También los jueces tienen su espacio

AutorDaniel Sanroque
Páginas105-118

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No voy a hablar de cómo son los jueces, si son justos o no, o de su calidad como personas o profesionales. Voy a hablar simplemente de cómo tratan a los peritos, mejor dicho cómo he visto que trataban a algún perito y cómo me han tratado a mí, porque, lo habitual es que entres después de que hayan declarado y te marchas antes de que declare el siguiente. En mi caso suelo quedarme a escuchar las declaraciones que se hacen después de la mía y las conclusiones finales. Ello me da un poco más de experiencia.

En general los jueces parece que te quieran asustar, pues lo primero que te dicen es que si prometes o juras y luego te advierten de lo que puede pasar si incumples la promesa o juramento. Esto lo hacen muy serios y con

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voz profunda. Vamos, que la primera vez te asustan. Luego ya ves que a nadie le pasa nada, digan lo que digan. Después es cuando va apareciendo la personalidad del juez. Y digo la de juez, no la de persona, pues algunos parecen tener un trastorno de doble personalidad, una especie de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, pero sin que sea necesariamente terrorífico el cambio. Por cuestiones personales y laborales, he tenido la ocasión de hablar con ellos, o ellas, fuera de la sala de vistas y, en general, he estado encantado con su trato, pero aquí me gustaría hablar de cómo los veo en sala.

Contra el perito, y sin piedad

Aunque no sea así, hay un tipo de jueces que te hacen sentir como la diana de su malhumor. Tienes la sensación de que están convencidos de que estás allí para amargarles la mañana, para intentar engañarlos. ¿Se nota que actúo más como perito de parte, que como perito por designación judicial? Te preguntan con un tono de voz seco, cortante. Intentan que respondas con pocas palabras. Si intentas, o creen que intentas, realizar una respuesta amplia, te cortan

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y exigen concreción. Permiten al abogado contrario preguntarte de todo y de cualquier manera.

Hace unos años en mis informe se podía ver un apartado que se titulaba «Valoración médico-legal», porque entendía que la medicina legal es la medicina al auxilio de la justicia, no porque quien hace el informe sabe sobre leyes. Si así fuera, los médicos forenses, cuya función es realizar valoraciones de medicina legal, deberían ser abogados. De ahí que, para algunos, los términos medicina forense y medicina legal son sinónimos, por lo que hablar de medicina legal y forense es una redundancia.

Pues bien, en un juzgado de Santander, de pesadilla para mí, el abogado contrario interpretó que si yo ponía «legal» era porque tenía, o pretendía tener, conocimientos de derecho. El juez se animó, empezó a preguntar, a no dejar que la abogada que me había propuesto hiciera ninguna alegación. Aquello no tenía sentido alguno. Las preguntas que me hacían nada tenían que ver con el objeto de mi informe. Fue uno de los peores momentos de mi vida profesional. Ese mismo juez, un tiempo antes, ya fue capaz de desacreditar un informe realizado por mí, entrando, incluso, en valoraciones médicas, cuando en el juicio sólo

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hubo una opinión médica: la mía. Como mis conclusiones, médico-periciales, no le debieron agradar, decidió, en base a sus conocimientos de medicina, rebatirlas. Rechazó mis argumentaciones médicas, no en relación a cuestiones legales, sino puramente de medicina.

Como es obvio, después de estas experiencias, decidí declinar cualquier caso que se tuviera que ver en aquel juzgado. Sigo yendo a la hermosa ciudad cantábrica, en la que se encuentra ese juez, pero no he vuelto a ese juzgado.

Otras veces, el juez se mantiene al margen. No toma parte activa, pero permite...

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