Introducción
Autor | Cristina Aragón Gómez |
Cargo del Autor | Profesora Ayudante Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Universidad Carlos III de Madrid |
Páginas | 227-231 |
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La atención de las necesidades de las personas en situación de dependencia se ha convertido en uno de los grandes retos de la política social, dado que la demanda de cuidados se ha venido incrementando de forma notable en los últimos años y va a seguir aumentando a un fuerte ritmo durante las próximas décadas, como consecuencia de una combinación de factores demográficos y sociales1. En efecto, los cambios demográficos están produciendo un incremento progresivo de la población en situación de dependencia y, al tiempo, una reducción de los potenciales cuidadores que pueden asumir su atención: La población de más de 65 años se ha duplicado en los últimos cuarenta años, para pasar de 3,3 millones de personas en 1970 (un 9,7%) a más de 7,7 millones en 2010, lo que representa un 16,8% de la población total2; porcentaje que, según las proyecciones de población realizadas por el Instituto Nacional de Estadística alcanzará el 31,94% en el año 2049. A ello hay que añadir, por un lado, el fenómeno demográfico denominado «envejecimiento del envejecimiento», es decir, el aumento del colectivo de población con edad superior a 80 años que se ha duplicado en sólo veinte años (los transcurridos entre 1970 y 1990)
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y, por otro, el incremento de la tasa de supervivencia de las personas afectadas por alteraciones congénitas, enfermedades o accidentes graves. Por su parte, la Encuesta sobre Discapacidades, Deficiencias y Estado de Salud de 1999 cifró en 3.528.221 el número de personas con alguna discapacidad o con limitaciones que le pueden causar discapacidades, lo que, expresado en términos relativos, viene a representar un 9% de la población española.
Este crecimiento de la demanda de cuidados coincide en el tiempo con la crisis de los sistemas de apoyo informal que tradicionalmente han venido dando respuesta a esta necesidad; una crisis motivada por los cambios en el modelo de familia y por la creciente incorporación de las mujeres en el mercado de trabajo. La baja tasa de natalidad, como consecuencia del retardo en la edad de contraer matrimonio (34,51 años los varones y 31,46 años las mujeres3) o de constituir una pareja de hecho, y de la postergación de la maternidad (30,83 años), está produciendo una reducción del número de potenciales cuidadores. El número de hijos por mujer (1,46) se sitúa por debajo del umbral necesario para la reposición demográfica, lo que empieza a provocar la inversión de una pirámide de población que comienza a perder su base.
Por otro lado, se ha producido en las últimas décadas una drástica y vertiginosa transformación del entorno familiar: a) La revolución industrial y el éxodo rural ha producido el desvanecimiento de la familia extensa (caracterizada por la convivencia en el hogar de varias generaciones y por un número alto de hijos) y la aparición de la familia nuclear; b) la familia, como institución permanente se desdibuja, debido al aumento de las separaciones y los divorcios, de un lado, y de las segundas nupcias, de otro; c) la creciente movilidad geográfica de los...
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