Intolerancia a la irracionalidad intolerante. Recensión a in-tolerancia cero (un mundo con menos normas, controles y sanciones también sería posible), de Santiago Redondo. Sello Editorial. Barcelona. 2009

AutorFrancisco José Bernabeu Ayela
CargoCriminólogo. Profesor de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
Páginas258-266

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¡Cómo va a ser cero la tolerancia! Con este epígrafe en el que el autor reflexiona sobre la elección del título de la obra comienza Santiago Redondo “In-tolerancia cero (un mundo con menos normas, controles y sanciones también sería posible)”, un ensayo criminológico de carácter divulgativo con el que, sin embargo, el profesor de Barcelona no pierde ni un ápice de rigor científico mientras le suma inteligente ironía e imprescindibles reflexiones sobre la política criminal actual. La intención de la obra, puesta de manifiesto sin rubor, no es más (ni menos) que la de cuestionar la actual tendencia a solucionar los problemas sociales mediante la imposición de sanciones cada vez más duras, como si ésta fuera la mejor forma —e incluso a veces se mantiene que es la única— de lograr un aceptable control del fenómeno delictivo. Para hacerlo, el autor se apoya en dos pilares esenciales: el primero consiste en promover nuevas, e ideológicamente distintas, iniciativas de control social sobre la delincuencia y los delincuentes; el segundo consiste en utilizar los actuales conocimientos científicos de la ciencia criminológica para la crítica de la política criminal imperante y la propuesta de la alternativa.

La idea esencial de este ensayo criminológico, novedoso en la forma pero riguroso en el fondo, es, pues, contraponer a las políticas criminales punitivistas una política criminal racional o “con base científica”, en la que sean los instrumentos de la moderna criminología los que marquen el camino del control del delito. Así, y conforme comienza el autor, no es el rasgo de la política en materia delictiva actual el decantarse por el primero de lo que parecen dos sistemas irreconciliables entre sí, el punitivo y el socializador, sino más bien que el modelo aplicado peca en ocasiones de pura irracionalidad. Así lo afirma el autor cuando adelanta que la perspectiva punitiva que se cuestiona, la que ha utilizado como una de sus principales banderas simbólicas extremas la expresión “toleranciaPage 258cero” (que no deja de ser un paradójico eufemismo de una evidente forma de intolerancia), no es el punitivismo científica y ajustadamente administrado, sino, el empleo “reactivo e irreflexivo de las medidas más duras, costosas, aversivas e intolerantes de las que pueda disponerse, para atajar cada problema o conflicto social”. Independientemente de su eficacia, podríamos añadir.

El término “tolerancia cero”, aunque utilizado anteriormente1, adquirió “prestigio”, como representativo de un determinado modelo punitivo represivo, en EEUU a finales del siglo pasado, debido al “éxito” de la experiencia neoyorkina liderada por el alcalde Giuliani y “su” jefe de Policía, Bratton. Basada en las, ya muy conocidas, afirmaciones contenidas en la teoría criminológica de las “ventanas rotas” formulada por Wilson y Kelling,2 persigue Giuliani, siguiendo sus propias promesas electorales, recuperar las calles de Nueva York para los ciudadanos respetuosos con la Ley, para lo cual, no sólo se enfrenta al delito o los delincuentes sino, también, a otro amplio abanico de problemas sociales. Así, la total intolerancia se dirigió hacia los mendigos que se acercaban a limpiar los parabrisas de los vehículos, los “grafiteros”, los vendedores ambulantes ilegales, los traficantes-consumidores de drogas, o las prostitutas callejeras, entre otros tipos de sujetos antisociales o asociales que formaban parte de los cristales que “había que limpiar”. El resultado, cuanto menos aparente, de estas políticas fue que la ciudad de Nueva York pasó de ocupar en 1993, cuando Giuliani fue elegido alcalde, el puesto 87 en el “FBI Index Crime Rate”3— en el listado de ciudades norteamericanas de más de 100.000 habitantes, a ocupar cuando dejó el cargo el puesto 150 de 183, con la consiguiente valoración por parte de la opinión pública de que el descenso en las estadísticas del delito probaban irrefutablemente que la aplicación de la estrategia de la “tolerancia cero” —a través, sobre todo, de un extenso e intenso ataque hacia las conductas (delictivas, antisociales, o asociales) de menor importancia— daba como resultado la existencia de unas menores tasas de delincuencia.

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Frente a esta valoración de la eficacia de tal política criminal, opondría Santiago Redondo, conforme la idea central de su libro, no tan sólo una práctica socializadora del crimen, sino la propia “racionalidad científica”, específicamente la que muestran diversas investigaciones que han cuestionado esa supuesta relación causa-efecto entre política de tolerancia cero y reducción de la criminalidad. Esto se podría aplicar también al ejemplo de Nueva York. En realidad muchas ciudades norteamericanas y con condiciones socioeconómicas y de población similares también habían experimentado similares reducciones en sus tasas delictivas en el mismo periodo, y sin aplicar esos mismos métodos. Por ejemplo, en San Diego, se hizo —por la misma época— un importante esfuerzo policial orientado a la solución de problemas a través de una política de actuación policial basada en la idea de corresponsabilidad entre fuerzas policiales y ciudadanos, y en la creencia de que la aplicación de la Ley es un importante instrumento para controlar el delito, pero no es un fin en sí mismo. El resultado fue, en este caso, que la disminución de las tasas delictivas en San Diego (en el periodo 1990-95) fue de un 36,8%, y en el mismo periodo, en Nueva York, fue de un 37,5% (Greene, 1999)4. La única conclusión posible es, pues, que no hay un único factor, causa, política, o estrategia que produjera esa bajada en las tasas delictivas, de modo que ni siquiera la adopción de una política de “tolerancia cero” podrían haber contribuido a esa notable tendencia a su descenso sin otros múltiples factores demográficos o sociales cuyo análisis se estaba obviando. Y ello sin medir el “coste social” que esta política puede conllevar.

Pese a que existe, pues, y desde sus inicios, la necesidad de discutir racionalmente la presunta eficacia de este modelo de control del delito, como primer punto (que no único) desde el que...

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