La 'hipótesis valorativa' puesta a prueba

AutorPablo Raúl Bonorino

“Las diferentes teorías -escuelas o tradicionesde interpretación están en desacuerdo, según esta hipótesis, porque presuponen significativamente diferentes teorías normativas respecto de lo que es y para qué es la literatura, y respecto de lo que hace que una obra literaria sea mejor que otra.” (LAI: 183).

En los capítulos precedentes he dejado al descubierto algunas imprecisiones que deben ser tenidas en cuenta antes de someter a prueba la teoría de la interpretación que propone Dworkin. Ellas son principalmente la diferencia entre “interpretación-obra”, “interpretación-discurso” e “interpretación-teoría”, y la consideración de los argumentos interpretativos como las unidades significativas para reconstruir los distintos tipos de creencias que pueden explicar el surgimiento de un desacuerdo en relación con la verdad de una proposición interpretativa. En este capítulo someteré a la hipótesis estética a la prueba del ajuste teniendo en cuenta esas reflexiones precedentes. Propondré una formulación más general, a la que llamaré “la hipótesis valorativa”, para dar cuenta del interés de Dworkin de trasladar su poder explicativo a otros dominios de creencias. Sostendré que la “hipótesis valorativa” tiene problemas para superar la prueba del ajuste en el dominio del arte, precisamente aquel en el que el autor considera que posee las mejores razones para adoptarla, y en el dominio del derecho, aquel en el que pretende sacar provecho de sus consecuencias.

5.1. LA “HIPÓTESIS VALORATIVA”

Para poder determinar el grado de plausibilidad que cabe asignarle a la posición de Dworkin, hemos tomado como punto de referencia sus reflexiones en torno a la denominada “hipótesis estética”. Esta contiene el núcleo de su teoría de la interpretación artística y, en consecuencia, de la teoría general de la interpretación que aspira a fundar en ella. Esta aspiración se puede formular en términos de lo que he denominado la “hipótesis valorativa”, que afirma, en pocas palabras, que toda interpretación depende de las creencias valorativas del intérprete. Esta hipótesis debe ser considerada una proposición interpretativa, esto es una afirmación interna a las propias prácticas interpretativas (ver supra).

¿Pero cuál es la práctica a la que se refiere Dworkin? La práctica en la que está interesado es aquella que consiste en defender y atacar la verdad de ciertas proposiciones interpretativas mediante la construcción de argumentos interpretativos. Los desacuerdos en torno a las proposiciones interpretativas surgen en relación con las creencias necesarias para darles sentido. Los contenidos proposicionales de esas creencias, pueden ser reconstruidos a partir de las premisas explícitas que se ofrecen en defensa de las proposiciones sobre cuya verdad se discute. Por eso, para ser coherentes con los objetivos de la propuesta de Dworkin, es necesario prestar atención a los argumentos interpretativos producidos en el marco de disputas respecto a la forma de evaluar la corrección de una interpretación. Estas disputas pueden surgir en relación con la identificación del objeto a interpretar o de sus rasgos relevantes, o en relación con la forma de valorarlo. En todos ellos debemos determinar si la hipótesis valorativa se ajusta adecuadamente a los hechos relevantes de las prácticas que pretende interpretar. Es en relación con los distintos argumentos que se han producido para apoyar o criticar proposiciones en el marco de disputas ocurridas realmente en nuestras prácticas artísticas o jurídicas, en el que la hipótesis valorativa (y con ella la interpretación constructiva en general) debería ser puesta a prueba.

Dworkin considera que la hipótesis valorativa expresa el concepto de interpretación. Esto muestra que, en realidad, las diferentes teorías de la interpretación que se han defendido hasta el momento (a pesar de que se suelen presentar a sí mismas como análisis conceptuales de la idea misma de interpretación), constituyen diferentes concepciones que compiten para ofrecer la mejor respuesta al interrogante básico que surge de dicho concepto: qué es lo que hace valioso al objeto de la interpretación (LAI: 186). En consecuencia, la mejor forma de entender la “hipótesis valorativa” es como si fuera ella misma una proposición interpretativa.

Si estamos ante una proposición interpretativa de carácter general, entonces lo que debemos hacer es someterla a las pruebas del ajuste y del valor. Esta última no se puede llevar a cabo a menos que comparemos la “hipótesis valorativa” con alguna hipótesis rival, capaz de dar cuenta de las prácticas interpretativas, y ante la que pueda plantearse la pregunta ¿cuál de las dos presenta a la interpretación en su mejor perspectiva?

Pero antes de hacerlo deberíamos estar seguros de que la hipótesis valorativa puede superar adecuadamente la prueba del ajuste. Esto requiere conectarla con ciertos aspectos de las prácticas interpretativas que podrían ser considerados “empíricos”, con el alcance difuso que se le puede dar a esta expresión en la propuesta de Dworkin (ver capítulo 5). Dworkin abusa del recurso de apelar a ejemplos imaginarios para dar plausibilidad a sus tesis, lo que suele dificultar la tarea crítica (ver en el mismo sentido Fish 1987). Si la hipótesis valorativa debe ser entendida como una proposición interpretativa, la misma debe ser puesta a prueba con casos paradigmáticos, identificables en las prácticas interpretativas existentes que pretende interpretar. De otra manera, las frecuentes apelaciones de Dworkin a “las prácticas tal como las conocemos” en apoyo de sus posiciones, deberían ser entendidas como meros recursos retóricos (Cf. Dworkin 1983). Por ello intentaré apoyar el análisis de sus afirmaciones a partir de dos ejemplos reales de disputas interpretativas en torno a la verdad de ciertas “interpretaciones-discurso”. Como aclaré en el inicio de este capítulo, llevar a cabo una crítica de esta naturaleza con rigor y profundidad excedería los límites de este trabajo. En consecuencia, las conclusiones que se pueden extraer de los ejemplos de los que me valdré no son generalizables sin más. Sólo ofrecen algunos indicios que podrían servir de guía para desarrollar, en el futuro, una crítica más detallada a los fundamentos de la teoría de Dworkin.

5.2. “DISPUTAS” Y “DESACUERDOS” INTERPRETATIVOS

La hipótesis valorativa afirma que los desacuerdos interpretativos se pueden explicar por las distintas creencias valorativas generales de quienes participan en ellos. En este capítulo, me he preocupado por precisar el alcance de algunas de las expresiones con las que Dworkin ha formulado dicha hipótesis, empezando por la idea misma de interpretar. Esto nos permitió comprender mejor su alcance y naturaleza. Sin embargo, existe otra idea central a la que prácticamente no he hecho referencia todavía. Hasta el momento he utilizado las expresiones “disputa interpretativa” o “desacuerdo interpretativo” de manera indistinta (siguiendo la forma en la que Dworkin las emplea). Sin embargo, creo conveniente hacer algunas distinciones conceptuales antes de proseguir con el análisis.

La noción “desacuerdo” alude de forma genérica a la defensa de dos proposiciones contradictorias sobre una misma cuestión interpretativa. Dos sujetos están en desacuerdo sobre una cuestión X si se comprometen respectivamente con la defensa de la verdad de las proposiciones p y no-p en relación con dicha cuestión. Esto implica que la verdad de una de las posiciones en pugna implica necesariamente la falsedad de la restante. Pero no requiere aceptar que siempre existan razones que permitan determinar la verdad de una de las dos proposiciones involucradas en el desacuerdo. Es perfectamente posible afirmar que en un desacuerdo determinado, y teniendo en cuenta los argumentos formulados en el mismo, no existen buenas razones para afirmar la verdad ni de p ni de nop. Esta afirmación no requiere la negación del principio lógico de bivalencia, que establece que toda proposición es o bien verdadera o bien falsa, pues no constituye una afirmación respecto de la verdad de p (o de no-p) sino del grado de justificación requerido para aceptar la verdad de p28.

En los desacuerdos a los que se refiere la hipótesis valorativa p debería ser entendida como una proposición interpretativa en la que se defendiera el sentido de un objeto de interpretación entendido como un todo. Para que un desacuerdo fuera considerado genuino se necesitaría, además, que los sujetos identifiquen la cuestión X (en nuestro caso el objeto a interpretar) de la misma manera y que utilicen las expresiones lingüísticas con las que expresan sus proposiciones interpretativas con el mismo significado. Las diferencias, que llevan a que uno de los sujetos se comprometa con la defensa de p y el otro con la de no-p, se dan en el nivel de las creencias que ambos poseen sobre el valor del género en el que encuadren al objeto en cuestión, y sobre el valor que en dicho marco cabe asignarle a los objetos específicos sobre cuyo sentido discrepan. Estas creencias, por lo general tácitas e inarticuladas, reflejan distintas concepciones o teorías normativas sobre el género (por ejemplo el arte o el derecho). Los contenidos de esas creencias se pueden reconstruir (en parte) a partir de los argumentos con los que los sujetos en desacuerdo defienden la verdad de p o no-p. Un desacuerdo interpretativo, en última instancia, siempre podría ser resuelto determinando cuál, de las dos concepciones o teorías normativas presupuestas por sus protagonistas, constituye la mejor interpretación de las prácticas interpretativas en el que dicho desacuerdo se produce. Esta es, en pocas palabras, la forma de entender el pensamiento de Dworkin sobre la cuestión que he defendido en este trabajo.

“Disputa” puede ser entendida con un alcance similar a “desacuerdo”, tal como de hecho la he utilizado hasta el momento. Sin embargo, creo que conviene reservarla para hacer alusión a un tipo especial de desacuerdos. Me...

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