El Jesús de la historia en la obra de Gonzalo Puente Ojea

AutorAntonio Piñero Sáenz
Páginas80-95

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Desde la publicación de su primera gran obra, Ideología e historia, en 1974, Gonzalo Puente Ojea (GPO) se ha ocupado ininterrumpidamente de descubrir y ofrecer a sus lectores la figura y misión del Jesús de la historia. Prácticamente en todas sus obras posteriores hay alusiones a esta cuestión. Pero entre ellas hay que destacar algunas que abordan el tema de manera directa y específica. Éstas son: Imperium Crucis. Consideraciones sobre la vocación de poder de la Iglesia católica, de 1989; Fe cristiana, Iglesia y poder, de 1991; El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de la historia, de 1992; El mito de Cristo, de 2000; Vivir en la realidad. Sobre mitos, dogmas e ideologías, en su segunda parte «El mito cristiano: el Evangelio de Marcos, un relato apocalíptico», de 2007; y finalmente en La existencia histórica de Jesús. Las fuentes cristianas y su contenido judío, de 2008.

El interés de GPO por el personaje se explica por el valor de la figura de Jesús en sí misma, sin duda. Sin embargo, creo que hay otro motivo poderoso en la atención prestada por GPO al Jesús de historia: detectar la falta de base histórica de la pretensión de las Iglesias, y en concreto de la católica romana, para transformarse en una institución de poder, controladora de los fieles y de los Estados, si posible fuere. Si llega a demostrarse

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históricamente que la base de la religión cristiana, la figura de Jesús de Nazaret, fue de hecho muy distinta, contraria y contradictoria incluso a lo que proclaman las Iglesias como su fundamento inalienable, se desbarataría la base principal de su aspiración de poder.

I La existencia histórica de Jesús

GPO, en su obra germinal, Ideología e historia, da por supuesta la existencia histórica de Jesús de Nazaret, y sólo de pasada alude a las fantasiosas tesis de los «mitistas», quienes sostienen que Jesús no es más que la plasmación literaria de un mito, tesis que considera indefendible.

Sin embargo, en una de sus últimos trabajos, La existencia histórica de Jesús, y en un capítulo de la obra colectiva ¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate

(A. Piñero [ed.], Raíces, Madrid, 2008, 167-201), se ocupa específicamente del tema. Respecto a los testimonios externos de la existencia de Jesús, en especial los dos textos de Flavio Josefo que mencionan directa o indirectamente al Nazareno (Antigüedades XVIII 63-64 y XX 200), GPO mantiene una postura que es hoy predominante. Acepta la historicidad del primero, denominado Testimonium Flavianum, con notables reservas: los escribas cristianos manipularon profundamente el texto, pero aun así lo que puede reconstruirse del presunto original es un testimonio de la existencia de Jesús (¿Existió...?, 187).

Respecto al segundo, una mención incidental de la muerte de Santiago, «hermano de Jesús, denominado mesías», GPO se une también a la opinión de casi todos los investigadores, que lo consideran auténtico. Comenta: «El vínculo de sangre entre un individuo realmente existente como Santiago -que ni siquiera los mitólogos ponen en cues-tión- con otro cuya existencia tiene que estar realmente implicada en la fe y en el parentesco con el sujeto de la noticia en discusión, suministrada incuestionablemente por Josefo, representa una referencia segura en cuanto a la existencia necesaria de ambos» (¿Existió...?, 189).

Y añade GPO un argumento supletorio tomado de las cartas de Pablo, que casi nadie aduce: «Además, Pablo de Tarso, de cuya existencia real nadie ha podido seriamente dudar, afirma que "Santiago, Pedro y Juan, tenidos por columnas [de la Iglesia], nos dieron la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión" (Gál 2, 9). Si Pablo hubiese podido creer que estaba negociando con personas no tenidas por él como testigos y fedatarios auténticos del mesías Jesús, cuando todavía no se habían escrito los cuatro Evangelios canónicos, habría que pensar que Jesús era un personaje irreal y fantástico creado por algún escritor esquizofrénico. Pero a nadie se le ha ocurrido aún plantear la hipótesis de un Pablo chiflado» (¿Existió...?, 189).

Al menos desde 1992 (Evangelio de Marcos, p. 10, nota), sostiene GPO que la prueba de la existencia histórica de Jesús a partir de la crítica interna de los testimonios cristianos contenidos en el Nuevo Testamento es la más perentoria y pertinente de cuantas disponemos: «La prueba mayor de que existió históricamente un hombre conocido después como Jesús de Nazaret radica en las invencibles dificultades que los Evangelistas afrontaron para armonizar o concordar las tradiciones sobre este personaje con el mito de Cristo elaborado teológicamente en esos mismos textos».

En ¿Existió...? (p. 170) añade:

Nadie se esfuerza por superar las gravísimas dificultades derivadas de dos conceptos divergentes y contrapuestos de un mismo referente existencial [es decir, referidas a un mismo personaje visto desde dos ópticas diferentes] si dichas aporías no surgieran de testimonios históricamente insoslayables [...] Ninguna otra prueba alcanza un valor de convicción com-

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parable a la que surge de los desesperados esfuerzos, a la postre fallidos para una mirada histórico-crítica, por cohonestar el Cristo mítico de la fe con la memoria oralmente transmitida, de modo fragmentario, de un Jesús de Nazaret, un judío que vivió, predicó y fue ejecutado como sedicioso en el siglo I de nuestra era.

Nadie asume artificialmente datos o testimonios que dañen a sus propios intereses, a no ser que exista una tradición oral o escrita que sea imposible desconocer, en cuyo caso sólo resta el inseguro expediente de reinterpretarla o remodelarla tergiversando su sentido genuino [...] El deseo de apuntalar con datos históricos el nuevo mensaje de salvación (paulino) [...] obligó a los evangelistas a usar reiteradamente -casi siempre de modo intermitente y elusivo- tradiciones muy antiguas sobre actitudes y palabras del Nazareno. De este precioso material, que podríamos calificar de «furtivo», puede inferirse con estimable seguridad que Jesús existió y fue un agente mesiánico que asumió sustancialmente los rasgos básicos de la tradición davídica popular y de la escatología de origen profético, aderezada con acentos apocalípticos.

Además, no sólo de los evangelios, sino del estudio del conjunto documental de las fuentes cristianas primitivas, si se realiza aplicando correctamente todos los métodos de investigación que poseen hoy las ciencias históricas, prueba con plena evidencia que en la génesis del fenómeno cristiano son perfectamente identificables dos referentes distintos:

  1. un referente existencialmente real, auténtico y razonablemente datable, es decir, un personaje como Jesús;

  2. un falso referente sobrenatural e inexistente, es decir, un ente puramente mental conocido como el Cristo de la fe.

El referente A) se presenta en las fuentes documentales como un judío que asumió la pretensión de ser el mesías de las promesas del Dios hebreo a su pueblo elegido en cumplimiento de un pacto o testamento.

El referente B), por el contrario, se presenta en esas fuentes como una especie de avatar de un Dios cósmico que se encarna y baja a la tierra para expiar mediante su pasión, muerte y resurrección los pecados de la humanidad pasada y presente (¿Existió...?, 192-193).

Y concluye: «De la experiencia personal y del movimiento mesiánico de Jesús, los apóstoles y demás judeocristianos de la iglesia de Jerusalén no hicieron de Jesús un salvador de corte helenístico, ni dudaron jamás de la existencia real de su maestro y líder mesiánico. Serían los seguidores de Pablo o de Juan quienes tardíamente -después de la crucifixión, muerte y supuesta resurrección de Jesús- se atrevieron a creer en un Cristo divino (inexistente)» (¿Existió...?, 196).

II Método para recuperar al Jesús de la historia
A) Consideraciones generales

Opina GPO que la recuperación de los rasgos históricos de Jesús no es tarea fácil porque su figura se ha utilizado -casi desde el inicio del movimiento cristiano y gracias a la difusión de escritos ad hoc- para propagar una ideología religiosa muy distinta y distante de la del Jesús real. Ya las mismas fuentes primeras muestran un grado de tergiversación tal que resulta difícil para la mayoría de los lectores sencillos, en los que ha calado profundamente esta otra imagen, retornar hacia un Jesús original. Pero no hay lugar para un escepticismo y desánimo extremos, como algunos opinan, ya que existen posibilidades reales de recuperación gracias al análisis y a la crítica.

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La tergiversación nace, además de la voluntad positiva de acomodar la figura del Jesús real a una visión teológica previa, de las dificultades inherentes a la transmisión oral -Jesús no escribió nada- con su innata función desfiguradora de lo transmitido; de la coyuntura histórica de los años 30-70 del siglo I, con sus terribles movimientos revolucionarios en Judea y Galilea, que hubo de condicionar de forma notable la transmisión del magisterio de Jesús; de que este mismo magisterio hubo de resultar alterado en la mente de los discípulos a consecuencia de las experiencias pascuales unidas a las conmociones anímicas producidas por la creencia firme en la resurrección del Maestro; y de que la misma organización de los datos de la tradición se iba...

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