Hacia un nuevo paradigma: la idea de paz neutra

AutorFrancisco Jiménez Bautista
Páginas23-68

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En este capítulo intentamos ver cómo cualquier investigación supone el intercambio y la confrontación de experiencias en torno a conflictos particulares por parte de las comunidades científicas. Por ello, queremos trabajar en el plano de lo paradigmático y nos encontramos con la necesidad de combinar un interés crítico que oriente la producción de conocimiento como una herramienta de emancipación propia del ser humano. En este marco conceptual definimos de forma sucinta la paz neutra como la eliminación de la violencia cultural y/o simbólica.

Igualmente, en este capítulo pretendemos defender una idea de saber pacífico que se ha convertido en uno de los desafíos epistemológicos, cognoscitivos y axiológicos actuales más acuciantes dada la creciente envergadura de los problemas sociales (económicos, políticos y culturales), ambientales y tecnológicos, que pretende dar respuesta a la pregunta: ¿Qué es lo pacífico? La respuesta que defendemos es la «transformación de conflictos para la búsqueda de la paz», por tanto, ¿Podemos admitir la conveniencia de construir este tipo de conocimiento como un conjunto de relaciones y nociones de diversa entidad disciplinar, como, por ejemplo, una Ciencia de la paz? (Jiménez, 2009a).

Vamos a ir paso a paso para no caer en discursos vacíos ni intentar resolver conflictos o problemas que no existen. En este capítulo pretendemos reflexionar acerca de la posibilidad de generar un modo de concebir el conocimiento (epistemología) que se haga cargo del compromiso de construir un nuevo paradigma pacífico, donde la paz sea su centro.

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1.1. Introducción

El punto de partida esencial de la Investigación para la paz, y en general de todo quehacer científico, son los fundamentos epistemológicos por medio de los cuales se aprehende la realidad social (Galtung, 1993a; 1996 y 2003a; Martínez, 2001; Jiménez, 2004b y 2009b). De igual forma, el contenido epistemológico se sustenta a sí mismo en determinadas características cognitivas, las cuales se configuran a partir de la educación, la cultura, los valores y las experiencias individuales de cada ser humano.

Los diferentes paradigmas epistemológicos que se han desarrollado en la historia de lo que hoy denominamos como ciencias sociales y humanas han oscilado, en primer lugar, entre un paradigma empírico-analítico, que busca principalmente objetivar la realidad social (Mardones, 1992) que abraza el interés cognitivoteórico; en segundo lugar, las ciencias hermenéutico-históricas, las cuales quedan emparejadas con el interés práctico; y, en tercer lugar, las ciencias críticamente orientadas que incorporan un interés cognitivo emancipatorio (Giddens et alii., 1988: 24).

Un nuevo modelo antropológico de construcción en investigación para la paz necesita un criterio fiable. Por eso, Habermas analiza el conocimiento estableciendo una relación entre el interés y la ciencia. En este sentido, el autor afirma que el quehacer científico además de tener un elemento cognoscitivo también está guiado por un determinado interés, ya sea intrateórico, es decir, que se deriva del conocimiento mismo; o extrateórico, que surge de las experiencias y preferencias del investigador o de su comunidad académica. Basándose en lo anterior, Habermas identifica tres formas de interés en las ciencias sociales: «el interés por el control técnico, el interés por el entendimiento intersubjetivo necesario para la práctica de la vida en común y el interés por la emancipación respecto de coerciones inconscientes, coerciones no transmitidas por la reflexión, fijan los puntos de vista específicos, sólo desde los cuales no es posible aprehender lo que llamamos realidad» (Habermas, 1982 y 1988).

Si queremos construir un paradigma tenemos que avanzar y superar el estigma académico de la especulación para explicar las concepciones, por ejemplo, dulzura, ternura y emociones. Como señala Montañés «La cuestión a dilucidar es si el conocimiento producido además de atender a las necesidades de la comunidad científica también atiende la de los habitantes de la ciudad de los

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que se dice dar cuenta de su realidad sociocultural» (Montañés, 2007).

Una disciplina no necesita de un marco epistemológico donde reafirmar como tal, sino de una correcta elaboración teórica que, una vez puesta en práctica, pueda ser útil y servir al fin que se ha propuesto: «transformar conflictos para buscar la paz». Partimos de la tesis anterior y desde ahí, es donde adquiere su legitimación como disciplina científica. Los Estudios para la paz, no deben aspirar a buscar verdades absolutas, sino que deben aspirar a generar valores, orientaciones axiológicas que resulten efectivas para la transformación (resolución y gestión) de conflictos y la búsqueda de la paz.

Para ello es absolutamente necesario que sus desarrollos teóricos no se presenten jamás como normas cerradas, con verdades inmutables, sino todo lo contrario, como orientaciones en perpetua variación y con constante capacidad de mutación si así lo requieren las circunstancias culturales y/o históricas de un determinado contexto social (económico, político y cultural) donde se pueda presentar un conflicto. En palabras de Feyera-bend: «Brecht estaba interesando en la verdad [...] constató que ciertas formas de constatar la verdad que uno defiende paralizan la mente, mientras que otras modifican su capacidad crítica. Una exposición sistemática que armoniza diferentes aspectos y haga uso de un lenguaje estandarizado pertenece a la primera categoría: una presentación dialéctica que insista en las diferencias y haga desfilar, uno junto al otro, lenguajes, técnicas o argots diferentes o inconmensurables pertenece a la segunda categoría» (Feyerabend, 1984: 189).

Para contestar a esta cuestión es necesario llevar a cabo primero una distinción analítica: en primer lugar, cuando hablamos de epistemología, tenemos que distinguir entre el componente propiamente cognitivo o científico (en el que enmarcaríamos tanto el plano del proceder considerado lícito en la construcción del conocimiento como los resultados que se obtienen y los conocimientos previos de que se parte) y, en segundo lugar, el aspecto paradigmático (aquellas apuestas previas a la ciencia misma pero que guían el proceder científico en su totalidad y le dan sentido: por ejemplo, tesis indemostrables sobre las que la ciencia funciona).

Una vez descompuesto el grueso epistemológico, podemos ver que, en la parte de lo que hemos llamado cognitivo o científico resulta impensable el componente pacifista. Por ejemplo, en una

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investigación de física nuclear, los átomos y el proceder por el cual llegan a partirse los núcleos para conseguir determinada energía no son pacíficos ni violentos. Son átomos, se parte, y punto.

Ahora bien, la ciencia (el conocimiento en general) no es sino la labor de unos sujetos en un contexto espacial e histórico. Estos sujetos apuestan por un paradigma cualquiera (a veces diríamos que «están cogidos» por un paradigma -en casos que uno se dedica a repetir, sin replantearse, verdades y modos de proceder que le han ido transmitiendo como parte de una tradición científica), y en éste sí entra en juego el componente pacífico.

Partimos, por ejemplo, de dos ideas de Johan Galtung, según las cuales «el silencio y la apatía social» son legitimadores de la violencia cultural (Jiménez, 2009b: 156). Partimos de la idea de que el científico ha de trabajar necesariamente con las miras puestas en la consecución de una sociedad más pacífica. No es aceptable el mantenimiento de una posición según la cual la producción de conocimiento es totalmente separable del uso que más tarde pueda hacerse de ese producto. No asumir dicha responsabilidad es un modo de concreción de esa apatía social denunciada por Galtung.

Hasta aquí, podemos concluir de que, por una parte, no hay epistemología pacífica en cuanto ésta se concibe como el proceder y el producir científico; por otra parte, considerando el sustrato paradigmático de todo proceder científico, no hay más que ciencia pacífica o su contrario (sea ese contrario una construcción de conocimiento con fines bélicos o con una pretendida indiferencia en lo referente a la cuestión de la paz). Así pues, no hay conocimiento pacífico en sí, pero sí la posibilidad (y la exigencia) de que todo conocimiento se elabore sobre un paradigma que tenga la paz como fin (al menos, como uno de sus fines).

Avanzando un poco más en la cuestión, es imprescindible recordar, como hemos señalado en otros textos (Jiménez, 2004b, 2009a y 2009b), que una epistemología pacífica requiere de una construcción de terminología específica (Jiménez, 2009b: 172) como único modo de hacernos conscientes de la cuestión pacífica y tener en cuenta que es a través del lenguaje cómo construimos significados, también dentro del ámbito de la ciencia y que, por tanto, es absolutamente necesario reivindicar el diálogo como instrumento que permita de-construir los modos conflictivos de los discursos y del conocimiento.

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1.2. Sistemas de pensamiento y conocimiento
1.2.1. Introducción sobre los distintos sistemas de pensamiento

El conocimiento, como ordenación de experiencias, podríamos definirlo como la situación en la que ya no nos cuestionamos más...

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