La lucha por el derecho: historia y trascendencia. Una crítica postilustrada de la modernidad jurídica desde Ignacio Ellacuría SJ

AutorJuan Antonio Senent de Frutos
Páginas59-77

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1. Preámbulo

¿Por qué relacionar el pensamiento católico y el pensamiento crítico? Si consideramos el pensamiento católico desde su núcleo originario podemos ver que este no es sino una forma de pensamiento crítico que se alza desnudando la pretensión de justicia por el cumplimiento automático de la ley, la denuncia del poder como dominación, su brillo como corrupción, denunciando la “sabiduría del mundo” y afirmando la “locura de la cruz”, para reintroducir un mundo de relaciones negadas, que “no-es” pero que adviene, otra sociabilidad, y que por ello, es novedad, vida abundante, “buena noticia”. En este sentido, la teología de la ley en san Pablo o en el evangelio de Juan constituye un profundo programa crítico del Derecho y del Poder en su desarrollo sociohistórico.

Desde este trasfondo, podemos preguntarnos, ¿dónde está la fuente de crítica y de sabiduría de la perspectiva jurídica

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de Ignacio Ellacuría? Yo creo que está en su espiritualidad cristiana. Este creo que es el núcleo de su pensamiento crítico fecundado por la tradición cristiana. Pero ello no es una cues-tión sólo privada o personal. Tuvo una fecundación en su propia reflexión teórica y en la proyección histórica de esa reflexión. Por ello, para Ellacuría, una universidad de “inspiración cristiana”, tenía para él una especial fecundidad para la actividad social que despliega la universidad, pero no por “cristianizar” confesionalmente la universidad, sino por estar efectivamente enraizado en una experiencia que le posibilitó otro modo de hacer ciencia y universidad:

“El cristianismo, realmente entendido, defiende y promueve una serie de valores fundamentales que son esenciales para nuestro proceso histórico y, por lo tanto, de gran servicio para una labor universitaria comprometida con el proceso histórico. Ve en los más necesitados, de una forma o de otra, a los redentores de la historia, a los privilegiados del reino de Dios, en oposición a los privilegiados de este mundo, propugna la negación de elementos deshumanizadores como son el ansia de riqueza, de honores, de poder, el halago de los poderosos de este mundo; propugna la sustitución del egoísmo por el amor como motor de la vida humana y de la historia y pone el centro de interés en el otro, en la entrega a los demás, más que en la exigencia de los otros; quiere más servir que ser servido; promueve el rechazo de las desigualdades injustas; afirma el valor trascendente de la vida humana, el valor de la persona, vista desde el Hijo de Dios y, consiguientemente, la solidaridad y fraternidad entre todos los hombres; despierta la necesidad de un futuro siempre mayor y desata así la esperanza activa de quienes quieren hacer un mundo más justo en el que, por lo mismo, Dios puede mostrarse más plenamente; ve en la negación del hombre y de la fraternidad humana la negación radical de Dios y, en este sentido, del principio de toda realidad y realización humana… Como todos esos valores no son puras confesiones ideales, sino exigencias fundamentales que han

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de ser vividas y ejecutadas, la presencia de la inspiración cristiana, sin necesidad de muchas confesiones explícitas, es un principio potenciador del trabajo universitario”3.

Ahora bien, esto que plantea Ellacuría en el ámbito del pensamiento cristiano desde América Latina, choca con el proceso hegemónico de configuración ilustrada y secularizada de los saberes universitarios, y en particular de los saberes jurídicos.

2. Introducción: la necesidad de repensar críticamente el proceso de secularización de la ciencia del derecho en la modernidad

¿Puede aportar algo al mundo jurídico un enfoque filosófico y teológico del Derecho como el que realiza Ignacio Ellacuría?

La ciencia del derecho, como se suele cultivar en Occidente, está todavía bajo los presupuestos metodológicos del proceso de secularización. Unos de los padres de la ciencia jurídica moderna, el internacionalista Alberico Gentili (1552-1608), hizo célebre el imperativo de la autonomía de la ciencia del derecho con su llamado “Callad teólogos, en lo que no es de vuestra incumbencia” (Silete, theologi, in munere alieno, De iure belli, I, XII). No se trata aquí y ahora de justipreciar este proceso, sino de señalar que a nuestra altura histórica, todavía estamos inmersos en sus derivaciones culturales y que por tanto sigue siendo necesario un tratamiento crítico de esta cuestión. Tratamiento crítico, que tampoco podemos ahora abordar sistemáticamente. Sin embargo, sí podemos señalar, que el planteamiento de fondo de la teología y filosofía de Ignacio Ellacuría hay un intento de enfrentar los problemas sociohistóricos implicados en estas luchas metodológicas porque, a su vez, éstas inciden en la marcha social. De hecho, no podemos

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permanecer en la ingenuidad ilustrada de que se trata de un asunto resuelto históricamente. Antes bien, creo que Ellacuría aplicó no sólo la sospecha epistemológica al problema de la secularización en la Modernidad, sino que constataba desde el reverso de la historia de Occidente, el lado oscuro, irracional e injusto del proyecto civilizatorio de la Modernidad, pero no por ser “antimoderno” o “antilustrado”, sino por reconocer sus efectos negativos y reales4. En el campo del Derecho, Ellacuría es plenamente consciente de su carácter dialéctico y agónico, recta y complejamente entendido. Por ello, no basta para enfrentarse al campo jurídico planteamientos puramente formales e ideales pues el conflicto fundamental que se encarna en el mundo del Derecho, no es sólo el triunfo de la razón sobre la fuerza, sino “más en concreto, la defensa del débil contra el fuerte” (Lucha por la Justicia5, 298).

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En este contexto, se han producido ideologías jurídicas ilustradas y hegemónicas, por ejemplo, como la del positivismo jurídico contemporáneo, que han funcionado en buena medida de manera ideologizada al servicio de las élites sociales, de los fuertes en los sistemas sociales, y por otra parte, que también ha absolutizado o sacralizado instancias mundanales como la ley o el Estado que se han empleado como ídolos violentos que pueden someter a las “masas humanas excedentarias”. Por ello, el Derecho no se puede enfocar bajo la forma de la “normatividad absoluta y abstracta”, justamente para que no se produzca la idealización de la realidad social, que encubriría bajo el discurso formal y universal del Derecho las fracturas, las dominaciones existentes.

Nos encontramos, pues, con una doble línea de crítica en la perspectiva intelectual de Ellacuría sobre el Derecho en su desarrollo hegemónico en la Modernidad. Filosóficamente, denuncia su proceso de idealización que deviene en ideologías que encubren y justifican el orden violento sobre el que se construyen las relaciones sociales, tanto en su interior como en relación a otros pueblos6, lo que le exige y le permite una vuelta a la historia como lugar para desideologizar y para la relanzar su dinamismo más humanizador. Teológicamente, se enfrenta a los ídolos o dioses y sus ideologías derivadas que pretenden ocupar el lugar del Dios de los pobres y que en lugar de servir y dar vida, alienan la historia humana cerrando su dar de sí y cosificando la libertad humana, tratando de imposibilitar sus dinámicas de superación y trascendencia.

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Se trata aquí por tanto, de una filosofía y una teología que se orienta desde abajo y como reacción reflexiva ante la filosofía ilustrada y ante la teologización efectiva de instancias relativas que se absolutizan. Frente a la idealización del poder y de la dominación legalizada que acontece en la civilización moderna; y frente a la teologización funcional de las mediaciones institucionales en esta civilización, Ellacuría propone una teología crítica que no es retorno a una nueva forma de cristiandad, lo que sería mantener la mundanización de la Iglesia desde la lógica del poder y de dominio, ni tampoco una teología privada y puramente interior que se recluya en el ámbito de las actitudes. Ellacuría propone una teología pública, y por tanto, que aspira a una eficacia socio-histórica, a una recta articulación de fe y de justicia, no para configurar desde el poder la marcha histórica, “sino [que propone] un “ideal” utópico y deja que otros “realicen” el ideal y lo pongan en marcha, desde el poder. Por ello, la teología de la liberación no tiene que estar en el poder, más bien busca siempre estar en la oposición, es decir, con los oprimidos” (ET7, I, 26-27).

En este sentido, frente a la deshistorización de la fe y frente a la sacralización de lo dado históricamente como intocable o insuperable, Ellacuría plantea un programa crítico que muestra el sentido y la virtualidad socio-histórica de la fe desde Jesús y que a su vez ayuda a desideologizar los cierres dogmáticos de la historia humana que justifican el estado de cosas vigente como lo último de la historia. Para ello, su programa crítico se fundamenta en la unicidad y apertura de la historia, y no sobre dualismos o separaciones que impiden el juego de factores que pueden ayudar a la historia social en su proceso.

En el marco que genera la dialéctica de la secularización...

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