Gordura y magistratura: la desgracia del juez Jabalquinto

AutorJosé Fernandez Berdugo y Rincon
Páginas1465-1495

    Alle Vorurtheile kommen aus den Eigenweiden. Das Sitzfleisch -ich sagte es schon einmal- die eigentliche Sünde wider den heiligen Geist1.

Page 1465

La obra catalogada con el número 21 del denominado Álbum C, que recoge dibujos realizados por Goya entre 1803 y 1824, muchos de ellos preparatorios para cartones, es una aguada de tinta china, conservada hoy en el Museo del Prado, que representa a un hombre de edad incierta, barbilampiño, de gran papada, enorme vientre y abultadas extremidades. Es un individuo obeso, en realidad deforme, por culpa de un cuerpo que termina, con mucha más pena que gloria, en unos pies pequeños, diminutos incluso, si se comparan con el volumen de sus pantorrillas. Aparece sentado o, mejor, postrado en una silla de patas muy cortas y respaldo amplio, y emana de esta postura la verosímil impresión de que no va a poder abandonar esa posición por sí solo. Este hombre, que semientorna los ojos bajo pesados párpados, que sin duda no puede juntar los brazos por delante de la cintura, que genera una densísima sombra negra por debajo de su trasero, nace a la vida para que tanto el pintor como el público ante él exclamen:

    ¡Que desgracia!

1. Tal es la leyenda del dibujo. Ahora bien, la interjección, ¿qué denota? ¿Qué tipo de desgracia subraya? ¿Es una desgracia que conmueve, es una desgra-Page 1466cia que se condena? No resulta fácil, por ejemplo, responder si tratamos de leer el título como elemento de una serie, a partir del álbum C: Buena mujer parece / La guebera / ¡Qué necedad! / Dar los destinos en la niñez / Muecas de Baco / Estos creen en los buelos de las abes / No la engañas / Comer vien, veber mejor y dormir olgar y pasear / Gran mano para hurtar sonajas o Nada nos ynporta2. Se trata en su mayor parte, como era de esperar, de dibujos y rótulos satíricos, pero este elemento moral de parodia de costumbres y combate de vicios no parece que esté del todo presente en el dibujo que describimos. Por ejemplo, no cabe duda de que el espectador puede devolver con la sorna de su mirada esas «muecas de Baco» con que le obsequia un tipo curda (dibujo núm. 23). Y un efecto de censura parecido produce la visión del otro gordo de la serie, aquél que sigue todavía empinando el codo por concienzuda aplicación de la máxima «comer vien, veber mejor y dormir olgar y pasear» (dibujo núm. 77). Ahora bien, nuestro hombre obeso es desgraciado y no comparte estos atributos: no teniendo pitanza ni botella de vino a mano, tampoco se dedica a hacer visajes de borracho, imposibles en todo caso de ejecución en un rostro casi inerte; incapaz además de realizar movimientos, no puede ponerse cómodo para dormir, no puede ponerse a tono para holgar, no puede levantarse para ir a pasear. Desde este punto de vista no puede ser censurado o criticado. Más aún: si ahora procedemos -siguiendo el método de Riccardo Orestano cuando analiza el famoso capricho número 433- a localizar entre los grabados y litografías de Goya otras leyendas que incluyan la voz «desgracia», esta nueva comparación nos lleva a a la serie La Tauromaquia y, en concreto, a dos planchas tituladas: la primera, Desgracias acaecidas en el tendido de la plaza de Madrid, y muerte del alcalde de Torrejon; la segunda, La desgraciada muerte de Pepe-Illo en la plaza de Madrid. En la primera, un toro ha saltado al tendido y, entre el espanto general, lleva prendido entre sus cuernos a la primera autoridad de esa localidad castellana; en la segunda, el famoso torero yace boca arriba y afronta fatalmente su suerte el 11 de mayo de 1801 en forma de astas de toro que le penetran por el pecho y por el muslo. En ambos casos, la suerte de los toros ha comparecido en forma de desgracia (que es la suerte adversa), y esta última verdad de la tauromaquia4 es la que nos hace pensar que justo esa desgraciaPage 1467 del hombre obeso y deforme tiene más que ver para Goya con una fatalidad extraordinaria o maravillosa que con una desviación moral caricaturizable.

Esta gordura desgraciada escapa entonces de las redes de la sátira o de la parodia, pero tal exención no la deshumaniza. Al contrario. El Goya que dibujaba -tiernísimamente- este montón de carne, como el que pintaba Corral de locos, lograba transfigurar en ese cuerpo, en esos despojos, otra verdad del hombre, una verdad distinta, contemporánea; a su modo una verdad más humana: Pues escapaba ya del ámbito social de las costumbres (y sus códigos) para adentrarse en el mundo de la naturaleza (y sus secretos)5. Objeto de interés fisionómico, pero también cercano a lo salvaje, a lo deforme o a lo grotesco; tan proximo a la teratología como familiar al ámbito de experimentación de las técnicas de la linterna mágica y el teatro de sombras chinas 6, este cuerpo obeso emite ahora nuevas señales sobre la verdad del hombre, descifrables por una nueva mirada, al mismo tiempo más individual, más libre, más experimental y -en el singular caso de Goya- más compasiva7.

2. En cierto modo, esta visión naturalista de la deformidad del cuerpo se elabora entonces en ese «laboratorio secreto de la Ilustración» que tan bien conocía Goya8. Y es -repitámoslo- sin duda germen de una naciente, compleja y diversa estructura de la experiencia del hombre moderno 9. En este caso, yPage 1468 para ella, estos pobres desgraciados, estos gordos inmóviles, apenas útiles, casi anormales, inquietan y conmueven porque permiten a quienes les observan, examinan o vigilan poner de manifiesto una verdad del hombre de la cual justo esas personas, irónicamente, están privadas 10. Ahora bien, todas estas vigorosas, adelantadas intuiciones goyescas a propósito del cuerpo y sus deformidades, ¿eran compartidas, resultaban ya comprensibles en la España de principios del siglo XIX?

El día de Reyes de 1835 se representó por primera vez en el teatro del Príncipe de Madrid El hombre gordo, capricho cómico original en un acto, de Bretón de los Herreros. En la obra el hombre gordo es don Geronimo Robledo, un regidor del Ayuntamiento de Alcalá de Henares que se encuentra de paso en Madrid por «un mal pleito» que se ventila en la Corte. Este hombre de «atroces posaderas» que le exigen tomar dos asientos para él solo cuando viaja en góndola es además tutor de su sobrina Rosita, la cual acaba de contraer en Madrid secreto matrimonio con don Luis, un pretendiente que no era del gusto de ese voluminoso regidor para el cual constituiría «estrecho albergue la plaza de toros»11. Estas dos ocupaciones de don Geronimo nos interesan porque, si no estamos equivocados, la problematización teatral de su gordura toma aquí apoyo en este doble rol jurídico. Dicho con otras palabras: la obesidad deviene asunto cómico, resulta teatralizable porque por encima de todo se plasma en el cuerpo de un regidor, de un tutor; de un jurista, en suma. Diríase que la obesidad se activa -se hace notar, se hace cómica- cuando el protagonista piensa, habla o actúa movido por su profesión. «Que comisionen si quieren a otro regidor para lidiar con la curia. Yo soy demasiado voluminoso para andar todo el día de la ceca a la meca», dice, por ejemplo, don Geronimo. Y es que los asuntos del foro o bien llevan indefectiblemente a la Corte -un lugar donde se «suda a mares», en el que abundan las casas con escaleras tortuo-Page 1469sas12, las calles con coches y aceras estrechas13, los teatros con angostas lunetas 14- o bien obligan en ocasiones a correr raudo en pos, por ejemplo, de una futura herencia15. Pero hay más todavía: esta deformación corporal que constituye siempre a primera vista un espectáculo (admirable, repugnante, insólito16, pero espectáculo al fin y al cabo) termina por dotarse de sentido, por significar y calificar a la persona obesa, y esto sucede precisamente cuando en la obra se destapa que don Geronimo es un tutor incompetente. Es entonces cuando el gordo, además de gordo, es también «una avestruz» y «un loco»; es entonces cuando su gordura provoca ya «rechifla» y «mueve a risa general». El abuso criminal de sus derechos de tutor en perjuicio de los intereses y los bienes de Rosita dota de un referente moral a su obesidad, haciendo de su cuerpo el trasunto perfecto de un espíritu «inicuo y avariento». El «disparatado abdomen» del viajero es, en realidad, al final de la obra, «panzón indigno» de jurista.

¿Se aflige usted? No me espanto / Porque hombre que pesa tanto / ¿no ha de morir de pesar?

17. Una asociación como ésta entre gordura excesiva y condena moral no es el fruto o el desarrollo en ripios de una observación filosófica, científica o artística emancipada18. Está sin duda más bien ligada a sistemas de repre-Page 1470sentación social del cuerpo (y sus proyecciones: el gusto o la comida) que han operado en Occidente y que, como todos sabemos, han sido analizados histórica, antropológica o sociológicamente por autores tan insignes como Lévi-Strauss, Mauss, Canetti o Bourdieu19. Sistemas que por regla general hacen de la disposición y actitudes del cuerpo y del régimen de prácticas que lo sustentan o conforman (la dieta, la actividad, los hábitos, los placeres) categorías fundamentales a través de las cuales se puede pensar y enjuiciar la conducta humana20. En este sentido, en tanto que modo de problematización del comportamiento, la percepción de la obesidad puede servir en una determinada época histórica para adscribir a las conductas un determinado conjunto de reglas; para marcar, a través del caso paradigmático de un jurista, límites que no puede superar la gestión de la salud y del uso del cuerpo; para poner de manifiesto reglas de vida del hombre profesional y activo; para restablecer ciertos nexos morales entre el buen estado del cuerpo y la buena conservación del auna; para verificar, en fin, que la disposición corporal responde a un arte estratégico, que debe ser también objeto de la misma prudentia con la que uno aplica sus principios morales y sus criterios...

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