Inicio de la vida de cada ser humano, ¿qué hace humano el cuerpo del hombre?

AutorNatalia López Moratalla - Esteban Santiago - Gonzalo Herranz Rodríguez
CargoDpto. de Bioquímica y Biología Molecular. Universidad de Navarra. - Dpto. de Bioquímica y Biología Molecular. Universidad de Navarra. - Dpto. Humanidades Médicas. Universidad de Navarra.
Páginas283-308

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1. El embrión humano

La investigación con embriones humanos, la aplicación de las tecnologías de fecundación in vitro y el uso de los métodos anticonceptivos y abortivos, replantean una y otra vez la cuestión que se ha denominado el «estatuto del embrión humano». El cuerpo humano es un organismo muy peculiar entre los mamíferos primates entre los que se encuentra, por lo que la Biología humana no es mera Zoología.

Es obvio, desde el punto de vista biológico, que la vida de cada ser humano comienza al completarse el proceso de fecundación, precisamente con la aparición de la nueva realidad, que se denomina zigoto. La ciencia biológica tiene en ello la última palabra y la ha pronunciado con claridad y contundencia.

Las mismas técnicas de fecundación in vitro han dejado fuera de toda duda la radical diferencia que se da, de un lado, entre el individuo de nuestra especie en sus etapas más iniciales, ya sea el unicelular de zigoto, ya el de embrión de dos, tres, o muchas más células, y, de otro, la común célula humana, o una masa, más o menos ordenada y organizada, de esas células comunes, que carecen, sin embargo, en uno y otro caso de la unidad propia de un ser vivo.

Lo que a algunos no les parece claro no es que un embrión de pocas horas o días no pertenezca a la especie humana, sino que ese embrión deba ser equiparado a una persona humana. Se plantea así el debate sobre cuándo y en qué casos se puede afirmar que en proceso de desarrollo hay ya un hombre. Es decir, cuáles son las características y manifestaciones necesarias para que a una entidad biológica humana en desarrollo se la pueda considerar un hombre.

Puesto que respetar la dignidad propia de todos y cada uno de los hombres implica, entre otros imperativos irrecu-sables, no disponer de ninguno de ellos como medio, ni decidir sobre su origen, su vida, o su muerte, sea cual fuere su estado de desarrollo, su decrepitud, o sus carencias, es de importancia suma refiexionar acerca del inicio y del proceso vital de cada hombre.

Esa refiexión engloba dos cuestiones.

La primera se refiere a cuándo el ser concebido de progenitores humanos es ya cuerpo humano; es una cuestión meramente científica hoy resuelta. La

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segunda plantea el carácter personal de todo cuerpo humano, esto es, qué es lo que hace humano el cuerpo. La ciencia también tiene mucho que decir sobre este particular. Hoy dice lo suficiente para iluminar muchos interrogantes acerca del valor de la vida en sus extremos: la vida incipiente y la vida a término.

Para las dos cuestiones citadas, la clave esencial está en comprender que la dimensión corporal es un elemento constitutivo de la persona humana: un ser humano no tiene su cuerpo, él es su cuerpo. Cada uno no se identifica con la estructura biológica y al mismo tiempo, el cuerpo es signo de la presencia de la persona. La historia de cada persona no es simplemente la de su vida corporal. Lo peculiar de un cuerpo humano es que tiene un «titular» con nombre propio. El cuerpo manifiesta, en la plenitud propia de cada etapa, al ser con ese nombre propio. La biografía de cada uno tiene una trayectoria en el tiempo que es personal, un dinamismo creciente hacia la plenitud, de relaciones interpersonales con otros hombres, que tiene siempre como tarea y tendencia alcanzar la plenitud como hombre.

Inseparablemente, cada vida humana es la vida de un sujeto que es corporal, biológico, y que a la vez, es personal a lo largo de la trayectoria temporal de crecer, madurar, envejecer y morir. No son dos vidas autónomas ni tampoco una doble vida. No existe propiamente una vida animal del hombre porque el cuerpo del hombre es siempre un cuerpo humano. La decadencia, la limitación, el echarse encima de la muerte, no suponen pérdida del valor personal. De igual forma, a una vida incipiente no se le puede negar la dignidad que le confiere su carácter personal, por el hecho de no manifestar todavía las peculiaridades que corresponden a otra etapa de su vida y sólo alcanza tal manifestación en ese tiempo.

De ahí que nuestra refiexión haya de dar cuenta de que, en cada sujeto humano, la fusión de su vida autobiográfica y la vida físico-biológica es inherente y originaria, pertenece a su esencia. La actitud ante el hombre depende de cómo se concibamos ese entrelazamiento.

En la cultura dominante se han dado dos regresiones. De una parte, la reducción de lo personal y lo biológico, de mente y cerebro, lleva a confundir la dignidad y el valor de la persona humana, con el valor y la dignidad de la vida en cuanto proceso orgánico. Y de otra, la separación dualista de lo personal y lo biológico, de mente y cuerpo, lleva a considerar a éste como algo que se posee, pero que no que se es, y que puede manipularse a voluntad. Es decir se separa conceptualmente el ser persona del «ser biológicamente humano».

Para ambas perspectivas, pertenecer a la especie humana es un hecho biológico carente de relevancia ética: sólo sería persona el individuo de la especie humana en cuanto expresa de hecho ciertas cualidades (autonomía, autoconciencia, racionalidad, etc.), cualidades todas ellas que requieren un largo periodo de tiempo de maduración del cerebro, incluso después del nacimiento.

Hablan, por tanto, de «emergencia» en el sentido de que el plus de realidad

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que manifiesta la vida de cada ser humano -cultura, relaciones interpersonales, libertad, etc.- necesariamente tiene que emerger de los materiales que portan la información genética. El embrión humano no poseería el carácter propio e intrínseco de los miembros de nuestra especie. El carácter personal, la dignidad propia de cada ser humano, sería algo que le reconocen los demás en tanto cumple determinadas condiciones de desarrollo, senescencia, capacidad de razonar, etc.

Ahora bien, si el hombre no fuera más que sus procesos fisiológicos y neurobiológicos, el psiquismo humano, el mundo del espíritu, que de hecho se da en los seres humanos, no tendría explicación. El plus de realidad del hombre sobre el animal no es meramente biológico, precisamente porque se pone de manifiesto como liberación de un vivir encerrado en los meros procesos cerebrales, instintivamente confinado en las necesidades biológicas, que caracteriza a los animales.

Lo que en realidad se discute no se refiere a cuándo comienza la vida de cada hombre, sino cuál es el origen de ese plus de realidad de cada ser humano.

La pregunta del origen último de cada hombre no es una pregunta que pueda hacerse a la Ciencia, ni puede responderse en su nombre. Lo que se puede preguntar a la Ciencia es cuánto tiempo es necesario, una vez iniciada la fecundación de los gametos, para que la entidad humana viviente resultante alcance el desarrollo suficiente para que podamos con razón llamarla cuerpo. Se ha de tener presente que todo cuerpo humano, incluso con deficiencias, tiene un titular que posee el carácter específico de todos los seres humanos.

La Ciencia no puede dar razón de por qué cada hombre es un viviente libre, ni del origen de ese atributo. No obstante, la biología humana aporta un conocimiento de gran riqueza: la trayectoria vital única de cada hombre está intrínsecamente potenciada por la capacidad de relación personal que posee. Lo específico humano, venga de donde viniere, es algo inherente, ligado a la vida recibida de los progenitores; no es mera información que emerge del desarrollo.

2. La vida es un proceso temporal

Vivir es crecer, desarrollarse, madurar, renovar las células, regenerar los órganos y envejecer. En los seres vivos el conjunto individual es más que la mera suma de las partes. El atributo más llamativo y característico de un ser vivo es la capacidad de transmitir la vida dando paso a individuos de su misma especie.

Se debe a que cada uno posee esos materiales tan peculiares que son los cromosomas. Estos están formados por la doble hélice del DNA, una molécula que no sólo es informativa, sino que pueden copiarse a una estructura complementaria, y así conservar el mensaje al mismo tiempo que lo transmite. De esta forma los seres vivos surgen por generación de sus progenitores y son capaces de transmitir su peculiar organización a sus descendientes.

La organización de cada célula se basa en la existencia de moléculas sencillas, y comunes a todos los seres vivos, combi-

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nadas en infinidad de formas distintas. Dos de estas macromoléculas, los ácidos nucleicos -el DNA y el RNA- y las proteínas, aportan la identidad a cada una de las especies. Cada individuo de una especie posee un conjunto de ambas biomoléculas que es distintivo de la especie a que...

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