Inmigración y prácticas sociales discriminatorias
Autor | Roberto Bergalli |
Páginas | 25-42 |
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Miróle el virrey, y viéndole tan hermoso y tan gallardo y tan humilde, dándole en aquel instante una carta de recomendación su hermosura, le vino deseo de escusar su muerte y, así, le preguntó:
—Dime, arráez, ¿eres turco de nación, o moro, o renegado?
A lo cual el mozo respondió, en lengua asimesmo castellana:
—Ni soy turco de nación, ni moro, ni renegado. —Pues, ¿qué eres? —replicó el virrey.
—Mujer cristiana —respondió el mancebo. —¿Mujer y cristiana, y en tal traje y en tales pasos? Más es cosa para admirarla que para creerla.
—Suspended —dijo el mozo—, ¡oh señores!, la ejecución de mi muerte, que no se perderá mucho en que se dilate vuestra venganza en tanto que yo os cuente mi vida.
MIGUEL DE CERVANTES, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, capítulo LXIII
Hace 400 años, Miguel de Cervantes reflejó en las páginas de El Quijote las vivencias de quienes habían sido expulsados de su propia tierra. Narra Cervantes una circunstancia peculiar: la de aquellos que a través de las leyes se habían convertido en extranjeros y que, paradójicamente —como era el caso del «morisco Ricote»— debían entrar clandestinamente al territorio, disfrazados de peregrinos, para intentar rescatar algunas de sus pertenencias de valor o tener noticias de sus familias.1En el tono dramático pero distendido de la escena, en el juego de las com-
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prensiones y las distancias que se establece entre Sancho —«castellano viejo»— y Ricote —«morisco» convertido en extranjero— se encierra la dialéctica de eso que llamamos discriminación: algo que asociamos a la privación o a la restricción de derechos en un sentido amplio: no son sólo los definidos jurídicamente, sino los que se realizan en las relaciones entre los individuos y que conllevan y afectan, como veremos más adelante, la propia definición de la persona.
El epígrafe, que cita el pasaje previo al reencuentro de Ricote con su hija Ana Félix, refleja la segunda idea que queremos desarrollar: la manera como los esquemas de pensar, sentir y actuar nos otorgan una determinada visión de la realidad, que nos hace percibir como «naturales» ciertas cosas de la realidad y que nos destaca otras como «extrañas». Configuran así estos esquemas los filtros a través de los cuales los hechos y las cosas nos son familiares, aceptables, las apreciamos o las rechazamos, nos desconciertan o son rutinarias, destacables o «invisibles».
En el pasaje referido, los esquemas con los cuales el Virrey orienta su percepción de la realidad se le superponen y le confunden. El Virrey, movido por cierta atracción hacia el arráez, intenta situar su percepción de la realidad dentro del esquema clasificatorio primordial de la situación pública en la que se encuentran: «turco de nación, moro o renegado», es decir, sujeto factible de ser merecedor de cierto trato riguroso, restrictivo, animoso. A lo cual el arráez responde situándose —a la vez que reivindicándose— en una clase inverosímil para esa clasificación —«mujer cristiana»— y desconcertante para los esquemas del Virrey y del contexto —«más es cosa para admirarla que para creerla»—, lo que nos señala que las existencias sociales están regidas por el modo como estos esquemas orientan el juego entre los actores, permitiendo o restringiendo sus capacidades o sus posibilidades de ejercer determinados «derechos».
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¿Cómo se concreta socialmente el ser persona? ¿De qué mane-ra un concepto en cierto modo abstracto se transforma en nuestra definición social? El nexo entre esta idea y nuestra praxis es el concepto de posición (status). En las diferentes realidades que conforman la realidad de las personas, cada uno ocupa diferentes posiciones que van asociadas a diferentes campos.2La persona se convierte en ser social asumiendo, encarnando una posición a través de la cual actúa dentro de cada campo concreto.3Estas posiciones, cuyo conjunto es nuestra definición social de persona, están definidas dentro de cada campo de tal manera que son ellas las que nos permiten unas determinadas prácticas sociales y las que nos restringen otras. Se desprende de todo esto que dentro de cada campo las posiciones no son igualitarias sino que precisamente una de las características más destacadas de los campos es la distribución diferencial de ciertos atributos entre las posiciones. Y es justamente esta distribución diferencial la que conforma la base (en ocasiones o para algunos es la consecuencia) de unas definiciones sociales diferenciadas de las posiciones. ¿A qué nos referimos cuando decimos definiciones sociales diferenciadas de las posiciones? De un modo sintético, al significado que para el conjunto de las posiciones tiene cada una de ellas y a sus consecuencias sociales. Unos significados y unas consecuencias sociales que son socialmente construidas y que regulan el juego de relaciones entre las posiciones en el campo. Unas respecto a otras las diferentes posiciones tienen establecida la manera como se deberían relacionar: como iguales, en superioridad (tener más poder), en inferioridad (menor poder), no poder relacionarse. Como se aprecia en los casos antes referidos, ser «turco de nación, moro o renegado» categoriza la posición de las personas y, consiguientemente, orienta un determinado trato por parte de los demás actores del campo, a la vez que hace que
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quienes ocupen dicha posición esperen del resto determinado trato. La construcción de estas definiciones y del trato que se otorga a las diferentes posiciones es un proceso complejo caracterizado, como veremos más adelante, tanto por una cierta horizontalidad (el proceso de institucionalización) como por cierta verticalidad (el proceso de transmisión cultural, como parte de la reproducción social y de un determinado esquema de dominación).
En el sentido que venimos exponiendo, la definición de las posiciones se podría concretar como el entramado de «derechos» y «deberes» que están localmente atribuidos a cada posición. «Derechos» y «deberes» que entrecomillamos porque son los surgidos de esa construcción, que definen las prácticas, establecen los límites, obligan o reprimen a los individuos según sus posiciones. «Derechos» y «deberes» pues que pueden ser concebidos o visualizados como la concreción práctica de derechos positivos de los cuales gozan las personas. Visto desde este punto de vista, la definición teórica de persona nos remite a los «derechos naturales» inspiradores de la Declaración de Derechos Humanos. (Sin entrar en la discusión sobre su universalidad) la definición de persona, en cuanto conjunto de posiciones, estaría reflejada en el conjunto de derechos (y los deberes implícitos) que allí se recogen. Pero como se puede constatar reiteradamente, la existencia social de las personas se caracteriza por una constante restricción y vulneración de estos Derechos como resultado de las diversas prácticas, las diversas definiciones que localmente se establecen.
Se concluye entonces que, en cada campo, los derechos abstractos se concretan a través de las prácticas resultantes del juego entre las diferentes posiciones. Al decir «se concretan» nos estamos refiriendo a que los derechos abstractos se redefinen: en primer lugar, la igualdad deja de existir ya que cada campo es una distribución de atributos o bienes considerados escasos y que adoptan el carácter de privilegios. Para sostener esta distribución desigual de atributos o bienes, cada campo tiene organizados unos mecanismos reproductivos que actúan sincrónica y diacrónicamente y que tienden a afectar (en ocasiones a acen-
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tuar estas afectaciones) los derechos y deberes de las posiciones. El control de estos mecanismos reproductivos está también decantado hacia las posiciones privilegiadas de cada campo, bien porque quienes las ostentan ejercen un control directo de esos mecanismos, bien porque ejercen un control simbólico.4En los casos que hemos utilizado para ilustrar estos mecanismos, contrasta la posición del Virrey, el cual tiene capacidad de categorizar y de decidir sobre la aplicación de los mecanismos de control —en este caso suspender la ejecución o simbólicamente, cambiar la percepción que los actores del campo otorgaban al arráez— y la de Sancho y Ricote, que fuera del ámbito del control, aun ocupando posiciones con diversa definición —uno de ellos convertido en un proscrito—, son capaces de relacionarse según las definiciones establecidas por ellos: como personas unidas por una historia compartida.
Expuesto de esta manera el concepto de sociedad queda conformado como una estructura de campos en los cuales las personas, a través de sus posiciones (con sus definiciones y privilegios), se relacionan y establecen prácticas sociales.
Las posiciones, con sus privilegios, sus afinidades y sus diferencias tienden a establecer —objetiva y subjetivamente— clases dentro de cada campo: los actores son identificados —y en su caso se identifican— con otros actores a los cuales se les otorga —se otorgan— esa característica común. Este enclasamiento de...
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