Introducción

AutorJosé Miguel Andreu
Páginas27-39

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The only thing necessary for the triumph of the evil is for good men to do nothing.

(Edmund Burke, 1729-1797)

1. Introducción

El mundo ha entrado desde hace algunas décadas en una etapa económica y política “nueva” (1980-2017), denominada “Etapa Neoliberal”, muy distinta a la anterior (1950-1973), que vino en denominarse por la profesión “La Edad de Oro del Capitalismo”37.

Etapa ésta de la “Edad de Oro” en la que los procesos de Reconstrucción acaecidos tras la Segunda Guerra Mundial, y también los de Desarrollo Económico, bastante extendidos entonces a escala planetaria, permitieron que el Mundo en su conjunto creciera a una tasa media anual acumulativa del PIB del 4,9%; la máxima velocidad histórica alcanzada por el crecimiento económico a escala mundial, en períodos sucesivos “de cuarto” de siglo.

Sin embargo, a pesar de ese crecimiento económico global, tan rápido y novedoso en la Historia Económica Contemporánea, la carrera de armamentos implementada por los poderes máximos de entonces (EE.UU. y la Unión Soviética) y la sucesión de “guerras civiles subrogadas” libradas en la periferia y en el Sur del Planeta (Corea, Cuba, Vietnam, Angola, etc.) en el contexto de la llamada Guerra Fría, hicieron que los resultados económicos “netos” obtenidos por el Mundo en esa etapa (1950-1973) quedaran algo desdibujados en términos del crecimiento del consumo privado por persona38.

Por su parte, la etapa Neoliberal actual, 1980-201739, con ritmos evolutivos anuales medios del PIB bastante más moderados, como del 3% a nivel mundial, ha estado caracterizada por tres grandes rasgos: 1) por la intensa entrada en juego a partir de 1980 de la llamada Revolución Conservadora40, y por la posterior aparición de una

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rápida Globalización (adicional), liberalizadora de los movimientos de capitales que, impulsada por Occidente, y de acuerdo con múltiples indicadores41, ha resultado paradójicamente desfavorable a los PAI; 2) por el colapso, casi repentino de la Unión Soviética en 1991; desfondamiento que generó un cierto vacío político-económico del que la actual Federación Rusa no se ha recuperado (más que parcialmente) hasta la primera década de los años 2000; y 3) por el ingreso en el torrente económico e industrial, y también exportador42, de dos países gigantescos –China e India– que, en su conjunto, con el 36,5% de la población mundial, y tras varios siglos de adormecimiento económico, están desplazando –con el apoyo de algunos países vecinos– el centro económico de gravedad del Planeta hacia Asia, induciendo así un significativo retroceso económico relativo en Occidente, particularmente en Europa Occidental.

Por su parte, EE.UU., aun perdiendo músculo económico y político a menor velocidad que Europa, todavía pretende ejercer sine die su poder hegemónico. Y ello, a pesar de que su ritmo de crecimiento económico –apoyo indispensable para el sostenimiento de cualquier hegemonía política– haya entrado desde principios de los años 2000 en una etapa de crecimiento bastante más lento que el registrado en su etapa anterior, 1980-2000; y además a ritmos muy inferiores a los de China, India y otros países del Sudeste Asiático.

Además de algunas reclasificaciones significativas en el ranking y en el liderazgo económico mundial –apenas imaginables hace dos-tres décadas– al final de la primera mitad del siglo XXI también son esperables grandes cambios políticos. Quizá el más importante de ellos sea la sustitución del actual poder hegemónico mundial (EE. UU.); más no por China –como algunos creen– sino por la Sociedad Global la que, a través de una naciente ONU, de carácter democrático, llegará probablemente a establecer un Gobierno Global que, en relación con los temas de su (nueva) Agenda, le permitirá alcanzar definitivamente la eficacia en la elaboración de algunas políticas de interés global relacionadas con la paz, la seguridad, el sostenimiento medioambiental, el acortamiento del gap económico de los PIMBB, la corrección de ciertas externalidades globales, etc. Sociedad Global que, a través de la nueva ONU y sus

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nuevas agencias43, también superará el deficiente control económico actual, ejercido de modo fragmentario por muchos gobiernos nacionales; gobiernos, que a partir de los primeros 9044 empezaron a perder capacidades interventoras en relación con las nuevas trayectorias de ciertas magnitudes económicas nacionales básicas, inducidas por las decisiones previas adoptadas legal y libremente45 por las grandes empresas multinacionales (MNC).

Como se verá a lo largo de las páginas siguientes, este libro se ocupará de temas muy importantes a veces olvidados o minusvalorados por unos políticos occidentales (democráticos a escala nacional, pero no tanto a escala global) que, en su mayoría, rechazan involucrarse en políticas serias a largo plazo, que les fuercen a tomar medidas que, aun siendo desagradables para sus ciudadanías46, permitan resolver o encauzar algunos de los problemas actuales (nacionales o globales), de indudable repercusión futura.

Quizá el problema actual de Occidente relacionado con su “declive económico relativo”, sea el más refractario al hallazgo de una solución satisfactoria y consensuada por la mayoría de grupos o partidos políticos, a escala nacional, en ese Hemisferio.

Y es que los cambios económicos ocurridos en los últimos 20-25 años han colocado a los PIMB –en términos dinámicos– en una posición de ventaja económica duradera47, difícil de aceptar por los políticos de los PAI. Justo al revés de lo que sucedió desde comienzos de la Revolución Industrial que, iniciada en Europa hacia 1750, y superpuesta con el ejercicio del colonialismo tradicional o moderno, propendió a favorecer enormemente –desde una perspectiva económica– a los países entonces líderes de Occidente (Francia y RU especialmente); y, posteriormente, desde finales del siglo XIX y principios del XX, a EE.UU.

Aún más, tras la entrada de Occidente en una etapa de madurez económica48 y, habida cuenta de la globalización adicional recientemente acaecida y de la inmensa capacidad de crecimiento aun no explotada por los PIMB, sobre todo en Asia, es de espe-

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rar que la Gran Convergencia, incubada en 1980-90 y en pleno vigor desde los años 1990, continúe vigente al menos durante dos o tres décadas más, quizá hasta 2050.

Tal perspectiva de continuidad de la rápida redistribución geográfica de la producción (PIB) global, favorable a Asia en las próximas décadas, está causando gran alarma en Occidente, sobre todo en Europa; y es que muchos de sus ciudadanos y políticos no “pueden creer lo que cada día resulta más evidente”: el declive relativo del ritmo de crecimiento de sus PIB, de sus exportaciones, de su empleo “equivalente”49, y de sus salarios reales medianos50.

Esos ciudadanos, como bastantes políticos –que ni siquiera conocen las causas de lo que perciben– han venido apoyando “democráticamente”51 desde 2008: 1) bien políticas económicas (keynesianas) excesivamente agresivas que, instrumentadas de modo un tanto independiente52 y desconectadas de la evolución de ciertos factores externos53, o simplemente conducentes al incumplimiento (individual) de los equilibrios económicos compatibles con los compromisos adquiridos con instituciones multilaterales (Eurozona, FMI, etc.)54 han resultado poco útiles; o bien 2) políticas (de corte neoclásico) que, basadas en la –hoy más bien lenta– consecución de equilibrios tanto en ciertos mercados microeconómicos y singularmente en el laboral55,

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como en las cuentas del sector público, tampoco han podido reconducir a Europa sobre la anterior y más rápida senda de crecimiento; ni podrán hacerlo a medio-largo plazo, porque la anterior senda es incompatible con el valor de los parámetros económicos más importantes actualmente en vigor56; valores que quizá permanecerán vigentes durante décadas.

Como esas recetas –keynesiana o neoclásica– o mezclas de las mismas, no han dado los resultados deseados desde el inicio de la “Gran Recesión” (en 2008), la mayor parte de los gobiernos occidentales (o partidos políticos en el poder) han perdido las correspondientes elecciones, siendo sustituidos en principio por sus alternativas tradicionales, que simplemente han implementado lo que se esperaba de ellos, aun sin alcanzar resultados positivos “suficientes”. Sin embargo, a medida que el tiempo de espera razonable se ha ido agotando, y que los partidos tradicionales no han “acertado” en sus planteamientos –casi siempre engañosamente optimistas– han ido apareciendo en escena algunos partidos políticos “populistas” de distinto signo que, con recetas pretendidamente originales, aunque archivadas –por inútiles– desde hace bastantes décadas, han obtenido el apoyo de minorías políticas crecientes, compuestas básicamente por jóvenes, perdedores, e incluso por algunos “nostálgicos”.

En definitiva, el gran problema actual de Occidente –de raíz más bien psicológica, pero que dificulta enormemente su ajuste económico a los nuevos parámetros adversos en vigor– es que los ciudadanos occidentales no pueden entender que países anteriormente atrasados económica y políticamente (algunos de los actuales PIMB) puedan crecer hoy económicamente a velocidades medias superiores a las que mantuvieron los países occidentales en su mejor época, esto es, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial; ni mucho menos asimilar que un día, ya casi visible en el horizonte, algunos de aquellos puedan superarles en términos económicos (PIB, Producción Industrial, Exportaciones, etc.) y políticos (alcanzando una mayor influencia en los organismos multilaterales).

Ahora bien, a partir de la insuficiencia de las recientes políticas económicas tradicionales ensayadas o de su mezcla inapropiada, y de la inadmisibilidad políticamente mayoritaria (por ahora…) de entrada en las peligrosas sendas redistributivas57 que llevaron a Occidente en otro...

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