GONZÁLEZ SAINZ, J.A. Ojos que no ven Barcelona, Anagrama, 2010

AutorJaime Aspiunza
Páginas205-206

Page 205

El escritor es un productor de relatos (o mitos) con los que afrontar, recreándolo y dándole curso por medio de ciertos desvelamientos de sentido, el desajuste provinente de la realidad o de otros relatos con los que se ha querido exorcizar dicha realidad, y en realidad se la ha maltratado, pues a veces lo que en su momento fue un agarradero se convierte luego en el mayor peligro y en la mayor falta de sentido

. Más o menos en estos términos explicaba hace unos años J.Á. González Sainz la tarea del escritor, la función de la literatura.

Ojos que no ven es un relato que desvela el mito del nacionalterrorismo, un relato que abre al sentido la cerrazón oprimente y mortal de uno de los mitos más pujantes de la actualidad, en el País Vasco predominante. Por su hechura mítica, no obstante, el relato resulta universal; de hecho, «nacionalismo» y «terrorismo» ni aparecen mentados. En el fondo, tal como aquí se trata el asunto, lo que tenemos es el enfrentamiento entre la «pura monserga», la «mala fantasmagoría» de «nuestro pueblo, nuestra cultura, nuestra identidad y nuestra lengua», del «nosotros» -y lo absolutamente irrenunciable: «la vida y la incolumidad del otro». En una época (¿o habría que decir «era»?) de triunfante nihilismo ignorante, uno de cuyos avatares más genuinos es el nacionalismo, Ojos que no ven nos recuerda lo elemental: que el respeto del otro es principio innegociable, condición incondicional de nuestro mundo moderno, «que cada uno ve y piensa a su modo, es verdad, pero [...] no por ello tienen los demás la obligación de ver y pensar como él ni tiene ningún derecho a que así sea».

Con la falsa cantinela del relativismo han logrado hacernos creer que su visión del mundo es otra más en pie de igualdad con las de la tolerancia, y así que se las tolere y hasta se las respete en su intolerancia, ceguera, y asco y odio de la vida. Aves carroñeras que a veces, si no se entiende de acuerdos y políticas entre fieras brutales, pueden pasar por cigüeñas, han logrado que incluso se les tribute con el sacrificio de los propios ojos y el corazón.

Pues es verdad que el discurso nacionalista rechaza el universalismo, mas no es ni relati-vista ni tolerante, sino absolutismo de lo parcial y lo manco, de lo inculto y provinciano, resentimiento puro, en la perpetua repetición del mito y en el chantaje y la amenaza perenne acrisolados. Tras la muerte de Dios, han podido para desgracia nuestra nacer esos diosecillos ciegos y sordos...

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