¿Cómo lo haría Lubitsch?

AutorÁngel Arias Domínguez
Páginas27-30

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El jueves 6 de septiembre de 2012 a la edad de setenta años fallecía en Cáceres, su ciudad de acogida y de trabajo, Feliciano González Pérez, Profesor Titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Abogado, y amigo de sus (muchos) amigos.

Le conocí, como muchos jóvenes de nuestra generación (de nuestras generaciones, podríamos decir) que estudiábamos Derecho, hace más de vein-te años, en la antigua Facultad situada del Palacio de la Generala, en el centro histórico del Cáceres Monumental. Cuarto curso se antojaba duro en aquel entonces, con más asignaturas que los cursos pasados, algunas sumamente largas, y otras enteramente nuevas, entre estas últimas el Derecho del Trabajo impartido por él.

Como profesor era serio, pero agradable; exigente, pero accesible; poco dado a perder el tiempo, pero si tenía que dedicarte unas horas te la dedicaba con profesionalidad; no especialmente «duro», pero sin convertir la asignatura en una «maría». Si estudiabas, aprobabas; así de simple. Si sabías más de lo normal, obtenías buena nota. Si estudiabas mucho y sabías más de lo normal, te ponía un sobresaliente. Nada extraordinario, todo previsto con ante-rioridad, reglas claras. Ideal para el alumno.

Le recuerdo entrando puntual, puntualísimo, perfectamente vestido en aquella aula enorme de la segunda planta, en la que fácilmente cabían sentados doscientos alumnos, subirse en la tarima, sentarse en la silla, desplegar sus notas de clase sobre la mesa y con exquisita precisión continuar las explicaciones por el preciso lugar que dejó el día (o la semana) anterior. Rememoro aquellos días de manera caleidoscópica, pero consigo acordarme con precisión meridiana de un recurso pedagógico que él empleaba, y que yo hice mío

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desde que comencé mi carrera académica, y que nunca le dije que a él se lo debía... Cuando la muchachada comenzaba a alborotar el gallinero, D. Feliciano no se imponía con la voz, ni carraspeaba, ni movía las manos, o se levantaba violentamente, ni decía: «oiga, por favor cállense los del fondo aquel, sí, los de la izquierda». No. Nada de eso, ese tipo de actitudes traumáticas y poco edificantes no iban con su carácter. No cuadraban con su personalidad, mucho más dulce y suave de lo que parecía. Es más, estoy convencido de que le parecían una ordinariez, una bobería, una simpleza, y una pérdida de tiempo, pues ninguna eficacia tienen comportamientos docentes tan poco elegantes.

Simplemente bajaba el tono de voz...

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