La crítica literaria medieval a los abogados y su proyección

AutorModesto Barcia Lago
Cargo del AutorDoctor en Derecho, Licenciado en Filosofía y en Ciencias Políticas
Páginas321-332

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Y es que, por lo que llevamos viendo, la figura del que de modo habitual habla en favor de otros ante la autoridad, suscitó siempre y en todas partes una consideración ambivalente.

Si su cometido resulta imprescindible para el buen orden de la sociedad, su independencia, tanto en lo que atañe a su relación con los poderes públicos, como respecto de los propios clientes que a él acudían en busca de consejo o defensa legal, le hacía incontrolable por unos y otros, y el que pudiesen argüir en favor o en contra, según los intereses cuya defensa asumían, incrementaba la desconfianza pública -ignaro el vulgo, por la simplicidad de sus creencias acerca de la Justicia, de las sutilezas de la interpretatio, como le ocurriría a Napoleón Bonaparte-, acerca de la honradez de sus convicciones acerca de la justicia, tanto como sus defectos humanos.

Su amplio margen de movilidad entre los vericuetos procesales le investían, así, de una gran responsabilidad como garante de la justicia en que debía sustentarse el sistema; pero al propio tiempo, se posibilitaban desvíos éticos en los espíritus menos exigentes o acaso más débiles, mostrándose, entonces, la Abogacía como actividad perniciosa, en vez de conveniente para la paz social, como expresa el refrán popular "abogado muy ladino, gusta más de andarse por trochas que por caminos"697. Un estatuto deontológico firme y exigente, Page 322 que regule la ética profesional y el decoro moral, es, por ello, como lo comprendiera el juicioso Monarca autor de "Las Partidas", consustancial a su autonomía funcional en interés de la salus publica.

Es, precisamente, este sentimiento el que nuestros autores áureos tienen del papel que deberían desempeñar los abogados y demás curiales, y cuya defraudación es 1o que anima la sátira cruel del mundo forense; no obstante, también sostienen la censura a la avidez injusta del populacho, que da pie a la intervención de aquéllos, pasando así de aquella crítica unilateral de los oficiantes, a la del sistema en conjunto.

Pero ya en la baja Edad Media esta ambivalencia se muestra en la paradoja de una cuasi sacralización del oficio, por un lado, y en el modo en que la figura humana del abogado aparece reflejada con crudeza en la sátira literaria.

El acervo mítico de una tradición punteada de las alusiones del Antiguo Testamento a la defensa de huérfanos, viudas y pobres, es decir, de los débiles, que salpican el libro de Job, las inspiraciones de Isaías, los salmos davídicos o los proverbios de Salomón, como ya dejamos referido supra, sería recogido por la literatura medieval de inspiración religiosa. Así, Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, en uno de sus "Gozos de Santa María" proclamaba:

Yo te pido, gloriosa, siempre, en toda jornada, que me seas piadosa, alegre y contentada.

Al Juzgar, juicio dar Jesús, quiéreme ayudar y ser mi dulce abogada698.

Y en otra letrilla, doliente de la prisión en que le tenía el Arzobispo de Toledo, Cardenal Don Gil, impetraba el auxilio del propio Salvador asociándolo al Arcángel San Miguel como abogado, sin distinguir muy bien el papel de Juez Supremo de Aquél: Page 323 Con el bienaventurado ángel Señor San Miguel tú seas el abogado de aquélla o de aquél que de su pan nos ha dado; te lo ofrecemos por él699.

Incluso el Canciller de Castilla López de Ayala manifestaba en su Crónica de Enrique III (año 2º, cap. VI) que tenía a la "Virgen gloriosa Sancta María" por su señora y abogada, y Gonzalo de Berceo en sus "Loores de nuestra Señora" (cuaderna 111) defería al propio Jesucristo el patronazgo de su defensa, mientras que Alfonso Martínez de Toledo, el Arcipreste de Talavera, recababa para la defensa del ánima en el juicio divino a la "Virgen syn manzilla, santos e santas e los ángeles del paraiso"700.

Esta leyenda representa el ensalzamiento del oficio de abogar cuasi como oficio divino -¿y no había dicho Ulpiano que iurisprudentia est divinarum atque humanarum rerum notitia, iusti atque iniusti scientia?-, imprescindible para la realización de la justicia, por más que sus oficiantes incurran con demasiada frecuencia -pero ¿no somos los humanos, por serlo, pecadores?- en el desvío de tan alta consideración y merezcan el reproche público; por eso, en contraste con el divinal modelo del oficio, se impone la realidad del mundano desacomodo, que fustiga una sátira inclemente.

El Decir que fue fecho sobre la justiçia e pleitos e de la gran vanidad deste mundo, del que ya hicimos mención, abunda en el tópico de la curia y de la vanagloria y la corrupción que impera en el conjunto, pues "por dineros venden los perdones/ que debían ser dados por mérito puro", y descalifica a la pléyade de alguaciles "todos viven de pura rapina/e andan socavando todos los çimientos/ por desplumar la gente mezquina", acompañándose de rufianes. Caso espe-Page 324cial es la abundancia de abogados y otros curiales, que esquilman a la sociedad sin medida:

Pues de abogados e procuradores, e aun de otras cien mil burlerías, e de escribanos e recabdadores, que roban el reino por estrañas vías, yo non vi tantos en todos mis días; e tanto padesçer este reino cuitado, que es maravilla non ser asolado, si el señor rey non quiebra estas lías 701 .

La obra de Alfonso Martínez de Toledo, conocedor en carne propia de las entrañas de los juicios, el "Arcipreste de Talavera" o "Corbacho", es un feroz vituperio contra las féminas, recriminadas, como si del mismo helénico Menandro se tratase, como diabólicos agentes de perdición de los hombres; tan atroz es la descalificación, que el propio autor confiesa que sufre pesadillas, sintiendo escalofríos por la terrible venganza que de él tomaban en sueños las ofendidas por su virulenta requisitoria; pero, si no dejaba de reclamar a la Virgen por su abogada, el crudo antifeminismo de la reprobatio amoris con que el sañudo clérigo respondía a la literatura elogiosa del amor cortés, advertía de la debilidad moral de los abogados, ejemplificada ahora en su supuesta particular afición por los placeres de la carne, recordando "como los letrados pierden el saber por amar", explicando que "por quanto de toda sabieza su ofiçio pierde si a desonesto amor se diere el letrado o sabidor; por quanto por mucho que sea sabio el ombre e letrado, si en tal aucto de amar e luxuria se pusiere, non...

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