Introducción

AutorMaría Luisa Villamarín López
Páginas13-15

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Este trabajo es fruto de las investigaciones llevadas a cabo en el marco de dos Proyectos de Investigación financiados por el Ministerio de Economía y Competiti-vidad: el primero, dirigido por el Profesor Gascón Inchausti, titulado «El proceso penal en España: propuestas para su reforma» (DER 2008-02509), y el segundo, bajo la dirección de la Profesora Cedeño Hernán, titulado «Nuevas tecnologías y derechos fundamentales: posibilidades y límites en el proceso» (DER 2012-33052). A sus directores mi más sincero agradecimiento por su apoyo y confianza.

El espacio y el cerebro. Son mis dos destinos favoritos dentro de todas las rutas que la ciencia moderna ha emprendido en estas últimas décadas con una fuerza y una velocidad de vértigo. El viaje hacia el espacio es un recorrido hacia el exterior, hacia el infinito, hacia lo incontrolable, colocando al hombre en su sitio, haciéndolo consciente de su pequenez. El viaje hacia el cerebro supone un camino hacia el núcleo del ser humano, en donde se esconde lo más íntimo, lo que le hace ser hombre.

Nos quedamos con este segundo destino que, en las últimas décadas, ha dado lugar a extraordinarios descubrimientos en el campo de la Medicina gracias a los avances de las nuevas técnicas, sobre todo del electroencefalograma y del escáner cerebral basado en resonancia magnética funcional. Gracias a ellas se está conociendo cada vez con más detalle cómo funciona el cerebro y se detectan con gran precisión tumores, lesiones cerebrales y muchos tipos de trastornos psíquicos sobre los que hasta ahora se tenía una información incompleta.

Como procesalista, resulta atractivo plantearse si estas técnicas pueden tener también una aplicación tan exitosa en una tarea tan difí-

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cil e ingrata como la detección del engaño en la determinación de los hechos en el proceso penal. Desde hace siglos se ha tratado de buscar herramientas que sirvan de apoyo a los que tienen que decidir a diario sobre la veracidad o mendacidad de lo declarado en los procesos. Por desgracia, las mentiras no tienen las patas tan cortas ni las narices tan largas como nos hacía creer Pinocho. Y cada vez menos. Los delincuentes son más profesionales, saben cómo no dejar rastro, se instruyen sobre cómo engañar (a una persona o a un aparato) sin que se note, mientras, como veremos en detalle más adelante, los encargados de juzgarlos (policías, jueces, etc.) no presentan ninguna habilidad especial para detectar sus mentiras, incluso...

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