La GS es inmoral en cualquier caso

AutorGonzalo Fernandez Codina
Páginas23-55
CAPÍTULO 1
La GS es inmoral en
cualquier caso
1. La GS es inmoral porque es contraria
a la dignidad humana
1.1. La cosificación de las personas
De acuerdo con los críticos de la GS debemos oponernos a la misma
por ser esta contraria a la dignidad humana. Así, se sostiene habitualmente
que en la GS «se reduce a la mujer a la condición de mero objeto, cosicán-
dola y transformarla en una suerte de incubadora humana». Unos términos
que, de otra parte, son también muy habituales en debates conexos como
son el de la venta de órganos y la prostitución. En este sentido es habitual
citar a Dworkin (1983, 182) cuando arma que «motherhood is becoming a
new branch of female prostitution with the help of scientists who want access
to the womb for experimentation and power […] Women can sell reproductive
capacities the same way old-time prostitutes sold sexual ones but without the
stigma of whoring because there is no penile intrusion. It is the womb, not the
vagina that is being bought».
Con mucha frecuencia, las apelaciones abstractas y genéricas a la
dignidad humana acostumbran a esconder prejuicios y tabús, y no tanto
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GESTACIÓN SUBROGADA CRÍTICA A SUS CRÍTICAS. SOBRE PORQUÉ ES MORALMENTE LÍCITA Y LEGALIZABLE
GONZALO FERNANDEZ CODINA
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verdaderos razonamientos. Echemos la vista atrás y descubriremos que la
dignidad humana –y, en especial, la de la mujer– ha sido la excusa y el
vehículo para toda clase de sinsentidos. Aun así, lo cierto es que, a día de
hoy, la retórica de la cosicación funciona como un efectista y perezoso
atajo dialéctico para criticar bastantes prácticas sin tener que esforzarse
en argumentar. Sin embargo, el signicado preciso que deba dársele a esta
omnipresente crítica no es para nada claro. Al contrario, «cosicación» se
ha convertido en una palabra comodín con la que descalicar todo tipo de
prácticas sin saber exactamente por qué. Ahora bien, ¿qué signica exac-
tamente que determinada práctica cosica a una persona? Y en todo caso,
y más importante, ¿siempre es cosicar a alguien?
El origen moderno de esta omnipresente idea moral se encuentra
en la losofía kantiana, según la cual debemos tratar a todo el mundo, in-
cluidos nosotros mismos, como un n y nunca como un simple medio.
Puede que esta parezca una buena idea, pero como sucede con su ver-
sión moderna –¡no cosicarás!– su alcance exacto no está nada claro. Y es
que ¿acaso no usamos a las personas como medios para multitud de nes
egoístas –que nos reparen el coche, que nos sirvan una cerveza…– sin que
haya nada de malo en ello? La respuesta estándar por parte del kantiano
consiste en enfatizar el adjetivo «simple» presente en la fórmula anterior.
Así se contesta que podemos tratar como un medio a los demás siempre
y cuando no los tratemos como un «simple» medio. Ahora bien, ¿acaso
hemos aclarado algo? ¿En qué consiste exactamente tratar a alguien como
un «simple» medio?
Allí donde parece que Kant trata con más algo más de claridad esta
cuestión es en relación con la sexualidad. En sus Lecciones de ética, el
prusiano afirmaba que existen dos maneras principales de interesarse
o desear el cuerpo ajeno: por un lado, de la forma en que deseamos el
cuerpo del mecánico, y por otro, de la forma en la que deseamos el cuer-
po del amante. En el primer caso, nos interesaría su cuerpo en tanto
que este puede realizar una actividad que requiere de la racionalidad
humana –como sería la reparación de un vehículo. En cambio, en el se-
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gundo caso, el cuerpo del tercero nos interesaría en sí mismo. Es decir,
nos interesaría el cuerpo desvinculado del resto de la persona por lo que,
concluía Kant (1988, 203), el deseo sexual es intrínsecamente cosifica-
dor y degradante:
«Quien ama por inclinación sexual convierte al ser amado en un
objeto de su apetito. Tan pronto como posee a esa persona y sacia su
apetito se desentiende de ella, al igual que se tira un limón una vez
exprimido su jugo. […] En esta inclinación se da una humillación
del hombre […] Como la inclinación sexual no es una inclinación
que el hombre tenga hacia otro hombre en cuanto tal, sino una in-
clinación hacia su sexo, esta inclinación degrada la naturaleza hu-
mana […] y deshonra a este último por satisfacer dicha inclinación.
[…] La condición del ser humano queda así degradada a un mero
instrumento de satisfacer deseos e inclinaciones y se homologa la
humanidad con la animalidad»
¿Qué decir de todo ello? Lo cierto es que en el párrafo anterior se
confunden y mezclan diversas cuestiones. Y es que una cosa es decir que
debemos desear de determinada manera –algo harto implausible–, y otra
muy distinta decir que no debemos desentendernos de los demás o no
tener en cuenta lo que les pueda suceder –algo evidente y, por ello, tri-
vial–. En efecto, somos libres de pensar o desear sin límites, sin que por
ello podamos tratar a los demás a nuestro antojo. Pensar que el deseo se-
xual conduce a la humillación o degradación del otro es simplemente falso,
como cualquiera puede atestiguar. Así, es perfectamente posible que una
aventura de una noche se desarrolle con el más escrupuloso respeto por
la voluntad y dignidad ajena, sin que por ello el interés y la atención de
los implicados a lo largo de toda la velada se haya desplazado en lo más
mínimo del acto sexual. Es decir, que nuestro deseo no tome por objeto a
la persona en su totalidad, sino solo su cuerpo, no es óbice para que nues-
tro trato con la persona en cuestión sea moralmente exquisito. O, dicho
más generalmente: dos amantes pueden enfrascarse en una noche de sexo
moralmente impecable sin que en ningún momento se hayan dejado de

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