Luis García-San Miguel Rodríguez-Arango (1929-2006)

AutorÍñigo Álvarez Gálvez
CargoUniversidad Europea de Madrid
Páginas573-577

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Es un lugar común decir que uno se siente honrado y agradecido al ocuparse del encargo de recordar la figura del maestro, del amigo, desaparecido. Yo lo estoy, y vaya por delante mi agradecimiento a los editores del Anuario. En este caso, con mayor motivo, dado que existen personas que le conocieron más y por más tiempo, y que podrían contar muchos sucesos en primera persona, que yo sólo conozco por referencia.

Conocí a Luis García-San Miguel, hace ahora ocho años, por mediación de mi buena amiga y entonces compañera de faenas universitarias, encarna Carmona. En aquel tiempo él era ya un viejo y sabio profesor, por sus conocimientos y por su edad. Nos juntábamos con él varios amigos (la propia encarna Carmona, Juan Manuel Herreros, yo mismo), los viernes, a departir y a comer en mesa de mármol gastado y mantel de cuadros; dos actividades que sabía degustar y hacer disfrutar a otros. En esos encuentros gastronómicos nos conocimos hablando de todo un poco. De vez en cuando se arrancaba con alguna provocación: «españa se hunde», decía por ejemplo, y los temas se iban enlazando entre los platos que nos servía Jesús.

Muchas cosas aprendí con él. Disfruté de su afabilidad y de su sentido del humor, y admiré su sensatez y su lucidez, tan poco comunes. Creo que era un gran conocedor de las personas. En no pocas ocasiones las cosas sucedían como él decía que iban a suceder y los demás se comportaban como él pensaba que se iban a comportar.

Tuve el placer de compartir unas cuantas comidas con él y el privilegio de trabajar bajo su dirección. En una de aquellas comidas nos dijo que quería poner por escrito sus apuntes de clase. El título de Penúltimos apuntes era inevitable (lo de Los fundamentos del Derecho fue añadido más tarde para dar un cierto toque de seriedad). Trabajé con él en el proyecto durante los siguientes tres años. Y entonces aprendí, además, filosofía. Si tuviera que elegir una obra representativa de su pensamiento, creo que elegiría ésta. Dejando a un lado el hecho de que se trata de la obra que mejor conozco, me Page 574 parece que es la que expresa de manera más clara, más precisa, más completa y más lúcida, su toma de postura filosófica y política. Como si lo hubiera escrito él mismo, quiso el destino que, en efecto, fuera su penúltima obra (la última fue su Filosofía política. Las grandes obras, de 2006, en la que participamos unos cuantos amigos y compañeros).

Éstas son las postreras. Las primeras nos sitúan en la españa de los años cincuenta. Quisiera poder referirme a esa época desde el recuerdo vivo y propio, pero por suerte o por desgracia, nací en otra y nada puedo contar salvo por el testimonio de terceros. Por otro lado, no es la primera vez que se escribe sobre ella y no quisiera resultar repetitivo. Baste, pues, un breve recordatorio.

La situación entonces, al decir de sus protagonistas, no era fácil; sobre todo, para aquéllos que tenían la pretensión de pensar por sí mismos y no engrosar la feligresía de los buenos de turno, aunque esta circunstancia no la hace particularmente novedosa. Aunque es bien cierto que toda afirmación general corre el riesgo de obviar matices importantes y que, referido a la situación que nos ocupa, las condiciones fueron suavizándose con los años, puede afirmarse que durante unas cuantas décadas nuestra asignatura (no sólo, pero también) estaba monopolizada por un iusnaturalismo tradicionalista tomista bastante pétreo. «Lo que estos juristas pretendían, e imponían siempre que podían (y podían de firme) -recuerda García-San Miguel- era consagrar el...

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