La índole tecnológica del ser humano

AutorJosé Luis del Barco Collazos
CargoFacultad de Filosofía y Letras Departamento de Filosofía Campus de Teatinos Universidad de Málaga 29071 Málaga jldelbarco@uma.es
Páginas11-20

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El hombre no habita ni ha habitado nunca un mundo natural. Desde el lejano día que puso los pies sobre la tierra, empezó a transformarla. Frotando dos palos hizo fuego en invierno, con la rama de un árbol se construyó una lanza, abrió una besana con la reja del arado. Fueron intervenciones sin graves consecuencias sobre la naturaleza, aunque en algo la alteraron. Sobre su superficie, sin cambios e igual durante siglos, quedó impresa la huella de unas manos inquietas. Por obra de su industria, surgieron cosas nuevas, lanzas y besanas, que se añadieron a las que existían. Con el sol, la luna, los montes y los ríos convivieron vasijas, hachas y tumbas. A lo natural se unió para siempre lo artificial. Así ha sido desde entonces. El hombre ha seguido sin interrupción, movido por un temple que lo mueve a hacer, produciendo mil obras que sin él no existirían. De la rueda a la aeronave no ha parado ni un minuto de crear herramientas, artefactos y utensilios. Se ha construido un mundo propio sin parangón con el hábitat de las demás especies. No natural, sino instrumental, es el universo humano. El bon sauvage de Rousseau es una ficción al servicio de otra ficción: la vida del ser humano antes de la existencia de la sociedad. Nunca ha existido un salvaje, ni bueno ni malo. El hombre ha sido y es un ser cultural. Siempre, siquiera mínimamente, tecnificado. No puede ser de otro modo porque es por esencia dinámico y laborioso. Su biología es tecnológica y lo capacita para hacer instrumentos con instrumentos. Eso es la técnica y no tiene fin. Asi lo muestra la historia, ese relato de una carrera sin término hacia lo desconocido o la crónica de asombros que va del tamtam al móvil, del caballo al avión, del boca a oreja a internet. Sólo tiempo ha hecho falta para el apogeo del aparato al que asistimos hoy día. Y es cuestión sólo de tiempo ver cómo son desbancados los que ahora nos deslumbran por otros más portentosos. Pero pocos o muchos, prodigiosos o triviales, jamás han estado ausentes del universo humano.

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Un dinamismo así, que transforma lo que toca, produce sin parar cosa tras cosa y parece decidido a acabar con lo imposible, provoca reacciones antagónicas. Una es reverencial. La técnica se idolatra. La espectacularidad de sus logros, rayanos en lo increíble, es deslumbrante. Fascina tanto que ofusca. Con frecuencia nos pone en un estado de pasmo en el que nos sentimos inclinados a decir la palabra «omnipotencia». No hay problema que se resista al poder de la tecnología. Extravagantes visiones tenidas por imposibles durante Page 13 mucho tiempo se han hecho realidad. Los viajes intergalácticos o el descenso a los fondos abisales del océano, reservados hasta ayer a la ficción literaria, son hoy algo rutinario. La tecnología recorta el radio de la ficción y aumenta el de lo posible. Casi todo nos lo pone al alcance de la mano. Hasta el límite insalvable de la sabia sentencia, «todo tiene remedio menos la muerte», parece estar a punto de caer. Con la ayuda de la técnica llamada clonación los realistas prometen la inmortalidad. Ella, la inmortalidad, o la eterna juventud, o la piel tersa y fresca, o la fuerza sin mengua pese al paso de los años auguran para el futuro las técnicas biomédicas. «El rasgo esencial de la última fase de la biomedicina, dice Ulrich Eibach, es disponer al hombre en el mundo de tal forma que pueda ser objeto de investigación y planificación: un diseño tecnológico más. [...] El fin oculto de la ciencia, orientada por un pensamiento utópico, parece ser la creación artificial de seres vivos y la victoria sobre la muerte»1. No hace falta recurrir a esas exageraciones, hasta hace bien poco inimaginables, para quedar seducidos por la tecnología. Basta acudir a ejemplos cotidianos. Enviar un mensaje a cualquier rincón del mundo a través de las ondas, ver en tiempo real lo que ocurre en las antípodas, suprimir el dolor con un analgésico, iluminar la noche u obtener información de satélites que flotan en el espacio forma parte de la vida diaria. Esas cosas son coser y cantar. En el día a día ocurren milagros tecnológicos delante de nuestro ojos. Ante tanto prodigio nos quedamos de una pieza. La idea embaucadora de que no existe un problema que no resuelva la técnica se adueña de nuestras mentes. Llegamos a creer que es un poder sobrehumano y despierta reverencia.

Junto a la reverente, la técnica provoca una reacción miedosa. Antes o después su poder desmedido se nos irá de las manos. Ciertos síntomas indican que ya hemos empezado a perder el control. El automóvil se ha hecho dueño de las ciudades. No podemos impedir que las invadan y nos vemos obligados a cambiar nuestros hábitos y a respirar aire impuro. Internet pone el mundo a nuestra disposición. Eso es fantástico pero peligroso a ciertas edades. El mundo en manos de un niño, el acceso de sus ojos ingenuos al carnaval de la comedia humana, donde conviven bondad y protervia, plantea un desafío a la educación. Ésta es una actividad de cuya dirección hemos sido enajenados. Los cauces habituales por los que discurría, la familia y la escuela, se baten en retirada ante los informales. Los juegos con otros, a cualquier edad, van siendo desbancados por las videoconsolas y otros «juegos onanistas», que cada uno juega a solas consigo. Las riendas de lo lúdico le han sido arrebatadas a la imaginación y entregadas a la técnica. «¡Oh tiempos aquéllos, se lamenta Alejo Carpentier, en que los niños, ignorantes de radio y televisión, gastaban su excedente de energías en juegos de creación: periódicos caseros, teatro, representaciones, Page 14 música»2. Hasta la procreación pasará a manos suyas. Se habla de hombres a la carta, Nocizk usa la expresión «supermercado genético», hay quien piensa fabricar el hombre-mono y Un mundo feliz, Fausto y otras obras de ficción presentan la vida como una manufactura hecha en el laboratorio. También en el terreno intocable de la vida la técnica se ha engreído hasta el punto de robarnos el ámbito improfanable. Estas y otras proezas, del tamaño de titanes, despiertan la conciencia de que la técnica...

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