La imagen de la abogacía

AutorFaustino Gutiérrez-Alviz y Conradi
Páginas23-33

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La primera imagen o percepción social de la abogacía, o mejor de los abogados, a lo largo de la historia, ha sido la de su sobreabundancia, exceso o demasía.

En efecto, en los comienzos del siglo pasado, el prof. Quintiliano SALDAÑA, nos ofrecía este escueto pero expresivo apunte histórico:1«REDUCCIÓN del número de abogados: así pedía ya PÉREZ VILLAMIL (1754-1824) para España, a fi nes del XVIII, la reducción de los abogados, que Carlos IV decreta por R.O. de 30 de septiembre de 1794: «hasta que quede fi xo en el de doscientos» para Madrid. Y «a ejemplo de lo executado en la Corte el Consejo restringa el número de abogados en las Chancillerías, Audiencias y capitales del Reyno... como podrá hacerse el exámen más riguroso» (R.O. 30 de septiembre 1798). Poco después, cuando amanecía el siglo XIX, Fernando VII declara -y denuncia- en una circular «El Rey no ha podido menos de reparar que la multitud de abogados en sus dominios es uno de los mayores males. La pobreza inseparable de una profesión que no puede socorrer a todos, inventa las discordias entre familias en vez de conciliar sus derechos; se sujetan cuando no a vilezas, a acciones indecorosas que los degradan de la estimación pública y, por último, se hace venal el dictamen, la

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defensa de la Justicia, y en vez de imparcialidad y rectitud de corazón sólo se encuentran medios y ardides que eternizan los pleitos, aniquilan o empobrecen las casas».

Y, también a principios del siglo XX, aunque para la cultura y tradición italiana tan cercana a la nuestra, lo enseñó magistralmente Piero CALAMANDREI, en su tan conocido Demasiados abogados. Y en su riguroso examen, le lleva a hacer la siguiente y sorprendente afirmación: «Muchos abogados, pero poca justicia...en el sentido de que falta en muchos abogados conciencia de la gran importancia moral y social de su profesión, de la nobleza ideal de esa gran lucha por la realización práctica de la justicia que debiera ser la abogacía...». Y señala como entre las causas del número excesivo de abogados, la fundamental hay que buscarla en la organización de los estudios»...; «Realmente da la impresión de que la mayor parte de los que eligen la carrera de abogados están seducidos más que por la esperanza de conseguir una vez llegados, cuantiosas ganancias profesionales, por la insignificancia del dinero y esfuerzo que se requiere en esta carrera para llegar, bien o mal a la profesión, y que más bien que una vocación por las nobles labores de la abogacía existe en nuestros jóvenes una sobresaliente vocación por los nobilísimos ocios teorico-prácticos de los estudios de Jurisprudencia».2EL mejor elogio que podemos hacer de esta obra es que todavía se puede leer con provecho, también para nosotros, el acertado diagnóstico

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e incluso aplaudir como válidas las siete conclusiones con las que finaliza su estudio.

Tradicionalmente, se ha asociado también la imagen de la abogacía con el fenómeno de la litigiosidad, aunque ésta, en puridad, tenga muchas otras causas que nos apartaría de nuestro discurso, con perfiles tales como la llamada cultura de la reclamación, la personalidad del propio cliente, la judicialización de la actividad social y el lastre económico que produce por su ineficiencia.3ÚLTIMAMENTE, ha surgido otra muy novedosa que se ha venido en llamar la «industria del pleito» y que se describe así por DEL ROSAL: «es una práctica empresarial de la abogacía que consiste en la inversión, compra o promoción de pleito como si de un mercado de futuro se tratara y se fragua bien incitando al justiciable a litigar, bien ofreciéndole la financiación necesaria cuando carece de medios».4Y centrándonos, ahora en la cultura legal española para analizar en concreto las actitudes con respecto a la abogacía, debemos situarnos ineludiblemente ante un marco más general en el que aquella se articula y ejercita, esto es, el de la Justicia ante la opinión pública. Y, entonces, serán los estudios sociológicos los que faciliten la clara radiografía de nuestro objetivo.

El prof. José Juan TOHARIA en un estudio pionero publicado en 1987 dedica un amplio capítulo a los profesionales del derecho y la litiga-

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ción, donde nos muestra en concreto una visión del papel del abogado, al formular preguntas tales como el grado de acuerdo con la frase «vale más un mal pacto que un buen pleito» (entre jueces, abogados y estudiantes de derecho o entre abogados según los años de ejercicio profesional); «o el papel del abogado debe consistir en propiciar un arreglo que haga innecesario el recurso a los tribunales» (entre estudiantes de derecho, jueces y abogados); o ante la disyuntiva: «el abogado debe estar ante todo al servicio de los intereses de su cliente» o «el abogado debe tener presente ante todo la causa de la justicia».

La respuesta a estos interrogantes: «el 65 % de los estudiantes de derecho, el 66 % de los jueces y el 58 % de los propios abogados piensan que en efecto, en su actuación profesional el abogado debe tener presente, ante todo, la causa de la Justicia, más que los intereses de su cliente. Es decir, nuestros juristas, conciben al abogado más como un coadyuvante de la justicia (es decir, del interés general), que como un valedor entregado totalmente a la causa de quien a él acude (es decir, del interés particular)».5AÑOS después, en 2001, en otro importante estudio sobre La imagen de la justicia en la sociedad española, propiciado por el Consejo General del Poder Judicial y efectuado por el prof. TOHARIA, encontramos otros datos de interés para ver la evolución experimentada del número de abogados existente, «dato revelador en cuanto al grado potencial de contacto e integración de los ciudadanos con y el sistema legal». Y, en este sentido, se afirma: «de un total de casi 28.000 abogados ejercientes en toda España en 1980 se pasa en 1998 a una cifra cercana a 96.000. Es decir, en apenas dos decenios se ha alcanzado una cifra tres veces superior y que en todo caso

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resulta ser el doble en números...

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