que no saben leer y escribir, a no ser que alguien les haya rellenado el cuestionario. De hecho, sólo un 1% de los encuestados se dicen analfabetos, cuando según Instituciones Penitenciarias (año 98) el 10 % de los presos son analfabetos y el 19 % analfabetos funcionales. Teniendo en cuenta todo esto, cubrir el déficit educativo será uno de los más importantes problemas de cualquier intervención centrada en el individuo que no pretenda solamente evitar la conducta desadaptada, sino incorporar activamente al inadaptado en la sociedad. De una u otra forma, el individuo ha de estar en situación de poder conseguir un nivel al menos mínimo de educación, que le permita mantener unas relaciones interpersonales y sociales más gratificantes así como acceder a niveles de empleo suficientes que redunden en una mejora de la calidad de vida» [Capítulo 4 Actividades - la escuela].

Cabe citar, asimismo, algún otro pasaje que corrobora el sentimiento de «victimización» que poseen la mayoría de los internos. Así:

Existe por parte de los internos una acusada pérdida de confianza en el sistema judicial en general, que si bien es una actitud ampliamente compartida por la opinión pública española, se vuelve aún más dramática y acusada entre las personas presas. Basten como ejemplo los dos testimonios siguientes: Cada día tengo más claro que la constitución cuando dice que todos somos iguales ante la ley, se le olvido poner que los que no hemos robado lo suficiente para tener un buen abogado no tenemos los mismos derechos, sí hay distinciones, por la clase social y el poder adquisitivo. Yo no soy igual que el que mata a dos erchanchas y por estar borracho le absuelven y encima le devuelven la escopeta con que los mató, ni soy igual ante la ley que quien era director de la guardia civil y vaciló a todo un país, ni igual que quien trafica con miles de kilos de droga, yo sólo robaba en comercios para inyectarme droga.

He pasado la mayor parte de mi vida en la cárcel y aun quieren que muera dentro, que me vaya consumiendo poco a poco hasta que me quede sin defensas y el SIDA me mate. Conocí a los abogados que me tenían que defender en el pasillo del Juzgado diez minutos antes del Juicio y me aconsejaban que me hiciese autor de un delito que no había cometido por que era mejor así. En general creo que no hay justicia y que los únicos a los que respetan y juzgan respetando todos sus derechos es a los que pueden pagárselo. Pienso que las cárceles

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están llenas de los que por desgracia no han podido pagarse un buen abogado [Capítulo 12, abogado defensor].

Pero al margen de su desconfianza en el sistema judicial (los internos se consideran víctimas del sistema, en cuanto a la pena impuesta, a la forma de imposición y de cumplimiento), contribuye notablemente, en muchos casos, a ese sentimiento de «victimización» el hecho de que el interno no es «muy consciente de su maldad», como es notorio comprobar en las prisiones.

Ello obedece a la falta de plena motivación por la norma; no se sienten culpables o «del todo culpables» por lo hecho, que «para ellos» es «más o menos normal». Los internos se consideran víctimas del sistema, en cuanto a la ubicación social que ocupaban al delinquir; en esa situación social lo «normal» —y por tanto capaz de motivar— no siempre es lo «normal» de quienes les enjuician; y éstos no son otros que «los verdaderos normales» que les han sumido primero en esa ubicación social desfavorecida.

Esta cuestión me recuerda el texto «Las prisiones» de Pierre Kropotkine,1en que se recoge la conferencia que con ese mismo título pronunció el citado (Piotr Kropotkin) en París en 1890, desde su doble condición de intelectual y ex presidiario, en que denunció vigorosamente la infamante vergüenza de las cárceles, al tiempo que subrayó, como nadie lo hizo en esa época, el lugar fundamental que ocupan dentro de la economía de poder del sistema capitalista.

Dicho autor mantiene que «hay, en primer lugar, un hecho constante, un hecho que es ya, en sí mismo, la condenación de todo nuestro sistema judicial: ninguno de los presos reconoce que la pena que se le ha impuesto, es justa. Hablad a un detenido por hurto y preguntadle algo acerca de su condena. Os dirá: Caballero, los pequeños rateros aquí están, los grandes viven libres, gozan del aprecio del público... Los grandes ladrones no somos nosotros; son los que aquí nos tienen...». «La cárcel es un bastión que no defiende a la sociedad, sino a la clase social dominante» (p. 29; 1977). Así pues, el sentimiento de «victimización» es claro, y la cuestión no ha cambiado.

A lo largo de este trabajo, hemos evidenciado que ciertamente la actual sociedad es generadora de profundas desigualdades; por ello, resulta inadecuada la figura del «hombre medio».

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Todo lo cual, a pesar de que nunca ha existido tanta igualdad y libertad como la alcanzada en nuestras sociedades modernas. Hemos observado como, en realidad, esas modernas exigencias de igualdad y bienestar del mundo moderno han comportado una merma de las propias libertad e igualdad. Así, se ha expuesto, mediante fragmentos de autores como Giddens y Victoria Camps, que existen desigualdades creadas por la propia igualdad, y siguiendo a Fromm, que el individuo ha logrado una libertad «de», pero no ha aprovechado tal logro para ejercer la libertad «para».

Esta afirmación comporta que el individuo ha renunciado a tomar las riendas de su propia existencia, a seguir caminos, quizás distintos a los preestablecidos, en definitiva a ser «él mismo», incluso al precio de ser diferente a los demás.

Ese miedo a la diferencia, al juicio de los demás, a ser extra-ño al rebaño, a quedar sólo, ha castrado el verdadero ejercicio de la libertad individual para vivir la propia vida. Y ese miedo a la diferencia que desemboca en el «miedo a la libertad» de Fromm, sí que ha sido aprovechado y fomentado por los poderes sociales para lograr una sociedad sumisa y que creyéndose libre y plena dueña de sus decisiones, se mueve, no obstante, en la dirección que se le indica, «aceptada libremente» por miedo a buscar otros caminos distintos. De nuevo otra tremenda y cruel paradoja. Miedo al cambio, en definitiva.

Recuérdese la máxima de Marcel Proust:2«En la sociedad, las novedades culpables o no, sólo excitan horror en la medida en que no vienen asimiladas y rodeadas de elementos tranquilizadores».

O sea que, o «vienen preparadas», o «nadie se mueve»; y ya se sabe «quien las prepara», y por supuesto no es el «individuo de a pie».

Deseo recordar, además, en este punto unos comentarios críticos, efectuados por un «ejecutivo al uso», burlándose de que en la China maoísta todos vistiesen homogéneamente aquel tipo de uniforme verdoso, prueba evidente —según él— de la falta de libertad. El ejecutivo en cuestión, gozoso de su libertad, vestía curiosamente la misma clase de «uniforme» que todos sus congéneres ejecutivos, esta vez traje azul de corte impecable, cartera, peinado y gafas de sol; todo ello, peinado incluido, de marca determinada, claro está. Libertad para eso... Vestía el uniforme

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impuesto, pero eso sí, lo vestía «libremente». Sea como fuere, parece que «el miedo a la libertad» hace que los miembros de la desigual sociedad moderna, tiendan a comportarse de forma similar siguiendo los patrones establecidos, sometiéndose así «libremente a la esclavitud» de quien los establece.

Llegados a este punto, la cuestión sería: ¿si ello es así, cabe predicar lo irreal del «hombre medio», como se ha venido haciendo en este trabajo, cuando todos los esfuerzos de los miembros de la sociedad se dirigen a parecerse a él?

Si mantenemos que «en general» el hombre es libre de pero no lo es para, ello comporta que se ha vuelto «libremente obediente», sin saberlo, gracias a los mass-media, u otros mecanismos creadores de estereotipos y de patrones o deseando ignorarlo por miedo a sentirse diferente.

Es con ironía que el propio Fromm3comenta que «la...

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