La historia del Derecho ante el siglo XXI

AutorJavier Alvarado
Páginas621-687

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I Introducción

La crisis historiográfica ha propiciado no sólo la necesidad de elaborar nuevos modelos o referentes teóricos, sino también, por qué no reconocerlo, la actitud pasiva de muchos historiadores que se encuentran a la espera de la aparición de un nuevo mesías de la Historia como recurso para justificar la pereza, cuando no la incapacidad para crear o al menos reflexionar sobre la propia disciplina histórica. Como en toda época de crisis o ausencia de paradigmas fuertes, proliferan multitud de concepciones, interpretaciones ante las cuales los historiadores, tanto los prudentes, los despreocupados, como los más inquietos o comprometidos ideológicamente, etc., pueden optar entre la no adscripción, la expectación o alguna manera de militancia fugaz en las concepciones de moda1.

En efecto, las últimas décadas del siglo XX se han caracterizado por el declive de los grandes modelos teóricos (marxismo, Historia Total, neopositi-vismo, narrativismo, etc.) y el retorno de la historiografía positivista como reacción a los excesos del llamado postmodernismo, negador de toda objetividad en la Historia y a una cierta forma de hacer historia sin documentos más propia de la literatura o del periodismo.Page 622

Es innegable el papel del materialismo histórico en la reivindicación de la Historia como instrumento pedagógico del cambio social y del oficio de historiador como ciudadano comprometido; pero, como se ha demostrado, tales postulados han derivado en excesos y manipulaciones al servicio de una ortodoxia de Estado.

Igualmente, se ha señalado cómo el narradvismo de moda a finales del pasado siglo ha supuesto el auge de la novela histórica y la revalorización de la Historia como mercancía2. En todo caso, es preocupante que la relación de los ciudadanos de la aldea global con la Historia se base en la ficción, en la invención de hechos pasados o en la manipulación ideológica.

Es curioso, dicho sea de paso, que las épocas de crisis se caractericen por una búsqueda de modelos o valores tradicionales, un retorno al clasicismo. En este sentido, la vuelta a Ranke no parece sino una forma de paliar un narrati-vismo radical que imponía una descientificación de la Historia. Pero también conviene advertir que los movimientos historiográficos de comienzos de este siglo XXI vienen en buena medida influidos o condicionados por la fuerza imparable del modo de vida y de la cultura occidental (¿americana?).

La liberalización de los mercados, la revolución de las comunicaciones y la aceleración de los intercambios ha tenido como consecuencia la globalización económica, informativa y cultural. En lo político, los procesos de integración supranacional han desbordado los postulados tradicionales del Estado-Nación. En el terreno de las ciencias sociales, ello ha servido para generar más rápidamente nuevos consensos respecto a los que surgen en el sistema académico convencional basado en actividades presenciales. Es evidente que, queramos o no, estamos inmersos en un imparable proceso de globalización.

Entre los historiadores hay cierta expectación y esperanza nacida del deseo de que la globalización que nos invade vaya acompañada de una mundializa-ción de la economía, esto es, favorecedora de las economías tercermundistas, y que no sirva solo a la mundialización del capital. Pero también se teme que la globalización económica se traduzca en una recolonización mundial del imaginario colectivo3, en una globalización ideológica o «pensamiento único». De hecho, la Galaxia Marconi que ha sucedido a la Galaxia Gutemberg (utilizando expresiones de MacLuhan) ha venido apoyada por teorías más o menos suge-rentes como el «capitalismo de rostro humano», el «Estado del bienestar social», la llamada «tercera via» de los neoliberales, el «fin de la Historia», y por sus correspondientes «profetas» (Bernard Henri Levy, F. Fukuyama, etc.). Los próximo años despejarán estas y otras incógnitas.Page 623

¿En que consiste la Historia Global como paradigma? Los recientes congresos internacionales sobre historiografía siguen debatiendo sobre la necesidad y caracteres de nuevos modelos teóricos para el siglo XXI. Existe cierto consenso en que dicho paradigma no puede ser el de una Historia mundial ni una Historia Total. Junto a la especialización del objeto de conocimiento de las historias nacionales o locales, o las escalas macro o micro, se apuntan dos características de esa Historia Global. Primeramente, se pretende que sea una historia interdisciplinar que potencie la comunicación de esos archipiélagos en que se han convertido las historias especializadas. Si la Historia es irreductible, también lo son cada una de las denominadas «especialidades» de la Historia, incomunicación que sólo puede ser superada tendiendo «puentes» de unos islotes a otros4.

En suma, partiendo de la intocabilidad y autonomía de cada una de las ciencias históricas, la interdisciplinariedad consistiría en favorecer una comunicación fluida entre las diversas ciencias históricas, abandonando tanto la aspiración durkheniana a la unidad metodológica de las ciencias sociales, como la «técnica de pillaje» o saqueo practicado por la Escuela de los Ármales consistente en invadir el territorio vecino sin más método o sistemática que la voluntad de suprimir muros disciplinares en aras de una braudeliana federación de ciencias sociales.

Seguramente, uno de los mejores antídotos contra las modas culturales consiste en el «retorno a los conceptos medulares», a las reglas del juego, en suma, a definir con claridad el territorio de una disciplina para, seguidamente, mostrar los medios de comunicación o relación con las disciplinas afines. Ello implica, en mi opinión, reflexionar necesariamente acerca del concepto, objeto y método de las ciencias sociales en general, y de las ciencias históricas y jurídicas en particular.

En este sentido, se ha señalado cómo en España las reflexiones sobre el estatuto de nuestra disciplina precisamente han solido ir al compás de los trámites y requisitos que el legislador marca para concursar a la función pública docente universitaria5. Incluso, un tanto indelicadamente, se ha comparado al opositor con una rata en el laberinto y a los colegas con otras ratas que creen equivocadamente estar fuera del laberinto6.

Muchas son las cuestiones de partida que cabría abordar a la hora de reflexionar sobre la Historia del Derecho. Por ejemplo, ¿es ciencia, arte, género lite-Page 624rario? Esto nos lleva forzosamente a discurrir sobre el concepto actual de ciencia y más concretamente sobre la caracterización de las llamadas ciencias sociales con todo ese devaluado problema, verdadero espejismo creado por un complejo de inferioridad no superado, sobre la aplicación del aparentemente superior método de las ciencias naturales a las sociales.

Pero lo cierto es que por muy agonizante que se encuentre el debate sobre el método, su consideración es un trámite o requisito inexcusable en toda elaboración que se repute científica7. Cada ciencia ha buscado su legitimación y especificidad (es como un imperativo territorial) marcando su objeto y su método en una operación puramente convencional no ajena de prejuicios e intereses extraacadémicos8. Un autor tan innovador como Hespanha enuncia como primera estrategia del historiador del derecho la de «formar una conciencia metodológica» que evite concebir la realidad histórica como algo preexistente que está a la espera del investigador de turno9. Por tal motivo, más que hablar de la verdad en la Historia es preferible referirse a la validación, es decir, a lo demostrable10. Utilizando un famoso símil, los denominados hechos u objetos históricos no se ofrecen al consumidor como los peces en una pescadería. Los objetos históricos no son objetos naturales sino objetivaciones; «en este mundo, no se juega al ajedrez con figuras eternas, el rey, el alfil; las...

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