Influencia de la emoción en la toma de decisión: Implicaciones en la producción de inteligencia

AutorLucía Halty Barrutieta
Páginas104-122

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1. Introducción

Tomar decisiones es una actividad continua del ser humano en todos los órdenes de la vida. Elegir entre varias opciones puede ser una tarea simple, pero a veces, dependiendo del tiempo para tomarla, la situación personal del analista y la falta de autoconocimiento, resulta tan complejo que se convierte en una preocupación importante, máxime cuándo el analista no encuentra herramientas que le permitan afrontar su decisión de forma adecuada sin caer en sesgos que inducen a errores o interpretaciones arriesgadas. Hasta ahora ese sesgo se evitaba más con el cruce de otros análisis para compensar deficiencias que analizando la propia forma de tomar la decisión del analista. La toma de decisiones pone en juego numerosos procesos cognitivos, entre ellos el procesamiento de los estímulos presentes en la tarea, el recuerdo de experiencias anteriores y la estimación de las posibles consecuencias de las diferentes opciones. La investigación actual pone cada vez más énfasis en que la toma de decisiones no constituye un mero proceso racional de contabilizar o comparar las pérdidas y ganancias que resultan de una elección determinada. Más bien parece ocurrir que los aspectos emocionales, derivados de la experiencia de situaciones parecidas, propias o vicarias, y aquellos aspectos asociados a las consecuencias o al contexto en el que se da la decisión, desempeñan un papel importante. Incluso en la generación de escenarios o modelos de acción simulados hay que tener en cuenta la propia intervención del analista que condiciona y distorsiona el propio objeto de estudio, ya que no se puede tener en inteligencia un escenario de control absoluto y asepsia total. Las emociones guían la toma de decisiones, simplificando y acelerando el proceso, reduciendo la complejidad de la decisión y atenuando el posible conflicto entre opciones similares (Bechara, Damasio y Damasio, 2000).

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Esto no significa que las emociones y los sentimientos no puedan causar estragos en los procesos de razonamiento en determinadas circunstancias. La sabiduría tradicional nos dice que sí pueden, e investigaciones recientes del proceso normal de razonamiento también revelan la influencia potencial-mente dañina de los sesgos emocionales. Tampoco quiere ello decir que cuando los sentimientos tienen una acción positiva tomen la decisión por nosotros; o que no seamos seres racionales. Solo se sugiere en estas líneas que determinados aspectos del proceso de la emoción y del sentimiento son indispensables para la racionalidad y hay que tenerlas en cuenta en el análisis de inteligencia. La emoción y el sentimiento, junto con la maquinaria fisiológica oculta tras ellos, nos ayudan en la intimidadora tarea de predecir un futuro incierto y de planificar nuestras acciones en consecuencia. Aplicado al campo de la inteligencia nos permite saber y por lo tanto ajustar, las desviaciones en las decisiones, muchas veces no cuantificables y de origen «pulsio-nal» que se toman en todos los momentos del ciclo de inteligencia.

Empezaremos con unas breves nociones de neurociencia para acercarnos a ése órgano tan importante y complejo como es nuestro cerebro y ver cómo afecta al análisis de inteligencia. A lo largo del artículo justificaremos por qué la emoción influye en la toma de decisión —proceso que el analista realiza constantemente—. Explicaremos en primer lugar ese conjunto de reacciones fisiológicas que constituyen una emoción y que gobiernan gran parte de nuestras conductas. Los niveles inferiores en el edificio neural de la razón son los mismos que regulan el procesamiento de las emociones y los sentimientos, junto con las funciones corporales necesarias para la supervivencia de un organismo. Es fascinante encontrar la sombra de nuestro pasado evolutivo en el nivel más distintivamente humano de la función mental.

A continuación hablaremos de la relación entre el cerebro y el cuerpo, elementos fundamentales que utilizó Antonio Damasio para elaborar su teoría sobre el «marcador somático». El cuerpo, tal como está representado en el cerebro, puede constituir el marco de referencia para los procesos neurales que experimentamos como la mente; que nuestras mayores alegrías y nuestras más profundas penas utilizan el cuerpo como vara de medir; que nuestro mismo organismo es utilizado como referencia de base para las explicaciones que hacemos del mundo y para nuestras tomas de decisiones (Damasio, 1994).

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2. Nociones básicas de neurociencia

El cerebro es uno de los órganos más complejos y desconocidos del ser humano, pero gracias a los avances en las técnicas de neuroimagen se están produciendo importantes hallazgos a la hora de comprender cómo funciona, cómo interactúa con el medio y cómo se autoregula.

Comenzaremos por explicar cómo se organiza nuestro cerebro. Este órgano tan importante está dividido en dos hemisferios que se comunican a través de una estructura que se llama cuerpo calloso. En cada uno de los dos hemisferios, en la parte más externa del cerebro, que es la corteza cerebral, hay 4 lóbulos o estructuras externas, que son (Ortiz, 2009) (Figura 1): A) Lóbulo occipital: La parte posterior del cerebro. En esta zona es donde se procesa casi toda la información visual. B) Lóbulo parietal: Aquí es donde se procesa la información somatosensorial, es decir, la información procedente de las percepciones sensoriales externas como los pies y las manos, la temperatura, la presión, el tacto, el dolor... C) Lóbulo temporal: Desempeña un papel importante en el reconocimiento de caras, encargado de la audición, del equilibrio. También, aunque a nivel más interno, se encuentra el sistema límbico. D) Lóbulo frontal: Es el lóbulo que nos permite vivir en sociedad, es el encargado de las funciones cognitivas más importantes, nos permite regular nuestro comportamiento, inhibir nuestras conductas y tiene una parte relacionada con el control de las emociones. También hay áreas encargadas del lenguaje (área de Broca).

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De los lóbulos que acabamos de ver, nos vamos a centrar solamente en dos, el lóbulo frontal y el lóbulo temporal. Vamos a ver las estructuras que se encuentran dentro de estos dos lóbulos.

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Con respecto al lóbulo frontal, nos interesa la zona más frontal del lóbulo que se conoce con el nombre de la corteza prefrontal, y dentro de esta pequeña zona la estructura responsable en gran medida de la toma de decisiones es la corteza prefrontal ventromedial (Bechara, Damasio y Damasio, 2000) (Figura 2).

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Con respecto al lóbulo temporal, si profundizamos un poco más y nos metemos en estructuras más profundas del cerebro, nos encontramos con el sistema límbico (Figura 3) donde la estructura más importante encargada de nuestro proceso emocional es la amígdala. Por ser una estructura tan primi-

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tiva e instintiva es uno de los elementos importantes a tener en cuenta en la primera impresión emocional y, por lo tanto, en una posible acción mental o conductual posterior del analista.

Estas dos estructuras, la corteza prefrontal ventromedial y la amígdala, y la comunicación entre ellas, son la base neurológica sobre la que se produce una toma de decisión.

3. La emoción

La evidencia acerca de la regulación biológica demuestra que en las estructuras cerebrales que son evolutivamente antiguas tienen lugar selecciones de respuesta de las que los organismos no son conscientes y que, por lo tanto, no son deliberadas. El analista debe ser consciente de esta implicación ya que no establecer criterios de revisión de su análisis puede hacerle cometer errores o sesgos interpretativos que a lo largo del ciclo de inteligencia pueden ser graves. Organismos cuyo cerebro solo contiene estas estructuras arcaicas y carecen de las que son evolutivamente modernas (los reptiles, por ejemplo), operan sin dificultad tales opciones de respuesta. Pero también se acepta que cuando los organismos sociales se enfrentan a situaciones complejas y se les pide que decidan a pesar de la incertidumbre, han de emplear sistemas en la neocorteza, el sector del cerebro que es moderno desde el punto de vista evolutivo (Damasio, 1994).

El aparato de la racionalidad, que tradicionalmente se presumía que era neocortical, no parece funcionar sin el de la regulación biológica, que tradicionalmente se presumía subcortical. La naturaleza parece haber construido el aparato de la racionalidad no solo encima del aparato de la regulación biológica, sino también a partir de éste y con éste. Los mecanismos para el comportamiento más allá de los impulsos y los instintos usa, así lo creemos, tanto el piso de arriba como la planta baja: la neocorteza participa junto con el núcleo cerebral más antiguo, y la racionalidad resulta de...

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