Liderazgo. El poder de la palabra

AutorAntonio Robles Egea
Páginas183-197

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1. Introducción

Son muchos los expertos en liderazgo que coinciden en señalar la esencialidad de las competencias oratorias y retóricas en la formación y actividad de los líderes. Siendo el liderazgo un proceso relacional, en el que la tríada básica líder, seguidores y contexto quedan unidos por múltiples conexiones, el vínculo de la comunicación es la clave del dinamismo intrínseco a los procesos de liderazgo. En cualquiera de sus formas, pero especialmente en la modalidad oral, la comunicación es el hilo de oro que enreda al líder como emisor de opinión, al seguidor como receptor del mensaje y a los medios que permiten y hacen realidad el intercambio recíproco de mensajes.

El líder es un punto más en la red de relaciones de la que forma parte. No obstante, su posición dialógica representa el poder, pues influye sobre el resto de elementos que componen la estructura en la que se encuentra situado. Sin que pueda percibirse, el potencial de influencia del líder orienta la acción de los seguidores mediante el diagnóstico de la situación, la visión de futuro, el establecimiento de estrategias para conseguir los objetivos colectivos e individuales del grupo. Sin el uso de la palabra, independientemente del medio en el que se fije, no podría existir el líder, ni los procesos de liderazgo que lo conectan con los seguidores y las contingencias de todo tipo que les rodean.

La palabra, sea como principio, medio y fin de la comunicación, sea como principio de todo acuerdo o pacto, constituye el poder necesario para el líder. No todos alcanzan a hacer el análisis adecuado de la situación, ni a crear imágenes de futuro que guíen a los seguidores, ni mostrar los caminos que hacen posible la consecución del objetivo. La transmisión de la palabra implica el ejercicio del poder sobre los demás. No es el poder de la coerción violenta y el mandato obligatorio, de base legal e

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institucional, sino el poder de una especie de autoritas, de poder diluido, microscópico, marginal, imperceptible, legítimo, inspirado en la persuasión ideológica1. Se trata del poder de las ideas, que una vez enraizadas en la mente, libremente aceptadas, hacen actuar al hombre, ese ser ladino del que hablaba Nicolás Ramiro Rico2, por propia voluntad, sin observar el origen de tales ideas. Incluso, haciéndolo actuar de manera singular y radical. Pensemos, junto a James H. Billington3, en la energía, vitalidad y pasión que pueden llegar a desprender las ideas cuando se fijan en grandes objetivos.

En este ensayo se trata, en primer lugar, de recordar opiniones científicas que insisten en la importancia del valor de la palabra en el liderazgo. En segundo lugar, se intenta mostrar que es posible la formación adecuada para dominar el arte de hablar, específicamente en el campo de la política. En tercer y último lugar, se analizan los casos de dos líderes españoles que alcanzaron gran éxito gracias a sus dotes discursivas, pese a tener diferentes cualidades personales y estar situados en distintos contextos: alejandro Lerroux y Felipe González.
a lo largo del capítulo se sostiene la tesis que se enuncia en el título: el líder necesita ineluctablemente de la palabra para configurar su poder de influencia. Pese a haber sido muy divulgada, es necesario hacer algunas precisiones que conducen, contra lo que cabe esperar, a la conclusión de que no basta con cualquier tipo de palabra.

2. El valor de la palabra

«Qué hay más grande que la palabra que persuade a los jueces en los tribunales,
a los senadores en el consejo y a los ciudadanos en la asamblea,
O en cualquier otra reunión pública»4Desde que el hombre comenzó a reflexionar sobre la comunidad y su organización política existe una tradición de pensamiento que correlaciona liderazgo, poder y discurso. Desde los sofistas y Platón hasta James

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MacGregor Burns5, o Joseph Nye6, el buen uso de la palabra constituye el factor primordial del ejercicio del poder legítimo, especialmente en los sistemas democráticos. De ahí, los esfuerzos por subrayar los atributos personales como fundamentos del liderazgo, especialmente de la necesaria utilidad de «comunicar clara y persuasivamente».7En nuestra historia del pensamiento político, intelectuales señeros como Ortega y azaña han destacado esta necesaria vinculación. Manuel azaña, después de decir que a la política deberían ir los más capaces, dignos y aptos, consideraba indispensable tener la cualidad de la elocuencia: «hablar bien es el fundamento de las condiciones para que alguien sea político»8. Para Ortega y Gasset, por ejemplo, el político ha de tener la cualidad clásica de la oratoria: «la elocuencia es el arte de los hombres reunidos»9. El mismo Ortega le recomendaba a Maeztu que pesara sus palabras para que su energía espiritual y el ardor de su sangre no rompiesen los arbustos y los tallos y gérmenes sobre los que camina. Tal es el poder de la palabra, sin la que el liderazgo no puede existir, pues es un fenómeno especialmente comunicacional que nace y se extiende dentro de la cultura política basada en el diálogo y el contraste de pareceres. ahora, más que nunca, en estos comienzos del siglo XXI, el poder está basado en el control y uso de la información y la comunicación en los muchos medios y soportes existentes. La palabra escrita y verbal sigue siendo una clave de la comunicación política, a pesar de los cambios habidos en la forma de comunicar, e independientemente de la espectacularización y personalización de la política hecha por los medios, que transforman las formas clásicas de la retórica10. Manuel alcántara, citando a varios autores (Stone, Maisal, Maestas, Han, etc.), señala la habilidad de hablar en público, es decir, la oratoria, como una importante dimensión de la calidad de un político, junto a la telegenia y la inteligencia emocional, consideradas capacidades del talento.11El liderazgo, según Joseph S. Nye12, se puede experimentar mediante tres tipos de poderes: el poder duro (hard), el poder blando (soft) y el poder inteligente (smart), que conforman sus tres estilos homónimos de liderazgo, el duro, el blando y el inteligente. De estos tres modelos, o tipos

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ideales, el más relacionado con las cualidades basadas en el valor de la palabra es el líder blando. El líder blando o inspirador tiene su fuente de poder en la persuasión, la retórica, el ejemplo, y ha de desarrollar su inteligencia emocional, la comunicación y la visión. Para él es de vital importancia comunicar con facilidad y eficacia, para lo que es sustancial tener un buen conocimiento del idioma y conocimientos prácticos de la retórica y la oratoria. a partir del discurso bien construido y basado en las creencias del líder (principios ético-morales, visión de futuro, estrategias, etc.) se crea el significado y sentido en la acción de los seguidores. a ello se pueden anexar otras señales no verbales (símbolos, ejemplos, atuendos, utilizados por Gandhi o T.E. Lawrence). La facilidad comunicativa o de hablar bien en público (amplio, reducido, etc.) la tuvieron Woodrow Wilson, Luther King, Bill Clinton, por su claridad, convicción, narración, anecdotarios, mostrar evidencias sugestivas, símbolos, etc.). La transmisión de valores, de objetivos, de pautas de acción, etc., requiere de capacidades comunicativas para la persuasión y la convicción del seguidismo.13Como se decía al principio, la palabra «es el principio y el fin de toda comunicación».14Es la forma básica de cualquier mensaje; expresa ideas, objetivos, consigue adeptos y alcanza metas. Blas de Otero sentencia que siempre «nos queda la palabra», la fuerza que puede ser ilimitada. Con ella se fundamenta la comunicación política. Se trata de crear y transmitir mensajes con el objetivo de convencer de la verdad. El mensaje y los significados de las palabras que contienen son la clave del éxito. Lo sabían los grandes oradores y rétores del pasado, como lo saben hoy los políticos, sus asesores y todos los analistas de la política. ayer, el mensaje llegaba de viva voz. Los líderes políticos tenían una gran potencia de voz para hacerse oír, sin micrófonos ni altavoces, en los primeros mítines de masas habidos grandes espacios públicos. El mensaje se convirtió en contrato público y programa electoral. Hoy el mensaje llega a través de muy diferentes medios, casi siempre «enlatado», y no de viva voz, o con los nuevos soportes técnicos.

La palabra dentro de los mensajes ha de procurar la credibilidad al líder. a partir de ello es posible integrar a los receptores en la dinámica y las redes del líder. Como todos los líderes pretender hacer lo mismo, la batalla está servida. El objetivo es lograr el triunfo ideológico, político y electoral potenciando las características del líder: vitalismo, coherencia, optimismo, conocimientos, razonamientos, empatía, identificación, adaptabilidad, etc. Sin embargo, por encima, y dependientes de ellas, se halla la capacidad retórica y la oratoria del líder, pilares para demostrar seguridad en la comunicación de sus ideas y convicciones.15

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En la batalla de actitudes e ideas en que se sumerge el líder, por ser el portavoz de un grupo, aparecen las técnicas de la propaganda: simplificación, ampliación, orquestación, repetición, emoción, contagio, etc. El fin es la eficacia, tener éxito final. Toda una maquinaria se pone al servicio del fin último: gabinetes de comunicación, expertos, encuestas de opinión, estudios específicos, entre otras técnicas de difusión del mensaje. Recientemente los conocimientos en esta materia, la comunicación política, se han multiplicado exponencialmente, pero al final el discurso y el...

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