Otra interpretación del «Primero sueño» de sor Juana Inés de la Cruz

AutorJaime Labastida
Páginas123-138
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Otra interpretación del «Primero sueño»
de sor Juana Inés de la Cruz
JAIME LABASTIDA
EL COLEGIO DE SINALOA. ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA.
SEMINARIO DE PROBLEMAS CIENTÍFICOS Y FILOSÓFICOS.
ASOCIACIÓN FILOSÓFICA DE MÉXICO. SIGLO XXI EDITORES
El argumento de «Primero sueño», al decir del jesuita Diego Calleja, biógrafo de
sor Juana, es sencillo y cabe en pocas líneas: «Siendo de noche, me dormí. Soñé
que de una vez quería comprehender todas las cosas de que el Universo se com-
pon e. No p ude, n i aun div isas por sus c ategorías, ni aun sólo un individuo. Desen-
gañada, amaneció y desperté».1 El padre Calleja compara, antes del texto citado, la
poesía de Góngora con la de sor Juana. Dice: «Si el e spíritu de D. Luis es alabado,
con tanta razón, de que a dos asuntos tan poco extendidos de sucesos, los adorna-
se con tan copiosa elegancia de perífrasis y fantasías; la Madre Juana Inés no tuvo
en este escrito más campo que éste: Siendo de noche...».
Si para escribir de los sueños, Valéry exigía, ya lo hemos visto, mantener en
estado de alerta a la conciencia, vemos que el sueño de sor Juana es el intento, sin
duda audaz, de comprender racionalmente el universo en su conjunto. Por lo tan-
to, es un sueño del conocimiento. A primera vista, parece como si este sueño fuera
lo que son los sueños en el recuerdo del que está despierto: algo «nebuloso y vago,
sin disposición orgánica y sin una adecuada distribución de su materia, sin pau-
sas ni cesuras evidentes, sin progresiones ni puntos culminantes, sin lógica ni
‘ratio, por así decirlo; confuso y desconcertante tal como corresponde a un sue-
ño», según lo dice Ludwig Pfandl.2 Esto, sin embargo, no es así. Se trata sólo de
una apariencia, de un recurso estilístico de que se vale sor Juana: quiere hacer
corresponder forma y sentido, o sea, que el poema reproduzca la forma onírica,
confusa, que poseen los sueños. En el intento hemos de reconocer una más de las
enormes virtudes del poema, el más alto de todos los poemas escritos por todos
los poetas habidos en el territorio al que hoy le damos el nombre de México.
En realidad, el desorden es tan sólo aparente y se vale, para expresarlo, de la
estructura poética de la silva, «Con la palabra sylva, que se escribía a menudo así,
con y, recordando al griego Ûlh, designaron los antiguos, por lo pronto, más que
1. Sor Juana Inés de la Cruz, Fama y Obras Posthumas (Madrid, 1700, folio 15. Citado por Alfonso Méndez
Plancarte en su edición crítica de El sueño, Imp. Universitaria, México, 1951, pp. xvi-xvii) y por Karl Vossler, en su
edición crítica de Primero sueño (Imprenta de la Universidad de Buenos Aires, 1953, p. 9).
2 . Ludwig Pfandl, «Sor Juana como soñadora» (en la misma edición de la Universidad de Buenos Aires, p. 22).
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algo métricamente informado, algo informe, un anotar apresurado del tema en
bruto: una improvisación».3 Con el tiempo, sin embargo, especialmente en Italia,
la palabra designó algo semejante a la «selva», es decir, una colección o una mez-
cla de versos de varias clases de métricas, sin que fuese un concepto técnico en el
arte de la versificación. «En España, donde la tendencia a la polimetría era ya en
la Edad Media sorprendentemente vigorosa, se empezó a llamar silvas, desde prin-
cipios del siglo XVII aproximadamente, a los poemas largos en forma de madri-
gal... En realidad, podría considerarse muy bien a la silva española como una lira
asimétrica que ha perdido la articulación de la estrofa»; en resumen, podría vin-
cularse la voz silva a la representación de bosque, selva, silencio, materia informe,
improvisación, rapto, entusiasmo, forma desarticulada y también, en cuanto a su
forma, la mezcla de versos de métricas distintas: «una forma poética libre y suel-
ta».4 Es claro que, en cuanto a conteni do, la silva servía p ara tratar un tema infor-
me, semejante a la materia (Ûlh) que Aristóteles y los escolásticos llamaron pri-
ma, po rque c arec ía, pr ecis ament e, de forma y era susceptible de recibir, en poten-
cia, cualquiera. Por tal razón, como lo establece Pfandl, «ninguna otra forma métrica
habría sido más apta que la silva, que corre fluente y libremente sin ligamentos
estróficos» para que sor Juana expresara el contenido de su sueño.5
Preguntemos cuál es el sentido del sueño al que se entrega (y nos entrega) sor
Juana. Ezequiel A. Chávez afirma que «hay sueños razonadores»; que «el de sor Jua-
na es en este punto, como en otros, singular y único, porque es, en su meollo y
núcleo, el sueño de una verdadera epistemología, o más bien de una gnoseología: es
una teoría del conocimiento...». Y añade: «siempre en infatigable vuelo su espíritu
hacia el Sumo Bien y la Sabiduría Infinita».6 Es cierto, el poema de sor Juana es un
poema gnoseológico: intenta conocer el universo entero. ¿De qué manera? ¿Cuál es
el método que sigue? ¿Qué categorías utiliza? ¿Para qué quiere conocer el mundo?
Se han ofrecido múltiples interpretaciones del poema. Creo que, pese a los
años transcurridos desde que la formuló, es todavía la más fiel y la más auténtica,
en tanto que sigue paso a paso los versos, la hecha por Alfonso Méndez Plancarte.
A ella remitimos a todo lector interesado, no sin advertirle lo mismo que el insig-
ne crítico mexicano: que la prosificación no es el poema sino su pálido reflejo. Por
ello, parafraseando a Dámaso Alonso, que realizó tarea semejante con las Soleda-
des de Góngora, dice Méndez Plancarte que «sería lamentable que el lector de
buena fe, al acercarse a esas cenizas, a esas ruinas de belleza que le presento, creye-
ra estar ante la obra viva de sor Juana. No. El que quiera gustar del Sueño tendrá
3. Karl Vossler, La poesía de la soledad en España, op. cit., pp. 98-99. El término Ûlh designaba originalmente, en
Grecia, una región boscosa; después tuvo el significado filosófico de materia (Pierre Chantraine, Dictionnaire...,
op. cit., bajo la ent rad a Ûlh).
4. K. Vossler, op. cit., pp. 100, 101, 102 y 103.
5. Ludwig Pfandl, «Sor Juana como soñadora», op. cit., p. 23.
6. Ezequiel A. Chávez, Sor Juana Inés de la Cruz: su vida y su obra, Editorial Araluce, Barcelona, 1931, p. 121.
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