Introducción

AutorPilar Rodríguez Martínez
Páginas15-22
INTRODUCCIÓN
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A principios del siglo XX Max Weber de nía el objeto de estudio de las ciencias
sociales –la acción social– como el estudio del sentido subjetivo que los sujetos otorgan
a su conducta, e inauguró un campo de estudio –el de los valores– que, más de un
siglo después, sigue teniendo plena vigencia. Con valores se refería Weber a las eva-
luaciones prácticas del carácter insatisfactorio o satisfactorio de los fenómenos sujetos a
nuestra in uencia (Weber, 1949, p. 1). Como señalaba Juan Díez Nicolás en 1969, con
esa de nición se resaltaba la importancia de la interpretación rigurosa como manera
de entender a los otros-as y, por tanto, de hacer ciencia social. Pues una cosa son los
juicios de valor, que son personales, subjetivos, y constituyen una a rmación moral
o vital; y otra el estudio de esos juicios de valores por parte de los cientí cos sociales.
Esa distinción es particularmente útil porque permite diferenciar entre la política y la
investigación social. Como explicaba Díez Nicolás, “la política social es algo diferente
a la investigación sociológica, pues mientras que ésta debe intentar explicar “objetiva-
mente” los hechos, sin implicaciones normativas o valorativas, la política social tiene
necesariamente que partir de la aceptación de unos valores y standards normativos”
(Díez Nicolás, 1969, p. 266).
De hecho, la importancia de estudiar la aceptación social de los valores y standards
normativos debió estar presente entre los y las jóvenes investigadores que, a  nales de
los años sesenta del siglo XX buscaban entender, por ejemplo, el surgimiento de los
nuevos movimientos sociales (estudiantil, feminista, paci sta, ecologista, entre otros)
y la decadencia progresiva del movimiento obrero. Eso me corroboró Marita Carballo,
tras una fabulosa conferencia que impartió en la Universidad de Almería, cuando le
pregunté cuál era el ambiente intelectual en el que se gestó la Encuesta Mundial de
Val or es . Ella participó en las discusiones –formales e informales– en las que Ronald
Inglehart llegó a convencerse de que en las sociedades del bienestar posteriores a
la Segunda Guerra Mundial estaba surgiendo un cambio de valores importante, un
síndrome postmaterialista, que hacía que la gente se preocupara menos por la segu-

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