Junto a las armas, el recurso a la 'política': el programa de las FARC y las respuestas de las Autodefensas

AutorJaime Contreras
Páginas195-212

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CAPÍTULO 11.

JUNTO A LAS ARMAS, EL RECURSO A LA “POLÍTICA”: EL PROGRAMA DE LAS FARC Y LAS RESPUESTAS DE LAS AUTODEFENSAS

He aquí, ahora, que esta guerrilla, a la vez marxista y “bolivariana”, enarbola, como lema primero de su propaganda, uno de los clásicos temas de la tradición comunista revolucionaria: el pueblo como sujeto de redención y la “traición” de la aristocracia burguesa. Los “pueblos” iberoamericanos, explican los subversivos, han sido traicionados desde el primer momento de la independencia y, entre todos ellos, el más ultrajado ha sido, sin duda, el “pueblo” colombiano. Tal elemental idea será, en adelante, el clásico reclamo publicitario de la campaña que nos ha de llevar a la meta deseada; se trata únicamente de una misiva publicitaria, cierto, pero, por ello tiene un valor importante. y debe presentarse envuelta en los valores de un simbolismo tradicional y, sobre todo, patriótico. Estas serán las exigencias del guion estratégico del grupo subversivo, maestro consumado en el arte de la propaganda y la simulación, sobre todo cuando se trata de ejercer ese “dogma estructural” primero, el de la combinación de todas las formas de lucha. Y en esta precisa coyuntura, este famoso “dogma” tiene más vigencia que nunca; porque se pretende combinar, por un lado, la lucha “militar” insurgente con toda la contundencia que permitan las acciones terroristas indiscriminadas y, por otro, en paralelo, desarrollar todas las acciones de “marketing” que sean posibles con el objetivo de hacer pública y efectiva nuestra propuesta política de una Plataforma de Gobierno, abanderando desde el principio, toda la oposición, y erigiéndose en “representación” de “…todos los colombianos que anhelan una patria amable”.

Las FARC, ahora, liderando todo el espacio de la oposición, se atribuían dos principales banderas: la representación de las “mayorías” y la apropiación de la idea de Paz. Con tales principios no es difícil definir la propuesta de gobierno, apelando al sentimiento colectivo del patriotismo: porque las FARC son, insisten mucho en ello, verdaderos patriotas. Y desde esta idea es posible acceder, en las mejores condiciones, a otros dos “conceptos” de imprescindibles resonancias simbólicas que operan, plenos de funcionalidad, en la superficie de la sociedad colombiana, afectada por los efectos de una cultura mediática de masas; estos dos conceptos que, desde ahora, estarán per-

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JAIME CONTRERAS

manentemente en la boca de los voceros de la guerrilla, serán la idea de un gobierno pluralista y de un régimen democrático. Y así, con los ingredientes de paz, mayorías, patriotismo, pluralismo y democracia se consigue el coctel final que se concreta en la Plataforma para un Gobierno de Reconstrucción y Reconciliación Nacional. El coctel se administra en diez dosis “ideológicas” que, sin duda, serán capaces de provocar un cierto estado de “embriaguez revolucionaria” en el consumidor colombiano; porque, finalmente, de eso se trataba.

La primera de las “dosis” o el primer objetivo, dogma más bien, anima a todos los colombianos a que crean y afirmen que en el país no existen grupos subversivos, que practican la lucha armada contra el estado de derecho, sino que, por el contrario, lo que verdaderamente existe es un conflicto estructural entre un pueblo levantado, legítimamente en armas, y un gobierno afirmado por la fuerza bruta de una coalición formada por la oligarquía y el ejército. Es preciso indicar que, en este primer punto el éxito de las FARC, ha sido evidente, por cuanto la mayor parte de la sociedad ha aceptado la idea de la existencia del “conflicto” como algo natural; la mayoría de los discursos que han venido expresándose en el espacio social y político colombiano, incluidos algunos próximos al mismo gobierno legítimo, también se han apuntado a este principio. Esta idea de la guerrilla, la de la existencia de un conflicto, supone aceptar la tesis de la existencia, en él, de dos partes enfrentadas, equidistantes en responsabilidades históricas y, por lo tanto, abocadas irreversiblemente a un desen-lace partidista de victoria o derrota, no deseado por la sociedad colombiana que, sin embargo, se convierte en la víctima inocente de tal fatalidad. Las FARC, desde luego, insistirán hasta la saciedad, que, en ese juego diabólico de un conflicto prolongado, desean y buscan la paz.

¿Conflicto? ¿Es expresión de un conflicto violar sistemáticamente, mediante el uso violento de las armas, los principios de un estado de derecho? Porque aquí el llamado conflicto se expresa en, y desde, una sola dirección y, por lo mismo, carece de responsabilidades compartidas. El llamado “conflicto”, no es otra cosa sino el sinfín de graves distorsiones sociales de toda condición y naturaleza, consecuencia de la imperativa ruptura, unilateral y violenta, que la guerrilla ha hecho de la legitimidad soberana que la comunidad política colombiana se ha dado así misma en función del pacto acordado por el ejercicio de la soberanía de sus ciudadanos; tal es la sustancia del llamado estado de derecho; cierto que éste sufre de ciertas carencias y, en ocasiones, se producen tensiones que sus propios organismos correctores tratan de corregir. La respuesta de las FARC a tan elemental discurso, simple principio sobre el que se sustenta el estado de derecho como, sin duda, lo es el régimen institucional en Colombia, recoge la clásica tradición marxista-leninista respecto de la decadente “democracia liberal burguesa”, horma política donde se acomoda la “perversión capitalista que ahoga las aspiraciones del pueblo”. Y es éste, el pueblo, entidad de naturaleza indefinible pero evocadora de confusas legitimidades primeras, el que, como se ha referido, constituye el principio y el final de la justificación de esta organización subversiva. “Somos el pueblo en armas” y en conflicto, por causa de las vejaciones de la oligarquía y de su estado, había dicho tantas veces el “inmortal” Arenas. Aquí residía, en el “pueblo”, el principio de todo; era éste, el primer objetivo de la famosa Plataforma, lo que, ahora, debía “comprender” la sociedad colombiana

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FARC-EP: INSURGENCIA, TERRORISMO Y NARCOTRÁFICO EN COLOMBIA

El segundo punto de la dicha Plataforma intentaba definir lo que la insurgencia entendía que debería ser la estructura de la doctrina militar en el nuevo gobierno que se proponía a la sociedad. Lejos de sostener el principio democrático del sometimiento de las Fuerzas Armadas al poder constitucional, la idea militar de la insurgencia remitía a una visión “bolivariana”, definida por las propias palabras de Bolívar que servían para recordar, a la guerrilla, que al ejército no le está permitido, nunca, defender la legalidad constitucional, y, por consiguiente, jamás puede ser empleado para reprimir la subversión; no hay, por tanto, enemigo interno alguno que justifique la acción de las Fuerzas Armadas. La única misión de éstas es la defensa de la “soberanía nacional”, y ésta solo se realiza frente al invasor extranjero, como si únicamente fuera una policía de fronteras. Se deriva de esta afirmación una censura y una propuesta concreta; la censura venía determinada por la proposición categórica de que Colombia tiene un presupuesto militar desproporcionado en relación a las específicas funciones de sus Fuerzas Armadas, y, en consecuencia, la propuesta se formulaba diciendo que, dado que el país “no está en guerra con sus vecinos”, los presupuestos militares deberían ajustarse a tales funciones, ahora reducidas a lo mínimo. Desde luego, en la propuesta de la Plataforma, conscientemente, se omitía el problema principal: ¿A qué tipo de autoridad, dado que la Constitución no es reconocida, ha de responder el Ejército de Colombia? La inconcreción es manifiesta; y resulta mucho mayor cuando la Plataforma se interna en el intrincado asunto de los derechos y de las garantías individuales. ¿Dónde reside la soberanía? ¿Dónde se precisa la declaración de Derechos? ¿Cuáles son las formas de la representación política? ¿Y los tres poderes clásicos con la regulación necesaria del equilibrio entre ellos? Las FARC responden: en el gobierno que proponemos habrá “…participación democrática nacional, regional y municipal en las decisiones que comprometen el futuro de la sociedad” y…cuáles son tales decisiones. Solo se adivina una respuesta que, un poco tiempo después, el mismo Alfonso Cano formuló sin tapujos: FARC no cree en la democracia representativa perfectamente regulada jurídica e institucionalmente; no, cuando FARC habla de democracia suele, en el mejor de los casos, acompañarla de algunos adjetivos; popular, es el preferido, sin conseguir jamás descifrar su significado. En conclusión: todo aquí es difuso, líquido, confuso, elemental, casi primitivo. Tan solo cabe reseñar algunas declaraciones generales de manifiesta ambivalencia: reconocimiento de las minorías, libertad de prensa, elección popular de la Procuraduría General y, también, elección directa, por los propios jueces, del Consejo Nacional de la Judicatura; y…en esta fundamental materia de la representación parlamentaria, nada más.

Luego, cuando se trata de hablar de la naturaleza del Estado, la propuesta no oculta el origen totalitario y estatalizante de sus autores. El estado será, en este “próximo gobierno revolucionario”, el único y principal propietario y administrador de todos los sectores productivos del país; especialmente en sus fuentes energéticas, el petróleo, en primer término, cuyas reservas deben ser preservadas para las próximas generaciones; por ello es importante “sembrar petróleo” y administrar con cautela “los 5.000 millones de barriles de reserva” existentes. Con un Estado, gestor de todas las fuentes productivas, las profundas desigualdades de esta sociedad, se lee en el documento, irán remitiendo paulatinamente, en la medida que ha de surgir efecto la inversión pública anual del 50% del presupuesto nacional en políticas de bienestar social...

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