Sobre la globalización

AutorJuan Velarde Fuertes
CargoReal Academia de Ciencias Morales y Políticas Madrid
Páginas413-426

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Existen momentos, como son los del final de curso, en que apetece ver más allá de las materias de estudio diarias, porque importa a los jóvenes escudriñar sobre el futuro al que se dirigen. 1Pero en una fiesta académica, como ésta, eso interesa a todos, y mucho, sobre ciertas materias. Horacio, en la epístola I, libro I, habló de que algunas cuestiones igualmente nos implican a los ancianos y a los jóvenes. Y he aquí que el fenómeno muy moderno de la globalización económica, porque no se remonta más allá de 1989, es una de esas materias de interés universal.

Tal fenómeno es una compleja resultante de multitud de factores. Enunciemos los principales: la existencia del capitalismo, que irrumpe con fuerza creciente desde el siglo XVI; el descubrimiento de vías comerciales entre todas las partes del mundo, como se señaló por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, en 1848; los progresos continuos de la revolución científica, sobre todo a partir de la Ley de gravitación universal de Newton, de la ley de las proporciones definidas, de Proust, y de las leyes genéticas de Mendel; el estallido de la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII, un fenómeno que prosigue con ímpetu creciente a comienzos del siglo XXI; el triunfo del liberalismo democrático a partir de la Revolución Gloriosa de Inglaterra -1688-, del logro de la independencia de los Estados Unidos -1783- y de la Revolución Francesa -1789-, que se consolidó tras la batalla de Valmy; la aparición de la ciencia económica, a partir de 1776, con «La riqueza de las Naciones» de Adam Smith; la constitución con éxito de grandes mercados, en vanguardia la Unión Europa, pero sin olvidar ese ámbito creciente del TLC, que expansiona sin cesar el ya de por sí colosal mercado norteamericano; finalmente, el hundimiento de las utopías anticapitalistas, con la conclusión, en 1989, de la Guerra Fría al destruirse el Muro de Berlín. Page 414

Conviene aceptar una definición de este fenómeno. A mi juicio vale perfectamente la del Fondo Monetario Internacional aparecida en «World Economic Outlook», marzo 1997: Se entiende por globalización «el proceso de acelerada integración mundial de la economía, a través de la producción, el comercio, los flujos financieros, la difusión tecnológica, las redes de información y las corrientes culturales» (Toribio).

La reacción derivada de todo esto es un aumento del bienestar material. Conviene ofrecer algunos datos. Si consideramos que en 1950 se pusieron los primeros cimientos de la última etapa del proceso de globalización, al rectificarse del todo los planteamientos nacionalistas que siguieron a la I Guerra Mundial, nos encontramos con un claro proceso de enriquecimiento general, que, desde luego es la característica del medio siglo que trascurre de 1950 a 2001. Es conveniente, para apreciar el fenómeno, emplear dólares homogéneos. En este caso se utilizan los dólares internacionales de 1990 en esta estimación de Maddison. Esta mejoría fue general. En el Producto Interior Bruto por habitante, Europa Occidental, entre 1950 y 2001, creció un 320,5%; Europa Oriental, un 185,5%; los países que constituyeron la Unión Soviética, un 62,8%; los cuatro países extrauropeos de raíz anglosajona -Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda- un 190,7%; Iberoamérica, un 131,9%, Japón, un 907,7%; el resto de Asia, un 413,6%; finalmente, África, un 66,6%. En el mundo aumentó un 186,5%.

Se destaca ese giro de 1950, favorable a la globalización, porque, a partir de 1870, se había generalizado el fenómeno proteccionista que sólo comienza a enmendarse desde 1950. Conforme se va contrayendo el movimiento expansivo de las exportaciones en todas y cada una de las regiones del mundo -sería exactamente igual que se empleasen las cifras de las importaciones-, el PIB se mueve hacia abajo, y viceversa. Obsérvese lo que sucede en el período de 18701950: un aumento del 141,3% en setenta años -etapa restrictiva de las exportaciones- y en 1950-2001, que está dentro, en general, de un impulso a las mismas, y que ya se acaba de decir que supone un incremento, en 51 años, del 186,5%. Page 415

Por supuesto que esto no se contradice con el hecho sobre el que, de algún modo habrá que volver, de que la gran parte del PIB mundial -el 68,5%- estaba acumulado en 2001 en 20 países -los trece más ricos de Europa, los cuatro anglosajones extraeuropeos, Japón, China, y la India-, donde habita el 50,9% de la población mundial. Naturalmente, no se trata únicamente de los más ricos, sino de los de mayor producción dentro de sus fronteras.

Este crecimiento, en general, de la riqueza, plantea problemas morales serios, pero de otra índole que los habituales exhibidos.

El primero está sobre el tapete desde 1930. Se expuso por partida doble por dos grandes liberales. Uno era Ortega y Gasset, al publicar ese año La rebelión de las masas. Otro, Keynes, quien en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, pronunció, también ese mismo año de 1930, una conferencia titulada La economía política de nuestros nietos. La frontera temporal que se trazaba era la del año 2030 que yo no voy a alcanzar, pero sí muchos de ustedes. Su frase central fue: «Bajo el supuesto de que no se producirán guerras importantes ni grandes aumentos en la población, el problema económico puede ser solucionado o, al menos, su solución podrá estar próxima dentro de unos cien años. Equivale ello a decir que el problema económico no es -si contemplamos el futuro- el problema permanente de la raza humana». Pero eso no tenía por qué ser camino de la felicidad. Keynes consideraba que al disponerse de mucho tiempo libre y de un nivel considerable de bienes, pero no de cultura, iba a originarse un repulsivo proceso de masificación, contra el que habría que prepararse. El binomio Ortega-Keynes tenía toda la razón para dar la voz de alarma.

Ese es el punto de apoyo implícito en un ensayo titulado The affluent society, o sea, La sociedad opulenta, que se convirtió en un superventa, escrito por un economista neoinstitucionalista canadiense-norteamericano, J. K. Galbraith. En él expone ese peligro que nos acecha y también en otro ensayo anterior a éste, que tuvo menos difusión, El capitalismo americano. Lo que planteó Galbraith fue el choque de los bienes y servicios divisibles, que se suelen producir por el sector privado y se adquieren en el mercado, y los bienes y servicios indivisibles, que no pueden adquirirse en el mercado, sino Page 416 que son suministrados por el sector público, como pueden ser en España los servicios sanitarios o la tranquilidad urbana. De La sociedad opulenta son estos párrafos de denuncia de una mala orientación de esa producción gigantesca: «Una vez que la sociedad se ha abastecido de alimentos, vestido y abrigo, todo lo cual se asignó casualmente a la producción, venta y compra privadas, sus miembros comienzan a desear otras cosas. Y un considerable aumento de estas cosas no es apto para una semejante producción, venta y compra. Tienen que ser proporcionados a todo el mundo, si es que deben ser proporcionados, y se les...

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