Jubilación de Manuel Pérez-Victoria de Benavides

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    El presente texto es la lección pronunciada por el Prof. Pérez-Victoria de Benavides a petición de sus antiguos alumnos con motivo de su jubilación (Nota de la redacción del AHDE).


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Libros Bibliotecas. Lectores (Bodas de plata promoción 1977-82)

Los alumnos que celebran ahora los veinticinco años de su promoción, han tenido la amabilidad de invitarme a que les dicte una lección conmemorativa. Ante todo mi agradecimiento y la advertencia de su error. Cualquiera de sus antiguos profesores hu-Page 956biera acometido esta tarea mejor que quien ahora les habla y que no puede dejar de recordar los nombres de los por desgracia ya desaparecidos: De la Higuera, Mesa Moles, Motos, Murillo, Stampa, Sainz Cantero, Pallarés.

Pero hoy, hay algo más. Cuando Margarita me invitaba a esta intervención, no sabía que sería al mismo tiempo mi última clase. He decidido anticipar varios años mi jubilación. Soy de la misma quinta de Bob Dylan, Harrison Ford o el físico teórico Stephen Hawking, pero no aguanto más en una Universidad que en nada se parece a aquella en la que comencé mi docencia hace cuarenta y cinco años. Coinciden pues aquí hoy, las bodas de plata de los alumnos y la despedida del profesor.

Ha pasado el tiempo, que es «lo único que pasa cuando no pasa nada», y para mí, como para el poeta Jorge Manrique «cualquiera tiempo pasado fue mejor». Bien es verdad que en cualquier tiempo pasado, todos éramos más jóvenes. En ese tiempo que según Hawking comienza en el Big Bang y termina en los agujeros negros.

Imagino que para la mayor parte de los presentes, la Historia del Derecho es tan sólo un recuerdo. Un recuerdo, que una vez superado aquel desagradable examen oral, hacía suponer al alumno que por fin entraba en el derecho de verdad. Nada más falso. Creían haberse liberado de una servidumbre y habían penetrado en ella de por vida. No. No se trata de que el derecho vigente tenga unos precedentes históricos. Es que él mismo es Historia.

Todo jurista es un historiador militante, y precisamente, un historiador del derecho. Bienvenidos por tanto todos los presentes. Nuestro barco es el mismo. Aunque en ese barco común, cada uno tenga una visión personal y propia de la Historia del Derecho transcurrida ante sí y de la que cada uno es protagonista. Además, cuando se trata del pasado, suele olvidarse que -por paradójico que parezca- el pasado sigue siendo presente, aunque hoy ya no es como fue sino como parece haber sido. Y es que el pasado no es más que un aspecto de la fe. O dicho de otra manera: la fe del historiador es la esperanza del pasado. Por eso, como afirmaba Chesterton -un autor muy querido por mi maestro, el prof. Gibert- el rumor popular está más cerca de la verdad histórica que la opinión académica y «políticamente correcta». Porque la tradición es siempre más verdadera que la moda.

Esta es la promoción del cambio. En aquel curso 77-78 tuvieron lugar las primeras elecciones y se aprobó la Constitución. De Suárez, a Zapatero. Por cierto, todos los presidentes elegidos, lo fueron con una Z : Suárez, González, Aznar, Zapatero. Pobre Rajoy sin Z. Que vigile de cerca a Ruiz Gallardón.

Pero no me interesan las opciones políticas. Ni los hipócritas dualismos maniqueos. Por mis muchas lecturas y propias reflexiones hace tiempo llegué a la conclusión de que en este mundo, como en la anécdota del lord inglés y el campesino, cada uno es conservador de lo que tiene y progresista de lo que le falta.

En el curso del 77 se estudiaba en Historia del Derecho, que a fines del siglo XV aparecía la novedad política del Estado que se alimentaba de entes mayores (Pontificado e Imperio) y menores (señorío y municipio). Treinta años después se han invertido los términos y ahora, al Estado, lo devoran por arriba (CEE, ONU, OTAN) y por abajo (comunidades autónomas en especial). Antes bastaba con leer el BOE. Hoy hay que añadir el de la Comunidad Europea, y en nuestro ámbito geográfico, tambien el BOJA. Pero no se deben confundir cantidad y calidad. Profusión legislativa no implica mejora jurídica. Puestos a elegir, me quedo con el Digesto. Justiniano era mejor que Chaves.

Decía Hegel, que a la fama de Confucio, le había perjudicado mucho el ser traducido. Espero que tras oirme, no le suceda otro tanto al auditorio, y todos sigan amando y respetando el libro, incluso a pesar de mi intervención.

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Todos los que en este lugar y en esta hora, han preferido escucharme durante unos minutos, han tenido en sus manos el libro de una biblioteca en más de una ocasión. Pero es igualmente previsible, que no siempre conozcan el complejo proceso que ha experimentado a lo largo del tiempo, ese resultado final que hoy se nos ofrece sin apenas esfuerzo.

A una sucinta explicación de tan larga historia, van dirigidas, junto con alguna que otra reflexión personal, las palabras que siguen.

El material

Uno de los primeros materiales escriptorios del libro, fueron las tablillas enceradas, por la facilidad que suponía el poder borrar y escribir de nuevo (Quintiliano, Inst. orat.: scribitur optime ceris, in quibus facilis est ratio delendi). Eran de forma rectangular con otro rectángulo encerado rebajado en el centro, que resultaba así protegido por los bordes de la madera. Las había de 2, 3, o más hojas (díptico, tríptico, políptico, etc.) unidas por cordones en su margen izquierdo. Se usaron en Roma en las escuelas infantiles, en la correspondencia y para contener testamentos. Las de pequeño formato se llamaron codicillus, opuesto en el derecho al codex testamenti que debía aparecer cerrado con triplex linum fijado con el sello del otorgante y firma de testigos. La liturgia cristiana las utilizó para anotar el nombre de mártires, obispos o fieles que debían recordarse en la misa. Su uso, aunque disminuido continuaba en la Alta Edad Media y así Eginardo, en su Vita Karoli nos cuenta que Carlomagno: temtabat et scribere tabulasque et codicillos ad hoc in lecto sub cervicalibus circumferre solebat, ut, cum vacuum tempus esset, manum litteris affigendis adsuesceret...

En su Naturalis historia (13,11-13), Plinio es el único autor romano que nos ofrece noticias sobre la fabricación del papiro extraído de una planta el cyperus papyrus de tallo delgado triangular y varios metros de altura, que una vez aplastado y en franjas superpuestas en ambas direcciones, producía un material de hasta 20 m. de longitud, enrollado sobre una varilla (umbilicus) sobre la que se formaba el «rollo» (kilindros en griego, volumen en latín), que para leerse se sujetaba con la mano derecha y se desenrollaba y reenrollaba con la izquierda. Así se trabajaba en la práctica procesal en la que la recitatio legis del abogado, debía comprobarse con la collatio codicum, por el tribunal. Es de la práctica docente de Berito y Constantinopla, de donde proviene la frase escolar de «profesores que se enrollan en clase». Sólo podía escribirse por una cara, no se podía raspar para corregir, y debía resultar casi imposible la consulta simultánea de varios textos. Los más grandes se llamaban hieratica por contener textos sagrados. Gracias a ellos conocemos la obra de Sófocles, Menandro y Aristóteles. Su uso continuó en las cancillerías más importantes a pesar de la introducción del pergamino, y aún hoy se utiliza su forma externa de volumen para dotar de apariencia solemne al prosaico papel. El recipiente de madera o piedra en que se colocaban los rollos se designó con el nombre de biblioteca, término que más tarde designó las estanterías actuales.

El pergamino se fabricaba con las pieles de cordero o ternera, las de mejor calidad, vitela, usadas en los libros de horas y breves pontificios. Un códice del siglo VIII nos informa de su proceso de maceración en cal durante tres días, raspado con cuchillo y pulimento tras su secado con piedra pómez. Según Plinio el Viejo quien dice basarse en Varrón, su divulgación se debió a las restricciones de papiro egipcio en Pérgamo, para cuya biblioteca se utilizó en abundancia. Como el faraón Ptolomeo no quería que se divulgase su forma de fabricación, Eumenes, rey de Pérgamo, tuvo que «inventar» un nuevo material para su biblioteca (siglo III a. C.). El lector podía ya anotar sus observaciones en los márgenes, con lo que intervenía en el relato. Podía escribirse por ambasPage 958 caras y no sólo rasparse para su corrección sino borrarse entero (palimpsesto). Gracias a palimpsestos conocemos la República de Cicerón, las Instituciones de Gayo (Verona) el Breviario de Alarico de la catedral de León, o el Código de Eurico del monasterio de Saint Germain des Prés. (G. Kögel O.S.B. fundó en la abadía de Beuron el Palimpsestinstitut). Hasta el siglo XIII su fabricación fue tarea exclusiva de los monasterios. A partir de entonces se secularizó y aparecieron gremios de pergamineros en las ciudades. Aunque un documento citado por Muñoz y Romero nos habla ya en el siglo IX de domus Martini Tructiniz de pergaminos facere. Su uso generalizado, llevó a la sustitución del volumen por el codex.

Conocido por los chinos desde el siglo I, de ellos aprendieron los árabes la fabricación del papel del que en 751 existían fábricas en Samarkanda y Bagdag. Un texto de Pedro el Venerable al referirse a los libri quales quotidie in usum legendi habemus cita entre ellos a los fabricados ex rasuris veterum pannorum. El primitivo papel de los árabes era producto de una pasta resultado de triturar trapos de lino y cuerdas de cáñamo en agua de jabón. La pasta se introducía en marcos de madera rectangulares cuyo fondo de hilos metálicos permitía escurrir el agua y retener la pasta, que era secada por presión entre fieltros y satinada con pedernal. Las huellas de los puntizones y los corondeles ...

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